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domingo, 28 de abril de 2013

Charlas con Paco Tella: El chivo expiatorio (II)

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Dio la impresión de que no le quedaba aliento. Llenó su vaso con el agua que quedaba en la jarra y se pasó un pañuelo por la frente.

-¿Alguien quiere café? -Propuso Paco.

-¡Claro! Todos. –Replicó Cris mientras retiraba los platos sucios- Ya está hecho. Trae las tazas y sírvelo, anda.

-¿Estás bien? –pregunté a Sonia. Se la veía muy pálida y parecía haberse quedado sin fuerzas.

Pili, que estaba a su lado, le echó un brazo por los hombros.

-Paco, ¿vienes ya? -Cristina se acercó a la ventana- Voy a abrir un poco que hace mucho calor aquí. –Subió el estor con brío- Venga, ¿estamos todos ya?

-¿Mejor? –Paco, que entraba con la bandeja, dejó otra jarra llena junto a Sonia.

-¿Qué pasó después?

Sonia resopló y se llevó la taza a los labios.

-No sé cómo puede haber gente tan estúpida en el mundo.

-¡Uy! Si yo te contara… -interrumpió Paco.

-¡Calla! –terció su mujer.

-Pues nada, que querría contarle a mi tío que Luis y yo tampoco lo llevábamos muy bien, que estaba pensando en echar todo por la borda pero me estaba costando dar el paso. Le daba vueltas a todo eso mientras esperaba a que saliese, y no me estaba fijando en nada más. Entonces fue cuando vi a esos payasos al otro lado del cristal, haciendo visajes y descojonándose. Les di la espalda pero uno salió a preguntarme, con toda su jeta, por qué había salido corriendo.
-¿Hablas de los camareros?

-Sí, sí, los putos camareros.

Pensé que no parecía la misma Sonia que se había sentado a la mesa un rato antes. Ahora estaba reviviendo la escena y descargaba toda la rabia que tenía dentro. Guardaba más sangre en las venas de lo que parecía a primera vista.

-Contesté que le que preguntase a mi tío, que todavía estaba dentro del bar. Pero siguió insistiendo como si estuviese obligada a darle explicaciones. Fui tonta haciéndole caso. Le dije que me hacían daño los líquidos-

“-¿Qué líquidos?

“Me interrogaba con una altanería y un aire chulesco que, por supuesto, no estaba dispuesta a soportar.

“-El detergente que tenéis encima de la mesa. Soy asmática y me ahogo al olerlo. ¿Tienes algo que objetar o es que crees que tengo que pedirte permiso para salir del bar cuando me plazca?

“.No. Si… Yo…

“-Y tus compañeros ¿de qué se ríen? Vaya pandilla de memos que sois.

“-Perdone, señorita. No es que se rían. Bueno, se ríen, pero en el sentido…

“Encima palurdo –pensé.

“-¿En el sentido? ¿De qué sentido hablas? ¿De la falta de respeto? ¿De la estupidez? ¿De molestar a gente que no os ha hecho nada? Mira, no quiero seguir hablando, seguro que no te importa pero esta movida está afectando a mi salud. Entra de una vez, diles a esos que dejen de reírse de lo que no entienden y déjame en paz, haz el favor.

“Cruzó la puerta de un salto, parecía un conejo asustado, no se esperaba que fuera a plantarle cara, tampoco que fuésemos gente normal, supongo, aunque sigo sin imaginarme qué les pudo pasar por la cabeza. Le vi hablar con sus compañeros, me fijé en cómo se ponían serios de golpe. Cuando se lo conté a Ángel me dijo que le habían pedido disculpas. Por el malentendido, dijeron. Él no contestó, no tenía ni idea de lo que le estaban hablando.

“Pero a esas alturas ya estaba tocada. Me había alterado tanto que apenas podía andar, me ahogaba, tuvimos que parar varias veces. Me eché el inhalador a la boca pero apenas me hizo efecto. Ángel estaba dispuesto a llamar al Samur, como había tenido que hacer tantas veces, para mi familia es casi una rutina ya. Íbamos los dos muertos de frío, apenas quedaba nada abierto y yo tenía que sentarme. También, y a ser posible, entrar en calor. Después de muchas paradas, de temer, una vez más, que no iba a ser capaz de salir viva de aquello, conseguimos llegar a la estación. Ángel quería llevarme al hospital o a mi casa, dónde fuera, pero yo era partidaria de esperar un poco. Nos sentamos en un banco del andén y, cuando llegó mi autobús, ya estaba bastante repuesta, así que subí sin escuchar las protestas de Ángel ni casi mirarle cuando me despedía para no ver su cara de preocupación.

Se oyó a Paco, tan práctico como de costumbre:

-¿Moraleja?

-Espera, –reclamó Pili- todavía no ha terminado.

-¡Ah! Pero, ¿todavía hay más?

-¿Qué si hay más?

(Continuará)

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