lunes, 12 de febrero de 2018

Escritor, tus criaturas tienen que ser seres humanos

Cuando te pongas delante del teclado, has de tener en cuenta que una obra de ficción no es otra cosa que acciones humanas en el tiempo. Me explico, los personajes constituyen la materia con la que trabaja un escritor; teniendo en cuenta lo que dije ya en otro post, a saber, “de planteamiento a desenlace ha de producirse un cambio por leve que sea”, debes conseguir:
  • que los individuos del final sean diferentes a los que presentaste en un principio,
  • que el lector perciba claramente ese cambio.


Resultado de imagen de madame bovaryProcura no caer en un error, tan común en los principiantes, de acumular reflexiones y estados anímicos de un personaje sin que este haga nada más que estar pensando, es decir, sin que exista un auténtico relato. Más adelante, cuando te hayas convertido en un virtuoso, ya tendrás tiempo de saltarte las normas y aprovechar esa transgresión en tu beneficio, pero si hasta ahora anotabas tus reflexiones para desahogarte o entenderte a ti mismo sin ningún propósito artístico ni necesidad de que lo leyese nadie y estás empezando a sentir la necesidad de contar una historia, tienes que cambiar tus planteamientos. Cuando se modifica el objetivo hay que buscar otros métodos, lo cual no significa que tu personaje no pueda pensar, que no puedas introducir monólogos interiores, pero hace falta que lo tengas muy bien definido en tu cabeza para que el lector lo conozca y le resulte interesante. Una vez conseguido esto, estará dispuesto a seguirlo por cualquiera de sus vericuetos mentales.
Con personajes e historia se da el célebre dilema de el huevo o la gallina. Ambos están tan ligados que ninguno de ellos predomina sobre el otro. Si se te ha ocurrido una idea estupenda pero no encuentras los personajes adecuados para darle vida de forma convincente, la historia se cae. Lo mismo ocurre si creas un personaje la mar de atractivo y no sabes ponerlo en movimiento. La trama argumental surge de los personajes en sí mismos y de las relaciones que establecen entre ellos. Si eres capaz de imaginar a individuos concretos, con rasgos determinados, vida propia y suficientemente creíbles, ellos mismos acabarán moviéndose. Eso significa que algo, lo que sea, está a punto de ocurrir. Lo que no debes hacer nunca es manejarlos como marionetas que representan una historia ajena a ellos mismos, tienes que centrarte en su personalidad, dejar que se expliquen, que confiesen quienes son, sumergiéndote en sus vidas. Para empezar, te vendrá bien hacerte preguntas como “¿Qué va a hacer ahora X?”
Cuando hablamos de acción en un relato o novela, nos referimos a lo que sucede tanto en el interior como en el exterior de las personas. Las acciones de un personaje le caracterizan y lo dan a conocer al lector, por tanto, a medida que se desarrolle la trama le irá aportando más pistas. Incluso dentro del género de acción, el criterio definitivo para determinar su calidad es no anteponer la acción al diseño del personaje. Si acción y personalidad no coinciden, estaremos creando un producto artificial, inspirado por intereses meramente comerciales, sin ningún valor artístico. A pesar del papel, a veces importantísimo, de los acontecimientos (destino, azar, fatalidad o como queramos llamarlo), la respuesta del personaje siempre es crucial, ya que ante cualquier vicisitud –pongamos la muerte de alguien a causa de un incendio fortuito– cada individuo responderá de la forma que marque su temperamento.
Si pretendes  que el lector se solidarice con alguno de tus personajes, intenta que ambos deseen lo mismo, por muy lejos que este deseo se encuentre de los valores y razonamientos que rigen la vida cotidiana. Para eso hará falta –a pesar de los graves defectos que presente tu héroe –asesino, estafador, lo que sea– que destaques su aspecto más humano desvelando sus miedos, frustraciones, debilidades y esperanzas. Si consigues esto, sus decisiones podrán considerarse lógicas o por lo menos comprensibles. Desde luego, esto no es nada fácil porque tienes que manejar muchos resortes internos de tu criatura, de lo contrario estarás dando vida a un ser tan simple que más que una persona parecerá un muñeco y no resultará nada atractivo al lector.

Creación de personajes

Para empezar, tienes que distinguir entre personaje y persona. No todas las historias están protagonizadas por seres humanos. También pueden intervenir animales –y hasta vegetales y minerales–, objetos (acuérdate de Pinocho), personas muertas (como en la novela Pedro Páramo) y hasta ideas o entes abstractos (muy comunes en obras alegóricas, como el teatro de Calderón). En general, el secreto para transformar en personaje a un objeto inanimado, un espíritu o cualquier otra entidad que se te ocurra, es darle la posibilidad de realizar conscientemente una acción. Con ello, lo que estás haciendo es asignar rasgos humanos a alguien que en realidad no los tiene, un recurso conocido como humanización o personificación. Pero recuerda: el personaje, por muy extraño que sea, debe tener siempre su propia psicología.
Cuanto mayor sea tu experiencia vital –tanto humana como literaria– más creíbles serán tus personajes, ya que vas a depositar en ellos, muchas veces de forma inconsciente, los rasgos que has ido encontrando en la gente que has conocido. La mayor o menor profundidad psicológica que tenga un personaje determinará su importancia en el conjunto de la trama. Esta profundidad estará determinada, entre otros factores, por la longitud de la historia: el protagonista de un cuento de dos páginas será solo un esbozo a partir de unos cuantos rasgos significativos, pero en una novela de cuatrocientas páginas hay espacio para que el lector le conozca a la perfección: hábitos, ideas, simpatías y antipatías, trayectoria personal etc.
Resultado de imagen de el viejo y el marComo, lógicamente, no existen pautas concretas para construir un personaje, tienes que utilizar las que tu propia creatividad te dicte. Esto unido a las ideas aportadas por los modelos literarios que se adapten a lo que buscas, debería ser suficiente. Y no racionalices demasiado: confía sobre todo en tu intuición. Una vez dentro del proceso de creación, te encontrarás construyendo sus perfiles y tomando decisiones cada vez más detalladas sobre el tipo de relación que existe entre ellos. A veces, un personaje menor va cobrando importancia a medida que transcurre el relato sin que nos lo hayamos propuesto previamente.
En cuanto al nombre, no es imprescindible ponérselo a todos, ni siquiera el personaje principal, pero sí tiene que haber una forma de nombrarlos. Hay quien los identifica por un rasgo como la profesión (el guardián o el juez, personajes de Kafka) o por la inicial del apellido del autor, con nombres de variables matemáticas (en el mismo Kafka: la inicial K, o las letras A y B) o por el apodo con que es conocido por el resto de los personajes. Otras veces se conoce el nombre propio de alguien pero el autor, por el motivo que sea y porque está en su derecho, se refiere a él usando un adjetivo que lo define. Otro recurso es que el nombre informe del rol que se le asigna en la historia para que aumente la sensación de realidad (es lo que ocurre en Rayuela, novela de Julio Cortázar, con el personaje conocido por La Maga). Pero lo más común y verosímil es emplear nombres corrientes y sonoros que no se utilicen a menudo.
Otra posibilidad a tu alcance es que tú mismo seas tu propio personaje, si cada elemento es susceptible de convertirse en literatura tú no vas a ser una excepción. Podrías ser un simple observador pero, además de contar con ejemplos ilustres como la novela Niebla de Unamuno, es difícil resistir la tentación de convertirte en protagonista de lo que estás escribiendo, y más en una época dónde la autoficción cobra cada vez más importancia; además, facilita muchísimo el trabajo. Pero si no estás muy atento esto puede jugar en tu contra porque:

  • en un campo tan trillado como ese resulta casi imposible ser original
  • al haberse abusado tanto de este procedimiento, los lectores se están saturando y empiezan a sentir rechazo por esa clase de producto.
Otro procedimiento, aunque muy difícil de aplicar correctamente, es convertir a uno de los personajes del relato en narrador omnisciente. Aquí habría que recurrir a tretas como que los demás confíen en él y le cuenten lo que saben informando de paso al lector.
En realidad, todo está permitido siempre que seas capaz de sacarlo adelante con eficacia. Pero sé sensato, primero mide tus fuerzas recurriendo a los usos más sencillos, y proponte nuevos retos a medida que vas adquiriendo experiencia. Piensa que, hasta que no hayas reunido una obra más o menos extensa, no puedes saber lo que te da resultado y lo que no.
Para acabar, te recuerdo que existen novelas con protagonista múltiple. Son las novelas corales, cuya dificultad, como podrás imaginarte, es mucho mayor. Cito alguna de las imprescindibles: Mientras agonizo de Faulkner, Cien años de soledad de García Márquez, Ensayo sobre la ceguera de Saramago y La Colmena de Cela. Si no has leído alguna de ellas ponte a ello, ya que todo escritor que se precie debe conocerlas, incluso si no tiene intención de imitarlas, para aprender a mover los personajes y por otra infinidad de motivos.

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