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martes, 30 de julio de 2013

CUENTO DE VERANO: El adivino y la rubia (II)

El hombre era largo y moreno, de constitución fina, nariz aguileña y anguloso perfil. Alzó unas manos prolongadas por uñas enormes y levantó de la nada una nube de humo que acabó envolviendo a los dos. Era espeso y denso como una pared e impedía que Maite pudiese ver más allá de la gran esfera en que estaba encerrada. De fuera no le llegaban más que risas contenidas. Estaba inquieta y se rebullía en su taburete.
Arturo Souto - Accordionist (1931)
Luego le alargó una pequeña redoma y le ordenó tomar un espeso bebedizo de color ámbar que parecía agitarse solo allá dentro. Intentó negarse pero el hombre la apuntó con sus largas manos sosteniendo fijamente su vista y, antes de darse cuenta, una llama líquida le quemaba la lengua y bajaba rápidamente por su esófago.
Con la mayor ceremonia, el hindú extendió los naipes que ella había elegido y comenzó a interpretarlos. Entornó los ojos.
-Sé lo que me va a preguntar.                                      
Aún le lloraban los ojos y era incapaz de tragar saliva.

-Ah… ¿sí?                                                     
-No le interesa el amor, el dinero ni ninguna cosa trascendente, usted es mucho más práctica.

-¡Ejem! Bueno…
Intentó sonreír. No tenía más remedio que seguirle la corriente.

-Mañana emprende un viaje. No muy largo. Se va a pasar el puente a Asturias.
-Pues… sí. ¿Quién se lo ha dicho? ¿Mi hermano?

-Señorita, si conociese a alguien de esta fiesta estaría vulnerando mis principios. Lo he visto aquí, en esta carta.
Maite vio una especie de serpiente enroscada de la que surgía, como flecha quebradiza, una fina lengua carmín.

-Habla muy bien el castellano. ¿Lleva aquí mucho tiempo?
Por el rostro del faquir cruzó una sombra negra, de sus ojos salían rayos, mostraba todos sus dientes.

-¡Si-lencio!
Estaba hecho una furia, aunque enseguida dulcificó la expresión.

-Esa es la que describe el paisaje. Esta otra me indica que no sale del país.
Y le mostró un campanario con un nido de cigüeñas.

-¡Qué curioso! Son unas cartas muy bonitas, me gustaría aprender a leerlas.
-Señorita, si no se lo toma en serio, tenemos que dejarlo aquí.

Maite miró a su alrededor. Se vio encerrada en una especie de bola de algodón en compañía de un tipo que estaba como una auténtica chota. Nada le hubiese apetecido más que salir volando de aquel sitio, pero ahora el adivino tenía las manos arqueadas en torno a su cuello y decidió no tentar a la suerte.
-Claro que me lo tomo en serio. Esto es mucho más interesante de lo que me había imaginado.

Él seguía echando rayos por los ojos. Soltó un aullido:
-¡Miente!

Pero se tranquilizó en cuanto la vio temblar.
-Usted quiere saber lo que va a ocurrir en ese viaje. Se diría que el futuro no le importa.

-No es eso. Es que…

La cortó con un golpe seco en la mesa.

-¿He acertado o no?
-Sí, sí. Me voy a Gijón mañana a hacer un curso de diseño y… es cierto, he pensado en preguntarle cómo me va a ir por allí.

-¡Frivolidades!
-Bueno. Si lo ve así…

De pronto, todo pareció aclararse.
-Usted, no será actor ¿verdad? Estos amigos míos siempre han sido muy bromistas.

-¡Chist! Calle. Concéntrese. Deme las manos.
Se las sujetó con las puntas de los dedos, entornó los párpados y se mantuvo con el torso erguido. Maite se preguntó qué haría si intentaba clavarle esas uñas, tan afiladas como puñales pequeños.

-Conocerá a una mujer rubia.
-No, si ya la conozco. La chica que me acompaña es finlandesa.

-Ella no irá.
-¿Cómo?

-Lo dice aquí. Mire.
Y le enseñó una liebre sujeta de las patas por un gancho.

-Oiga, ¿qué le ha pasado a mi amiga?
La miró como desde lo alto de una torre.

-Eso… no puedo decírselo.

(Continuará)

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