miércoles, 22 de marzo de 2017

La Baronesa (XI)

Me matarías, Rosario, si supieses que fui yo la que acompañó a John a Thailandia en calidad de consejera y cómplice. No sé si servirá de algo, has de saber que le siguen atrayendo las mujeres, pero no, nunca he sido su amante si es lo que estás pensando. No es que se privase de insinuarme que estaba dispuesto cada vez que se le presentaba la ocasión, pero me gustan más varoniles y, por encima de todo, está la lealtad. El hecho de que, cada cual por su lado, nos hayamos desconectado de ti, no es excusa para traicionarte.
Me chiflan los folletines, Rosario. El hombre que me embaucó el día que decidí abandonarte me surtía de fotonovelas y de novelitas románticas compradas en quioscos de prensa. Yo misma, en cuanto me veía sola en la casa, me atiborraba de seriales radiofónicos. Por eso nunca podría llevarme mal con la prensa. Les comprendo tan bien. Si la vida me hubiese permitido trabajar en le papier couché,  traería y llevaría toda clase de chismes, fisgaría en las mansiones y los antros, airearía los trapos sucios de todos, propagaría bulos por acá y por allá, sería la correveidile perfecta. Tiemblo de emoción cuando imagino la posibilidad de elevar y destruir solo con el poder de la palabra. Nunca he entendido a los que defienden la prudencia o la discreción, son tan aburridas como beber agua cuando se tiene vino a mano. Quizá ese sea el motivo de que, al poco de conocernos, Daniel me prohibiese conceder entrevistas.
Visitamos hoy el hogar de los Legard, Madame Legard, ataviada con traje estampado en tonos salmón y reineta…”
Nada. Ni siquiera después del divorcio. Tuve que firmar una cláusula renunciando a hablar de mi vida matrimonial para poder cobrar la pensión. Habría preferido seguir casada, tenía olfato para comprar arte y, cuando despedimos a los asesores tras haberme enseñado todo lo que sabían, hice ganar mucho dinero a Daniel. La verdad es que soy una yonqui de los lienzos –sí, ni siquiera ellos acaban de saciarme – compro, compro y, por mí, no vendería nada nunca. Puede que sea porque odio el dinero: en cuanto me acerco a una cuenta corriente saneada, me empeño en vaciarla lo antes posible.
Solo por el arte y la verdad merece la pena vivir: la verdad es un arte y la muerte una forma de resignarse a su pérdida. Pero decir la verdad puede ser, en ocasiones, una forma de suicidio.
Aquella aventura no la emprendimos John y yo solos, nos acompañó Serafín Vergara, tu primo venezolano tan adulador como atractivo, que tu ex nos presentó a Daniel y a mí al poco de iniciar nuestra amistad. Por entonces todavía vivíamos juntos, no me abandonó por mi drogadicción ni por mi obesidad mórbida, ni siquiera por mi alcoholismo. Lo que le impulsó a dar el portazo definitivo fue la aventura tailandesa que mantuvimos Serafín y yo con la complicidad de tu británico de apellido español, ese que, por motivos de fuerza mayor, estaba a punto de pedir el divorcio.
Archivo:Hilda Fearon-La fiesta del té.jpg
Hilda Fearon - La fiesta del té (1916)
Acudimos a mister Carranza gracias a la recomendación de las Jennys, las Melissas y demás aspirantes a actrices que invadían nuestro despacho a diario. Por sus representantes, más que por ellas, supimos que era él quien sonaba en los círculos selectos como el mejor detective internacional, que muchos le hubiesen contratado de haber podido permitírselo, simplemente para fardar, aunque no tuviesen que buscar ni un alfiler, y menos aún a varios hijos desperdigados en algún rincón del mundo.
A la vuelta, los dos siguieron tratando a Daniel como si nada. Nadie habría podido sacarles ni una palabra. De haber sido preciso, se hubiesen dejado cortar la lengua. Fui yo, con mi reconocida incontinencia verbal, la que le confesó todo a los pocos días de regresar, solo porque seguía enfadado conmigo por culpa del viaje y me volvió la espalda la mañana de un 12 de enero. Una de las más depresivas y resacosas de mi vida, y juro que ha habido unas cuantas. Otros celebran los cumpleaños de sus hijos y yo me angustio cada día más. Mientras esos días continúen en el calendario, siento que me desuellan viva, me quedo mirando al ventanal –mi tentación constante y el mejor bálsamo para los nervios– y solo pienso en morirme.
Para ser un poco más feliz tendría que haber reunido la mitad de tu coraje y aún así me faltaría esa frialdad que tanto te reprochan. Suerte que tienes. Estoy segura que, de haber tenido ese carácter tuyo, aún seguiría entera, no me habría desintegrado como un balón que flota por el cosmos.

2 comentarios:

  1. Nunca he entendido a los que defienden la prudencia o la discreción, son tan aburridas como beber agua cuando se tiene vino a mano... Curiosa concepción, yo debo sermuna aburrida de tomo y lomo, pero, qué le voy a hacer, pienso al revés que esta aventurera y vividora mujer. Un relato estupendo, profesional, salido de una pluma que sabe lo que quiere escribir. Felicidades!!

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  2. Hola Maru
    Sí, la verdad es que mis post son un poco canallas, no como los tuyos, mucho más amables. Me gusta que hayas entendido al personaje, yo tampoco soy como ella, pero para eso está la literatura, para dar voz a los que nos gustan y a los que no. Si nos apetece hablar de estos, claro.
    El relato La Baronesa tendrá tres personajes principales: Rosario (a la que ya conocemos porque es la que ha llevado la voz cantante hasta ahora), Catalina (que ha empezado a hablar hace poco y lo hace desde el presente) y John (al que solo conocemos por referencias pero, te aseguro, dará mucho que hablar). Si no has leído los post anteriores, te aconsejo que pinches en la etiqueta "Baronesa" y podrás verlo todo seguido.
    Un abrazo y mil gracias por tus elogios

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