viernes, 30 de diciembre de 2016

La Baronesa (X) - SEGUNDA PARTE

Un nuevo bofetón de la vida. Rosario ha vuelto a aparecer, no en persona sino su presencia virtual en forma de fotos e información de primera mano, después de tantos años sin pensar en ella y mucho menos indagar sobre su paradero. Cuidado con revolver cajones buscando algo –me decían en el albergue donde me crié– porque encontrarás lo que menos te esperas. ¡Qué gran verdad! Éramos unas crías entonces. Ella me escandalizaba, aunque no tanto como yo a ella, y me aterraba con aquellas ideas suyas que tan insólitas me parecían en esa época y que he ido incorporando a mi vida a medida que iba viviéndola. Arrinconé sus consejos en lo más hondo de la memoria y quedaron allí, como un sedimento que ha servido de faro cuando me sentía más perdida.
¡Bendita y maldita Rosario! No sé cómo pudiste enseñarme tanto en tan poco tiempo con todo lo que me odiabas, con esa superioridad que creías tener sobre mí, no porque fuera negra –aunque por entonces no hubieses visto ninguna– sino por lo pequeña e ignorante que te parecí desde el principio. En lo segundo acertabas de pleno; y mi aspecto, siendo casi dos años mayor que tú, era el de una niña, demacrada y escuálida, tan inquieta como si bailase sobre brasas, toda yo ojos y labios, con la cabeza cuajada de liendres.
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George Bellows - New York (1911)
Te evoco ahora, desde mi modesto apartamento neoyorquino adónde llegamos en busca de algo inmensamente más valioso para mí y que, por desgracia, no he encontrado ni encontraré en lo que me queda de vida. Sí, me casé. Y luego volví a casarme, esta vez con un canadiense, Daniel. Daniel Legard, (¿recuerdas lo bien que hablaba francés?), y ahora estoy, como tú, tramitando el divorcio aunque las causas sean bien distintas. No creo que volvamos a vernos, tú volviste a España hace tiempo y yo me he quedado varada en este diván –espléndido, pese a haber sido rescatado de un contenedor–  frente al enorme ventanal de un piso 38 con vistas a la bahía y a un paso elevado y que escogimos, aunque no es más que una cajonera de apenas treinta metros,  por nuestra precariedad de entonces y porque el vértigo producido por tanta inmensidad consiguió elevarme el ánimo un poco.Me zarandearon los recuerdos la primera vez que John me habló de ti. Incluso antes, cuando vi tu foto en el despacho con él y tus hijas. Un monumento al convencionalismo y un icono a la respetabilidad, a pesar de los pesares, pues es precisamente en esos trances de la vida cuando de verdad hay que guardar las apariencias.
Sin pretenderlo, lo sé todo de ti, Rosario. Ambas tuvimos muy buena y muy mala suerte. La tuya seguramente mejor que la mía, pero no sabrás apreciarla en lo que vale porque siempre has sido bastante ambiciosa, no te conformas con nada y eso, digas tú lo que digas, te impide disfrutar de lo que tienes.
Desenvuelvo otra chocolatina. Ya hace diez minutos que no como, pero tengo la mesita de té a mi lado bien surtida de dulces. ¿Sabes cuantos quilos peso ahora? Nada menos que ciento catorce, si me tuvieses delante no podrías reconocerme. En cambio tú estás igual que en mis recuerdos. Más vieja, claro, y con un tinte rubio que, aunque esté mal decirlo, te sienta fatal, pero con la misma chispa en la mirada y con ese mentón voluntarioso que se ha convertido en tu sello. Desde que viajamos a Francia en aquel tren que se caía a pedazos el mundo ha cambiado tanto que nos ha vuelto del revés a las dos;  no sé muy bien quienes somos ahora pero me cuesta muy poco comprender a las que fuimos entonces.
Joaquín Torres García - La feria  (1917)
Si John y tú pudieseis hablar alguna vez –pero es imposible porque él ya no existe, hace tres meses que se esfumó en el aire y lo peor es que nunca vas a aceptarlo– te mostraría entusiasmado la voluptuosa hembra en que me convertí años atrás, gruesa pero espléndida y mucho menos cascada que ahora, elegante en su caftán de raso, la mirada retadora desde la portada de Fruits, aquella efímera revista que tuvo a bien promocionarnos. Una negra decorativa es el mejor emblema para un decorador de éxito, pero yo soy una mujer angustiada y no puedo cuidar mi imagen con el afán que se espera de mí. La imagen y el matrimonio siguen siendo la tabla de salvación de las mujeres en esta sociedad, eso y los hijos. A mí ya no me queda ninguna de esas cosas. Soy una adicta que renunció a sentarse en círculos bienintencionados y reconocer lo bajo que ha caído. Fumaré, me pincharé, beberé y comeré todo lo que quiera, nadie podrá arrebatarme ese consuelo, ni Daniel, por mucho que me pese. No soy una buena compañía ni una buena influencia ni siquiera he podido ser madre. Pero vivo en un piso 38 con solo tres paredes, y si un día resbalase en el alfeizar tendría garantizado el fin.
Continuará

domingo, 25 de diciembre de 2016

La llegada - Arrival (2016)

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La ciencia ficción, como el género negro, cuando no se queda en la superficie nos cuenta algo (o mucho) de nosotros. Personalmente me aburre la acción pura, pero también empiezan a cansarme un poco todas esas películas de autor, perfectamente narradas y con una fotografía maravillosa que plantean cuestiones éticas de actualidad; aunque siga disfrutando con ellas, últimamente salgo del cine con la sensación –cada vez más insidiosa– de haber visto lo mismo que la semana pasada, la anterior, la otra y la otra. En este momento lo que necesito son films que, contando una historia coherente y haciéndose preguntas, asuman más riesgos conceptuales y formales, contengan más dinamismo y sus planteamientos no sean necesariamente de índole moral
En este caso, la investigación científica se alía con la ciencia ficción, sin olvidar la humanidad de los personajes (humanidad que se hace extensiva a los extraterrestres) para situarnos en una encrucijada que nos mantiene en vilo durante gran parte del tiempo, pero que se resuelve a base de topicazos, simplicidad y sensiblería sin llegar a conseguir un desenlace convincente. Y esa ha sido mi mayor decepción.
Resultado de imagen de la llegada criticaEl punto de partida deriva de las teorías lingüísticas de Sapir y Whorf concebidas en la primera mitad del siglo XX, que han sido bastante malinterpretadas y que, en definitiva, vienen a señalar que las características de una lengua configuran la visión del mundo de los hablantes. Idea más que brillante para emprender una aventura cinematográfica, y que, por otra parte, supone un gran reto, porque no era nada fácil conseguir que desarrollo y desenlace estén a su altura. Y ahí es donde se ha perdido la oportunidad de llevar a cabo una aventura tan memorable como la que se contempla en la pantalla, la rara oportunidad de ejecutar una gran obra de arte que perdure en la historia del cine. Una lástima que tantas potencialidades se hayan quedado a mitad de camino por haber perseguido un sensacionalismo tan estéril como absurdo.
A los espectadores se nos sitúa en un escenario algo apocalíptico y, ciertamente, hipnótico, una gran puesta en escena para mostrar el encuentro entre un puñado de seres humanos con dos de habitantes de otra galaxia que han llegado, aparentemente, en son de paz a la tierra. A mí esto me interesa porque me da igual quien de ellos es, supuestamente, capaz de fabricar las armas más potentes, las más rápidas, las que sean capaces de desintegrar primero al otro, lo que me importa es algo mucho más sutil, constructivo y complejo: cómo pueden llegar a entenderse dos tipos de organismos biológicos tan alejados y, por tanto, dos sistemas lingüísticos absolutamente independientes.
La grafía de los extraterrestres, así como su forma de materializarla me han parecido ingeniosos y esperanzadores: en ese momento, todavía estábamos a tiempo de asistir a  una convincente puesta en escena.
Me interesé por esta película tras haber leído por ahí que en caso de descubrir alguna vez esa inteligencia interestelar que tanto se nos resiste, resulta prácticamente imposible que exista comunicación entre ambos sistemas mentales. Se argumentaba que no hay más que fijarse en los órganos de fonación de otras especies que habitan nuestro planeta –es decir, cuyas condiciones ambientales son más o menos las mismas, al menos en aquellas que se desenvuelven en un medio terrestre. Cualquiera de ellos –y otros muy diferentes al haber nacido en condiciones tan distintas, mucho más que la de un ornitorrinco o un gusano por ejemplo– podrían caracterizar a los eventuales alienígenas. Y si dejamos los rasgos físicos y nos fijamos en estructuras del pensamiento que dan lugar a un lenguaje, articulado o no, una sintaxis, semántica etc, concluiremos que, aunque llegásemos a encontrarnos con ellos, adentrarnos en su pensamiento no parece nada realista. En cierto modo, esto es lo que sucede en la película, donde la elipsis absoluta de los métodos de transcripción y traslación eluden el espinoso asunto de los métodos.
Resultado de imagen de la llegada criticaPero una hipótesis atrayente,  por muy inverosímil que parezca, nunca invalida un argumento, al contrario, lo dota de un encanto del que carecen la mayor parte de los relatos anclados firmemente en el territorio conocido (y trillado) de la vida real.
No voy a desvelar los elementos que han servido de pauta a los guionistas para sacar adelante un esquema argumental tan ambicioso. Solo diré que son de dos tipos y que ninguno de los dos me parece afortunado.
El primero lleva los postulados científicos a un punto tan inverosímil que desmiente cualquier razonamiento. Esto sería aceptable si la trama se hubiese construido con materiales exclusivamente fantásticos, pero su fundamento eminentemente racional le obligarían a mantener una coherencia que se pierde por completo cuando se nos conduce por los caprichosos y facilones derroteros que acaban enfrentándonos a un desenlace increíble.
Pero aún me molesta más el que sirve de base al desenlace. Un pegote sentimentaloide que coloca dos valores en el mismo contexto: el factor-hijos y el factor-enfermedad incurable. Valores seguros desde el punto de vista comercial que, desde un enfoque exclusivamente narrativo, constituyen un chantaje emocional, una trampa tan obvia que resultará cargante y hasta antiestética a cualquier espectador con un mínimo de capacidad crítica.


·         Director: Denis Villeneuve
·         Reparto: Amy Adams, Jeremy Renner, Forest Whitaker, Michael Stuhlbarg, Mark O’Brien, Tzi Ma, Nathaly Thibault, Pat Kiely, Joe Cobden, Julian Casey, Larry Day, Rusell Yuen, Abigail Pniowsky, Philippe Hartmann, Andrew Shaver
·         Guión: Eric Heisserer (Relato: Ted Chiang)
·         Música: Jóhann Jóhannsson
·         Fotografía: Bradford Young
·         Género: Ciencia Ficción
·         Duración: 116 min.
·         Año: 2016

martes, 20 de diciembre de 2016

Leído en 2016



NOVELA:
-         La tierra que pisamos – Jesús Carrasco 7
-         El rumor del oleaje – Yukio Mishima 7
-         Las chicas – Emma Cline 3
-         Los versos satánicos – Salman Rushdie 9
-         Zona – Mathias Enard 9
-         Farenheit 451 – Ray Bradbury 5
-         Meridiano de sangre – Cormac McCarthy 10
-         El origen. Una indicación – Thomas Bernhard 8
-         Un detective en Babilonia – Richard Brautigan 5
-         Familia – Ba Jin 6
-         El perfeccionista en la cocina – Julian Barnes 4
-         Brújula – Mathias Enard 9
-         La muerte bebe en vaso largo – Manuel Vicent 6
-         Las lanzas coloradas – Arturo Uslar Pietri 8
-         La mano invisible – Isaac Rosa 6
-         El museo de la inocencia – Orhan Pamuk 8

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RELATO:
-         Crónicas del encierro – Izaskun Gracia Quintana 7
-         Mi vida querida – Alice Munro 8
-         El corazón tardío – Antonio Gala 5
-         Las aventuras de Sherlock Holmes – Arthur Conan Doyle 8
-         El ángel negro– Antonio Tabucchi 9
ENSAYO
-         No leer (artículos) – Alejandro Zambra 6
-         En defensa del error – Kathryn Schulz 10
-        La fábrica de la infelicidad – Franco Berardi (Bifo) 7
-         ¿Es usted un psicópata? – Jon Ronson 4
-         Tratado de ateología – Michel Onfray 10
-         La sociedad invisible – Daniel Innerarity 8

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sábado, 10 de diciembre de 2016

Feminizar la política

"Cuando a las personas se nos coloca en estratos y no en eslabones todos salimos perdiendo"
Gloria Steinem

Hace pocos días se formó en los medios de comunicación una de esas tormentas cíclicas, basadas en declaraciones de personajes con proyección social, que al periodismo tanto le gusta provocar. En este caso, el político en cuestión había declarado que incrementar el número de parlamentarias estaba muy bien, que era necesario pero no suficiente, que lo urgente ahora, además de esto, era feminizar la política.
Como pueden imaginar, la demagogia más rastrera se cebó con la frase en cuestión, con quien la emitió y, naturalmente, con el partido que representa. Periodistas conchabados con el gobierno, representantes de este, y prácticamente todos los que no comulgan con las siglas del interviniente fingieron que no habían entendido el mensaje, le dieron la vuelta como si fuera un calcetín y ofrecieron al público una interpretación machista diametralmente opuesta, tanto en espíritu como en letra, de aquellas afortunadas palabras.
Y las considero afortunadas porque representan lo realmente esencial, no solo del feminismo sino de cualquier humanismo que se precie de tal, porque solo su puesta en práctica representaría un verdadero avance social y porque hicieron tanta pupa a los oponentes que tuvieron que esforzarse a conciencia para que el mensaje no obtuviera el éxito que, sin duda, tendría asegurado de no ser por su torticera interpretación.
Feminizar la política significa que no solo las mujeres accedan a los puestos ocupados hasta hace poco por hombres, sino que el papel de cuidadoras, mediadoras, etc. que tenemos reservado hasta ahora sea patrimonio de todo el mundo. Se necesita, sin más pérdida de tiempo, una conciencia solidaria, una empatía, un humanismo, una forma de ver la vida más pacífica, no tan economicista y utilitaria, y eso lo traemos nosotras de serie, no porque lo llevemos en los genes -aunque convenga y se intente hacernóslo creer- sino porque se nos ha inculcado desde que estábamos en el vientre materno para que al crecer nos convirtiésemos en ese canal de apoyo y ayuda que está dispuesto a volcarse y hacer sacrificios sin pedir nada a cambio, y que tan conveniente resulta a los grupos humanos de cualquier tipo, complejidad y dimensión.
Que los varones se eduquen en unos valores diferentes, que dejen de primar la codicia y la violencia, nos convertiría en más igualitarios, la sociedad se volvería menos convulsa, más pacífica y empática, menos jerárquica, más respetuosa, menos materialista, más centrada en los seres humanos.
¿Hay algo de malo en esto?
Lo único malo es que levanta ampollas en los que temen que el ciudadano de a pie capte el mensaje y comience a considerarlo. Se trata de un mensaje pacíficamente revolucionario pues pone en cuestión muchos de los fundamentos sociales que desestabilizan la convivencia para beneficiar a los cuatro privilegiados de siempre. Muchos intereses creados se tambalean con un planteamiento así, pero la inmensa mayoría nos beneficiaríamos de sus consecuencias. Por eso había que poner el grito en el cielo desde la primera décima de segundo y tergiversarlo antes de que penetrase en la conciencia de la gente.
Existe una línea invisible que separa lo tradicionalmente considerado femenino de su homólogo masculino. Esto último se beneficia de su propia agresividad por una parte y, por otra, de la predisposición a ayudar del sexo contrario que la humanidad ha venido sembrando en sus mentes desde los comienzos de las civilizacioens. Mandatarios versus servidoras, violencia masculina en contraposición a una pujanza femenina orientada a servir a los demás. El crimen perfecto, sí, pero también el caldo de cultivo para gran parte de los desastres que afectan a todos los seres humanos. Modificar esto supondría un gran paso adelante pues solo de esa forma sería factible eliminar las ventajas de unos pocos en beneficio de todos los demás.
Como explica la activista norteamericana Gloria Steinem en su último libro publicado en España:
“… empecé a comprender que las mujeres también éramos un exo-grupo. Esa constatación despejó misterios como el de por qué el rostro del Congreso era masculino y en cambio el de la asistencia social era femenino: por qué a las amas de casa se las denominaba “mujeres que no trabajan” pese a que trabajaban más tiempo, más duro y por menos dinero que cualquier trabajador; por qué las mujeres llevaban a cabo el setenta por ciento del trabajo productivo del mundo, remunerado y no remunerado y, sin embargo, solo poseían el uno por ciento de las propiedades; por qué masculinidad era sinónimo de liderazgo y feminidad era sinónimo de seguir el extraño baile de la vida diaria."

Mi vida en la carretera, Gloria Steinem - Editorial Alpha Decay, 2016 (Pag. 88)