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domingo, 16 de marzo de 2014

Misterio en la escalera

La primera vez encontraron una cafetera, bien embalada en su caja, en uso pero completa hasta en el mínimo detalle: filtro nuevo y hasta cacillo de medir. Los chicos del 5ª D la encontraron cuando salían hacia la escuela y la apartaron de una patada. Un poco más tarde, cuando las vecinas del rellano averiguaron de qué se trataba, acordaron cedérsela al anciano que malvivía en el sótano. Les constaba que solía prepararse un infame café de puchero y pensaron que le vendría bien. Gardenia, la niñera del Ático A, se ofreció para  enseñarle a utilizarla.
 
El boté de champú apareció en una ventana del descansillo dos semanas más tarde y nadie lo relacionó con el otro objeto, pero después de aquello casi todos los días encontraban algo. Aquello supuso el alborozo general. Organizaron rifas benéficas y hasta una porra para adivinar con qué iba a sorprenderles a continuación el benefactor misterioso. Aunque tuvieron que suprimirla porque nadie adivinaba nunca y enseguida dejaron de apostar.
 
Hasta un pájaro vivo, pero mudo, hallaron una vez en su jaula. Esta vez se subastó por todo lo alto en la explanada del ayuntamiento y, con lo que recogieron, el avispado hijo de la viuda del 2º B entró en la universidad aquel curso.   
Gustav Klimt - El árbol de la vida
Más de diez meses duró aquello. Todo el mundo especulaba. No estaban seguros de si debían alegrarse, hubo quien afirmó que todo aquello atraería la mala suerte. Se organizaron turnos para espiar pero lo cierto es que nadie vio nada nunca. Lo curioso del caso es que el valor de los obsequios se iba incrementando casi insensiblemente. Lo último que depositaron, que se sepa, fue un flamante abrigo de piel de conejo, con su garantía y su ticket de compra, adquirido en la mejor peletería de la provincia.
Y de repente, cuando más entusiasmados estaban los vecinos, tanto que hasta habían dejado de hacer preguntas, acabó todo. Ya hacía mucho que se habían extinguido las rifas, ahora el primero que encontraba lo que fuese se convertía en su propietario. Se habló –todavía se habla– de trampas y zancadillas, de cortes de electricidad para asegurarse la ventaja, de vigilias interminables tras las mirillas, de traición y hasta de violencia. Los rumores persisten. Se comenta que los hallazgos no cesaron entonces, que todavía se recibieron algunos. Joyas, talones con varios ceros, costosos aparatos electrónicos, cada uno de ellos un poco más valioso que el anterior. Pero nadie tuvo nunca la certeza, pues quienquiera que fuese el agraciado se guardó muy bien de divulgarlo.

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