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lunes, 10 de junio de 2013

¡Qué atrevida es la ignorancia!

¡Y cuanto perjudica al que ni siquiera tiene interés en informarse!

María aprendió a leer siendo ya adulta pero con el arranque que tiene y su mente más que despierta a los hijos no les falta de nada. Siempre ha trabajado en el sector de la limpieza, antes como empleada, ahora proporcionando empleo a otros. Para su empresa ha contratado a un asesor, cuando tiene que tomar una decisión personal recurre a los amigos. Si a María la hubiese engañado un banco, en realidad hubiese engañado a Esteban, el vecino charcutero que la acompaña cada vez que tiene dudas, parece ser que el tal Esteban es un lince y no se le puede estafar.

A principios de noviembre de 2011, a Esteban lo había postrado la ciática y María, que había decidido comprar un aspirador a plazos y no podía esperar ni un minuto, recurrió a mí para que supervisase sus gestiones con la tienda. No se trataba de un aspirador cualquiera, la máquina que la había seducido valía tres mil euros y tenía montones de accesorios. "Hasta para pintar paredes", me explicó muy ufana. Ella lo consideraba un ahorro a largo plazo y, como no tengo costumbre de discutir de nada que no tenga meridianamente claro, lo dejé estar.

El 20 de noviembre, fecha de las elecciones generales, estaba al caer. Desde la primavera, el centro de Madrid había sido invadido por miles de mentes que se esforzaban por encontrar una solución más viable que los bandazos dubitativos del gobierno (aunque mejor dudar que asestar golpes a traición, yo pensaba "Virgencita, que nos quedemos como estamos" y el tiempo ha estado de acuerdo). Las calles menos céntricas hervían de gente indignada, algunos intentando cambiar nuestra intención de voto,  que nos abstuviésemos en bloque, y a mí eso siempre me ha parecido una barbaridad, más aún en aquel momento crítico.
 A la puerta del establecimiento se nos acercó una mujer, cuya edad situé entre cincuenta y el infinito, con aspecto de no haberse comprado ropa en mucho tiempo ni comer demasiado bien todos los días, y nos endosó sendos folletos recomendando la abstención. Acepté resueltamente el mío pues estaba representando al 15-M, eso la animó a iniciar un discurso que, por supuesto, me negué a escuchar.

-¿Has visto? -comenté- No puede negar que está parada. Esa mujer no sabe lo que se está jugando, lo que defiende es legítimo, pero ella atraviesa un momento delicado, es evidente que ni tiene tiempo por delante ni nadie que le cubra las espaldas. Si se hubiese molestado en informarse en lugar de dejarse llevar por la corriente, sabría lo que significa no votar.

María, entonces, torció el gesto.

-Estoy harta. Harta, ¿entiendes? Todos son iguales, no pienso hacerle el juego a nadie. Mi voto, desde luego, no lo van a tener.

-Pero...

-Que sí, Molina, que estoy de acuerdo con ella. Os pongáis como os pongáis no me váis a convencer de que vote.

-¿Sabes...

-No, no sé nada ni quiero saberlo. No pongo el telediario ni hablo con nadie del asunto, esto clama al cielo y no quiero escucharos. ¡Que no!

-Y tu amigo el charcutero ¿qué dice?

-Lo mismo que tú. Bueno, no sé lo que dices tú ni lo que dice él. Pero veo que los dos queréis convencerme de que vote algo y paso de todo. ¡Ya está!

-No creo que él quiera dictarte lo que tienes que votar. Ni yo tampoco.

-Que ya, que vale, que paso de todo, ¿entiendes?

El horno no estaba para bollos, así que no insistí. Lo que no me dejó decirle es que, si no votaba, estaba votando. La abstención beneficia a los que obtienen mayoría; en este caso, María, sin saberlo, estaba aupando, lo quisiera o no, a Rajoy.

Para conseguir el efecto deseado, habría  tenido que borrarse del censo, y eso es de todo punto imposible. 

María confía en su inteligencia pero es consciente de sus limitaciones. Aquella vez, sin embargo, su olfato le falló.

A veces me llama para contarme qué tal le va. Su charla suele ser intrascendente, ella es fuerte, nunca se lamenta, pero me consta que ha ido a peor, que ya no puede permitirse caprichos, que los niños van con la tartera al colegio. Eso me traen las malas lenguas, pero sus silencios, sus risa nerviosa, me indican que ya lo ha entendido, que está arrepentida de ese impulso, el que sintieron miles de españoles y que nos ha traído a todos la ruina.

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