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domingo, 20 de enero de 2013

Don Rufo bufa: Hay otros mundos pero están en este (Vampiros, zombis y fantasmas)

No hay duda de que existen los vampiros, pero si no existiesen habría que inventarlos porque la vida sin ellos no tendría emoción. ¿Qué sentido le encontraríamos bajo un cielo en calma chicha, sin nubarrones, chubascos, ventiscas, diluvios, maremotos, borrascas o rayos divinos amanazando con partir en dos al incauto? ¡Desengáñense! Sin ríos desbordados inundando pueblos y cultivos, o terremotos derribando edificios a diestra y siniestra no podríamos soportar los bostezos. Cuánto más agitado, vulnerable, incierto y precario más divertido es el planeta.

No, no pierdo de vista a los vampiros, esas criaturas perversas que nos acechan constantemente para alimentarse de nuestro fluido vital. Su presencia quizá no sería indispensable pero parece ineludible de momento y con eso es más que suficiente. Están ahí desde hace tanto que ninguno los vimos llegar y hay que hacerse a la idea de que piensan quedarse ad infinitum a no ser que alguien lo remedie. Por desgracia, esta variedad carece del halo romántico adjudicado por la tradición cinematográfica.
 
Jheronimus Bosch - El mundo antes y después del diluvio
El vampiro moderno (y real) no exhibe ningún comportamiento amoroso, no habita en mansiones misteriosas de tiempos previos a la luz eléctrica, tampoco acecha al ama de llaves con ánimo de colarse al menor descuido en la alcoba de la bella primogénita. Ni siquiera es alto y guapo, de modales aristocráticos y guantes de seda. Ni usa gomina,  aunque puede que alguna vez vista esmoquin. El ejemplar clásico era un seductor nato. El que hemos de soportar ahora concentra su energía en hacer parpadear paneles repletos de cifras enormes, eleva intereses y primas de riesgo, produce hecatombes financieras y destruye ilusiones y proyectos sin que ni siquiera le veamos la cara.
 Por el momento, se ha vuelto omnipresente en nuestras vidas. Parece omnipotente también pero yo le he encontrado un talón de Aquiles. A pesar de su buena facha innegable necesitan el amparo de otra presencia. ¿Qué cual es? La de los fantasmas, naturalmente. Sin ellos, los vampiros no podrían sobrevivir. Esos seres paliduchos, ubicuos y algo viscosos juegan un papel esencial en el asunto. Ellos son los cómplices que miran indolentes a otro lado mientras los vampiros hacen de las suyas. Los que prometen avances y acaban vaciándonos los venas para que los vampiros engullan satisfechos todo el líquido que han podido extraer, los que se sacan leyes de la manga dejándonos cada vez más indefensos, los que prometen que van a adoptar medidas justas y acaban ejecutando las contrarias. Son mentirosos como todos los fantasmas, sepulcros blanqueados, clientes del disfraz que solo saben vivir de apariencias.

¿Qué pintan los zombis en todo esto? Muy sencillo. Los zombis somos nosotros. Sí, también usted. El sufrido consumidor (que ya apenas consume) y productor (cuando le dejan) continúa recibiendo todos los palos pero ya apenas puede sentirlos porque se está convirtiendo en un muerto viviente. Ni siquiera le dejan levantar el país, a él solo, con sus propios brazos. Puede ser que, a esos que tienen las venas a punto de reventar de tanto plasma requisado, les parezca más rentable que se hunda.

¡Arriba los vampiros! ¡Salud a los fantasmas! ¿Larga vida a los zombis?

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