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martes, 2 de abril de 2013

Los árboles azules 16: La peregrina


Desde ese día se encontró peregrinando. Sin devoción, sin creencias, sin destino. Sin rumbo. Se había convertido en una nómada.
Pero era la táctica idónea. Si no quieres  que te encuentren, no te detengas en ningún sitio.

Y cambia de aspecto. Córtate el pelo, tíñetelo, usa colores vivos si antes eras sobria y viceversa, vestidos si lo que te definía eran los vaqueros. Auko optó por una melena pelirroja, lentillas color esmeralda y telas vaporosas en tonos lavanda y menta. Y nada de zapatitos, siempre botas grises de media caña y piel vuelta, muy prácticas cuando hay que correr. Aún le quedaban ahorros después de las compras pero su alcancía iba reduciéndose. Se le ocurrió volver a la fábrica de sombreros con aquellos atavíos y pedir trabajo a la secretaria. Seguro que no la reconocía por el aspecto, pero sí por la voz. ¿Y sus compañeras? A esas era imposible engañarlas.
Compra folios, se anuncia. Con un nuevo teléfono e identidad falsa. Un apelativo exótico: Begoña Sánchez – Costurera a domicilio. ¡Fuera la vieja Auko! ¡Bienvenida Begoñita la sensata!

Se aloja en pensiones, nunca dos noches seguidas en la misma. O en la playa, metida en el saco. O en el parque central, que siempre le había parecido amistoso. Cualquier sitio con tal de no volver al mismo establecimiento. Ser reconocida es lo que trata de evitar.
Aún así, a veces se siente vigilada. De vuelta de un barrio residencial, donde ha probado a dos gemelos unas chaquetitas, el taxista le entrega un llavero junto con el cambio. Cuando se sorprende tanto, no puede evitar volverse atolondrada. Sale del coche a toda prisa con los billetes arrugados en la mano y una llave etiquetada con el nombre que intenta olvidar. Está temblando. No se atreve a pedir habitación en ningún sitio. Encuentra un coche aparcado –con el cartel SE VENDE y un precio- en una calle sin salida a la entrada de una fábrica en desuso. Lo abre sin dificultad, luego atranca bien todas las puertas y se recuesta en el asiento trasero. Ha sido lo mejor que podía ocurrírsele.

Al día siguiente tiene otro encargo. Elige para su clienta las telas de un vestido de fiesta y cose hasta la tarde en el obrador de una vieja casona. Luego se dirige a la dirección que marcan las llaves, una calle céntrica, concurrida, detrás del mercado municipal. El reloj de una torre da las ocho cuando llega allí. Empieza a anochecer.
Una vez localizado el lugar, decide alejarse otra vez. El edificio es señorial, hay portero, la llave entra perfectamente. La recibe un vestíbulo entarimado y un boudoir de mármol con patas torneadas. ¡Demasiado bello para ser verdad! Aquello huele a trampa podrida. Y corre, corre. ¡Cómo no!
 
Al pasar ve su nombre en el buzón correspondiente. Siente que le va a dar un ataque. A la entrada hay un coche con los cristales tintados y el motor en marcha. Sale volando, da la vuelta a la esquina y cae en brazos de una mujer con capa. Es fortachona a pesar de su aspecto. Le clava las uñas en las muñecas pero ella se desprende de un tirón. Ve de reojo a un grupo volver la esquina tras ella y corre.
-¡Arf! ¡Arf!

Trota.
-¡Buuuf!

-¡Arre, Auko, arre!
Se mete en una iglesia. Ve la capilla de un santo calvo rodeado de cirios y beatas. Tira del velo de alguien y se lo pone en la cabeza. Ese pelo tan llamativo la delata, ahora  que ha sido descubierta. Un niño se acerca a ella y le pone un librito en las manos. Es un misal. Su perseguidor es el demonio. ¿Cómo ha podido ponerse en situación tan rápido? Se santigua como ve hacer a todo el mundo. El volumen, encuadernado en piel, guarda entre sus hojas un mensaje: “Campo libre. Terreno amigo. No te pierdas. Vuelve.” Debajo la dirección de aquella casa estupenda. Aquello no tiene la marca de los servidores de la ley. ¿Y los secuestradores de Bernardo? ¿Se iban a tomar tantas molestias por ella? Pero seguía teniendo miedo.
Pensó en mí como mano protectora en la sombra. Pero yo hubiese ido a cara descubierta, no la hubiese mantenido en aquella incertidumbre.

Finalmente, decidió volver a aquella casa mágica. O magnética o maléfica o maldita.

 
(Continuará)

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