![]() |
Foto: Gloria Torres |
Páginas
viernes, 15 de agosto de 2025
Taller de Escritura Magerit
domingo, 27 de julio de 2025
Mi mundo de madera (Relato de superación) )
Hasta que... Hasta que pasó algo, porque ya se sabe que nada es eterno en esta vida. Un mal día mi padre desapareció sin avisar. Cuando logramos salir del estupor sufrimos el drama de la pérdida y, después de un breve sentimiento de culpa, nos sumimos en una cólera feroz, todos menos mi madre, que, ¡pobre! no levantaba cabeza. Tan abatida la veíamos que nos sorprendió a todos una mañana después de desayunar, arrastrando su equipaje hasta el vestíbulo y abrazándonos a todos.
Ella sí se despidió, pero nos dejó completamente solos. Dijo que iba a buscarle y desapareció pedaleando detrás de una curva.
Aunque apenas rebasábamos la adolescencia éramos capaces de valernos por nosotros mismos. O eso descubrimos cuando no tuvimos más remedio. Yo no tenía más que dieciséis años y todavía iba al instituto, pero los chicos se encargaron de que no me faltase de nada: Juan continuó con el negocio de los muebles y Pedro con el de las plantas. Les iba regular, pero nunca les vi desanimarse, lo único que cambió fueron sus visitas al pueblo: primero se hicieron asiduos al baile de los domingos, luego las escapadas se volvieron diarias, hasta que, uno tras otro, acabaron casándose. También de repente, como se hace todo en mi familia.
El mayor se dedicó a la cría de ganado, el otro trabajaba en el campo como temporero, los dos vivían en el pueblo y yo me quedé un poco más sola que antes.
Salí adelante. Para entonces me había convertido en toda una mujer y supe ganarme la vida. Del taller de papá, aproveché los herramientas y toda la madera que sobró para convertirla en una fábrica de juguetes. De mis manos salieron casitas en miniatura, toda clase de utensilios para amueblarlas y las propias muñecas y muñecos. Yo les daba forma, pintaba y vestía. Después llevaba mi artesanía al pueblo y me la quitaban de las manos. También aproveché el jardín de mamá para cultivar flores, que vendía en bodas, aniversarios y cualquier ocasión que se terciase. Esto producía bastante menos, pero era una ayuda a tener en cuenta.
No sé por qué estoy hablando en pasado. Han transcurrido algunos años pero aún me dedico a lo mismo. Mi pequeño paraíso es un magnífico punto de reunión. Ahora las festividades ya no se celebran en la plaza sino alrededor del viejo árbol, que se ha convertido en un vecino más. Los niños me visitan para trepar hasta mi casita encantada un día sí y otro también. Yo los miro mientras trabajo y, si tengo tiempo, les preparo algún dulce. Los fines de semana la familia invade mi hogar, ya tengo cinco sobrinos y sospechamos que en camino viene otro. O dos, nunca se sabe.
No me falta de nada, pero no puedo negar que llevo en las venas la sangre de mi gente. No será hoy ni mañana. El día menos pensado, sin avisar, como han ido haciendo todos ellos, me liaré la manta a la cabeza y recorreré esos mundos buscando a mis padres. A no ser que ellos vuelvan antes de que consiga decidirme. Pienso aprovechar algunas pistas que dejaron y me presentaré donde supongo que pueden estar. Y si no los encuentro, me convertiré en una aventurera deseosa de conocer lo que se oculta tras esas montañas. Un mundo fabuloso me espera. ¡Ten paciencia, Mundo! que tarde o temprano cogeré mis bártulos e iré a descubrir qué es lo que tienes que ofrecerme.
martes, 28 de enero de 2025
Estoy pensando en dejarlo ( I'm Thinking of Ending Things) - 2020
I
A veces me pregunto si el cine actual sigue siendo capaz de impactarnos o ha acabado adoptando una rutina cómoda y fácil de consumir. Me refiero a esa sensación de entrar en un bosque oscuro, lleno de sombras amenazantes, de pequeñas explosiones que nos sobresaltan –y no hablo de terror sino de emoción, intriga, identificación con los personajes – que por lo general es más fácil de encontrar en los clásicos. Estoy pensando en dejarlo (estrenada en su plataforma correspondiente el pasado 4 de septiembre) no nos dará un minuto de respiro, pero exige una contrapartida: aceptar lo que se nos ofrece aunque no acabemos de entenderlo, incluso si al final no estamos seguros de lo que hemos visto. Pues lo que intenta provocar es una reflexión profunda, no solo sobre lo que propone el director o el autor de la novela original, también acerca de esas cuestiones, más particulares, que vamos descubriendo en nosotros según va avanzando la trama.
Su director, Charlie Kaufman, se ha basado en el thriller psicológico homónimo publicado por el canadiense Iain Red en 2016, con algunas modificaciones, en particular la última escena y, tal como acostumbra, no poniéndoselo nada fácil al sufrido espectador. Presenciamos un espectáculo que, además de hermético y complejo, puede resultar fascinante, pero a cambio se nos exige: por una parte, atención máxima, por otra, que no nos creamos nada de lo que estamos viendo y oyendo. Algunas pistas:
Si vemos a una pareja emprendiendo un viaje para conocer a los padres de él, y los conocemos a través de los pensamientos de la chica, deducimos que el título se refiere, tal como ella aclara, a que está dispuesta a cortar la relación. Pero hasta esa intención de dejar algo puede esconder alguna ambivalencia o, sencillamente, referirse a un asunto completamente distinto. Solo hay que fijarse en el original inglés (I’m Thinking of Ending Things).
Nos sentimos cómodos dentro de una situación de lo más lógica, y hasta tópica, hasta el final del primer viaje, ahí es cuando lo que vemos comienza a volverse enrevesado. Habrá quien tilde al argumento de absurdo e incomprensible, -y en efecto, el surrealismo lo acapara todo–, quien afirme que lo que no se entiende no vale la pena, opiniones no van a faltar y todos tendrán razón.
Y es que lo que aparece en escena puede estar ocurriendo o tratarse de simples pensamientos, recuerdos, deseos o temores del personaje principal, un protagonista que, por cierto, puede no ser el más evidente, y me refiero a la persona que suele acaparar la pantalla. Existe, por tanto, algún desdoblamiento aunque una lectura literal también sería válida.
Mezcla épocas distintas presentando a algunas personas en edades diferentes dentro de la misma secuencia, o al mismo personaje encarnado en varios actores que a veces, incluso, comparten plano, y hasta pueden tener distinto sexo.
Superpone conceptos procedentes de películas, novelas o poemas a reflexiones y conflictos aportados por los propios de los personajes-
Bien, pues con toda esa mezcolanza, Kaufman logra componer un hermoso tapiz en el que casting, caracterización, interpretaciones, música y hasta danza no pueden dejar de seducirnos. Sin olvidar el inquietante clima que se establece desde la primera escena –y que va en aumento, casi exponencialmente– al que contribuyen todos los elementos: la claustrofobia automovilística, el infernal clima meteorológico, ese paisaje desolado, prácticamente desértico, que les acompaña la mayor parte del tiempo, el lóbrego caserón de los suegros, los largos y solitarios pasillos del instituto, la extrema lentitud de algunos tempos (un viaje que no acaba nunca, los padres tardan una eternidad en bajar a recibirlos), los animales: ese perro real o imaginario, los cerdos y su truculencia. Todo, absolutamente, abunda en lo mismo.
Queda claro, pues, que nos inquietaremos por el destino de los personajes, de Jake (el tipo aparentemente pacífico que sufre accesos violentos periódicamente) y de Lucy (el personaje más proteico de todos, que constantemente cambia de nombre y profesión), pero deberíamos preocuparnos más por lo que sucede dentro de nosotros, pues sufriremos, seguro, un pequeño cataclismo ya que la película nos enfrentará a nuestras propias certezas y acabaremos planteándonos cuestiones como la frustración por una vida desperdiciada, lo ilusorio de las fantasías masculinas y las inseguridades que producen, la incomunicación en general, el mito del amor romántico, la realidad de las relaciones tóxicas, tanto en la pareja como entre padres e hijos, el terror que siempre acecha a las mujeres y un largo etcétera. Pero, sobre todo, vamos a preguntarnos por el motivo de la misoginia omnipresente, de una quimera de posesividad nunca superada –que se manifiesta, tanto en el propio relato como en retazos de películas y en alusiones diversas– que acaban anulando a quien las ha aceptado toda su vida. Se nos sitúa, pues, en un ambiente de derrota donde las fantasías ya se han esfumado y no hay posibilidad de resucitarlas.