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lunes, 30 de diciembre de 2013

El genio incomprendido

Ocurrió en una peluquería que abrieron en mi antiguo barrio hace mucho. Tuvo una vida de lo más efímera, vete a saber por qué. Yo tengo mi propia teoría que, aunque muy remotamente, tiene que ver con lo que voy a contarles. 
 
Estábamos solas las dos peluqueras -madre e hija- y yo. Hacía calor, nadie hablaba y yo estaba a punto de dormirme. Para evitarlo se me ocurrió agarrar una hilacha de comentario cualquiera, algo que, recordaba, alguna clienta había dejado caer en algún momento.
 
- Así que ustedes son de Tomelloso.
 
- Pues sí. ¿Lo conoce?
 
- Muy poco, estuve por allí una vez. De paso.
 
- ¡Ah!
 
La típica (y tediosa) conversación de circunstancias. 
 
 
 
 
- Ejem. Buen vino, ¡eh?
 
- Sííí. ¡Estupendo!
 
La mujer hinchaba el tórax, ponía cara de enorme satisfacción. Rebusqué en los entresijos de la memoria.
 
- ¡Heem! Y tienen ustedes un pintor magnífico.
 
- Eso dicen, sí.
 
- ¿Dicen? ¿No conocen ustedes su obra?
 
- ¿Cómo?
 
- Que si ha visto sus cuadros.
 
- ¡Ahh! Algo he visto, sí.
 
- Y ¿no está orgullosa? ¿no le parece otro buen producto de su tierra?
 
- La verdad es que vi un cuadro suya una vez en una revista. Y... no sé. No entiendo de pintura, la verdad.
 
- Pero, precisamente, su arte es muy fácil de entender, Es figurativo, hiperrealista. Sorprende el parecido con los modelos que usa ¿no?
 
- ¡Uy! Todo eso me suena a chino. Sabíamos que pasaba algo raro. Ese hombre metido en su casa horas y horas... Decía que era pintor. ¡Bah! Nadie sabía qué podía estar haciendo. Pensábamos que estaba algo chiflado o así.
 
- ¿Y ahora?
 
- ¿Ahora qué?
 
- Digo que ahora qué piensan.
 
- Pues que si dicen que pinta, pintará. Ya digo, un poco raro el hombre.
 
- Pero... Si pinta maravillosamente, si está reconocido en todo el mundo.
 
- ¡Todo el mundo! ¿Qué mundo?
 
- Estoooo... El planeta entero menos unos cuantos de Tomelloso, me parece.
 
- Sí. Puede ser.
 
Salí de allí con la melena al viento y la cara ardiendo por el calor y la vergüenza.
 
A veces me parece vivir en un país de toreros, futbolistas y mequetrefes. Así ¿cómo va a ser nadie profeta en su tierra?
 
Lo malo es que, desde entonces, hemos cambiado algo, sí. Para mal.





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