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domingo, 6 de enero de 2013

Los árboles azules 5: La intrusa

Auko se está espigando. Ha madurado desde que no vive en mi casa. Antes de convertirse en aprendiz de sombrerera, la mujer-enigma decidió vivir una temporada de incógnito, ser la sombra de otras personas, su inquilina invisible, disfrazarse de aire, ser el forro, el eco, la aventurera inocente, una soñadora, una ilusa, o bien la mujer fantasma.

Aprendió mucho, pasó momentos divertidos, pero también sintió por primera vez lo que nadie puede imaginarse, por lo menos hasta tal punto.
Modigliani - Paisaje del Midi

Pavor

Me traslada retazos de escenas. Había entrado una pareja, ella reía, arrastraban maletas, le escuchó a él mascullar algo entre dientes. Estaba en el piso de arriba, llegó hasta el fondo del pasillo, la puerta que lo limitaba estaba cerrada con llave pero… la llave estaba puesta. No tuvo más remedio que entrar, abrió sin hacer ruido y  se encontró en una estancia luminosa. Bajo un gran ventanal, un cocodrilo se movía lentamente hacia el borde del estanque, chapoteando, sin dejar de mirarla. Todavía con el pomo en la mano, sintió un temblor que la recorrió entera y la dejó clavada en el suelo pero el instinto la obligó a reaccionar, tomó aire, dio marcha atrás y logró salir en el momento que el bicho tomaba tierra. Cuestión de segundos, una eternidad, dadas las circunstancias. Auko se acuclilló junto a la puerta de la guarida para que no la distinguieran desde abajo y escuchó los alaridos de un mono. Aquella vivienda parecía una jungla, había que escapar de allí cuanto antes.

¿Un sueño? Probablemente. La imaginación de Auko es ilimitada, pero hay que recordar que  toda su vida es excepcional. O creemos todo lo que nos cuenta o rechazamos de plano la menor de sus insinuaciones. Probemos a concederle crédito. En ese caso tendremos que imaginarla siendo durante meses la sombra de los propietarios de turno. Pasaba de una habitación a otra, dormía bajo la cama de uno de los niños, pegada a la pared de un cuartucho oscuro confundida con los palos de las escobas, en la bañera incluso. Se escurría como una anguila solo con intuir la presencia de alguien, aprendió a ocultarse tras las cortinas sin que la delatase ninguna oscilación, en la cocina cogía puñados de cualquier cosa comestible y la engullía a bocados sin dejar de moverse. Una vez se colocó detrás de un mastín y el animal, cómplice ocasional suyo, se mantuvo inmóvil, ocultando su cuerpo, hasta que el dueño de la casa emigró a otro cuarto. Debía de haberlo defendido y sin embargo se alió con ella. Estoy segura de que los animales poseen un sexto sentido y este la consideró  tan inofensiva como indefensa.
 
Salvador Dalí - Mercado de esclavos con el extravío del busto de Voltaire (1940)

Cuando la imagino pegada al tronco del árbol más viejo del jardín, debajo de algún matorral o camuflada como una estatua más con la colaboración de la luna menguante, no puedo contener la risa.

Auko tenía que conocer a toda clase de gente, solo así podría desenvolverse en la verdadera jungla que la estaba esperando. Aún tuvo que viajar - como polizón, naturalmente - alejarse de los sitios que conocía e inventarse mil identidades (niñera, quiosquero, pitonisa, interventor, trapecista con un tobillo roto) antes de encontrar la suya propia.
(Continuará)

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