“-Muchas veces,
mientras estaba arando o trabajando -prosiguió lentamente el abuelo-, he
pensado y razonado sobre la época en que Jesús va a descender nuevamente a la tierra.
Porque siempre lo he deseado tanto que
me parece a mí que va a ser mientras yo estoy aún vivo. Lo he estudiado
muchas veces. Y así es como lo tengo pensado. Me imagino que voy a estar de pie
ante Jesús con todos mis hijos y nietos y bisnietos y parientes y amigos. Y le
diré: “Jesucristo, todos nosotros somos pobres personas de color”. Y entonces Él pondrá su santa mano sobre nuestra
cabeza, e inmediatamente todos nos volveremos blancos como el algodón. Esa
es la idea que ha albergado mi corazón muchas, muchas veces.”
(Pg.
157: el suegro del Dr. Copeland hablando a su familia)
“Pero ¿qué ocurre con
un hombre que sabe? Ve el mundo tal como es y mira miles de años atrás para ver
cómo se produce todo. Observa la lenta aglutinación de capital y poder y cómo ha
llegado hoy a su cúspide. Ve América como una casa de locos. Ve cómo los
hombres tienen que robar a sus hermanos para poder vivir. Ve cómo los niños se
mueren de hambre y las mujeres trabajan sesenta horas por semana para ganarse
la comida. Ve a todo ese maldito ejército de parados y los miles de millones de
dólares y miles de kilómetros de tierra desperdiciada. Contempla cómo se aproxima la guerra. Contempla cómo cuando la gente
sufre tanto se vuelve mala y fea, y algo muere en ella. Pero lo más
importante que ve es que todo el sistema
del mundo está construido sobre una mentira. Y, aunque todo esto es tan
evidente como el mismo sol, los ignorantes han
vivido tanto tiempo con esa mentira que ya no son capaces de verla.”
(Pg.
163: Jake Blount a su amigo el mudo John Singer)
“Los hombres que
lucharon por la Revolución Americana se parecían tanto a las damas de Las Hijas
de la Revolución Americana como yo a un barrigudo perro pequinés. Sabían lo que
significaba libertad. Luchaban por una auténtica revolución. Luchaban para que
este pudiera ser un país dónde todos los hombres fueran libres e iguales. ¡Ah!
Y eso quería decir que todo hombre era igual a los ojos de la Naturaleza: con
iguales posibilidades. Esto no quería decir que el veinte por ciento de la
gente fuera libre de robar al otro ochenta por ciento restante sus medios de
vida. Esto no quería decir que un rico hiciera sudar sangre a otros diez mil
pobres para poder enriquecerse más. Esto no
quería decir que los tiranos tuvieran libertad de llevar a este país a una
situación en la que millones de personas están dispuestas a hacer lo que sea –engañar,
mentir o lo que sea– con tal de trabajar por cuatro cuartos. Han convertido
la palabra libertad en una blasfemia. ¿Me oye usted? Han logrado que la palabra libertad apeste como una mofeta para todo
aquel que sabe.”
(Pg.
170: Idem)
“Un cambio se operó en
Singer. (…) Erraba por aquellos poblados barrios situados junto al río que
tenían un aspecto más sórdido que nunca
desde que las hilanderías habían reducido su actividad aquel invierno. En
muchos ojos podía leerse una expresión de sombría soledad. Ahora que la gente se veía forzada a permanecer ociosa, se podía percibir
una cierta inquietud. Se producía un
ferviente estallido de nuevas creencias. Un joven que había estado trabajando
en las tinas de tintado de una hilandería proclamó de repente que había brotado
en él un gran poder sobrenatural. Decía que era su deber expresar una serie nueva
de mandamientos del Señor. El joven
levantó un tabernáculo y centenares de personas acudían todas las noches para
revolcarse por el suelo y sacudirse unas a otras, porque creían que se
encontraban en presencia de algo superior a lo humano. Y hubo un crimen,
también. Una mujer que no ganaba lo suficiente para comer creía que su capataz le había engañado en sus vales
de trabajo y le apuñaló en la garganta.”
(Pg.
211)
Carson McCullers, El corazón es un cazador solitario (1940)
Traducción: R. M. Bassols