domingo, 30 de octubre de 2016

Cita a ciegas

PRIMER ACTO

“Los mayores progresos de la humanidad se han obtenido a golpe de talonario. Nada es ajeno a la economía, hasta la propagación de la especie se consigue dotando al sexo débil de regalías materiales para que se avenga a reproducirse.”

-Frase polémica donde las haya, y la firma un tal Bledo. ¿Qué significa “bledo”? Objeto insignificante, ¿no? Algo que no importa nada en absoluto, nunca lo he oído en otro contexto. Eso da a entender que solo quiere polemizar, que no nada es sincero y…
-O sincera.
-¿Cómo? ¿Supones que algo así se le puede haber pasado por la cabeza a alguien del sexo femenino?
-A estas alturas, Angélica, me puedo creer cualquier cosa.
-Ya salió el pedante. Que me lleves ocho años no significa que…
-Admito que es más que probable que lo haya escrito un hombre, lo que quiero decir es que no hay que descartar nada.
Era un buen arranque para lo que, según proyectaban, sería un magnífico trabajo de campo
-¿Le harías una entrevista?
-¿Y que conseguiría con eso? Creo que, en este caso, la más indicada eres tú.
-A ver… “Bledo”. Aquí está. ¡Anda! Si es una planta, mira.
-“De tallos rastreros”. Algo rastrero sí parece el tío.
-Dijiste que era una tía.
-Para nada. Lo que dije es...


SEGUNDO ACTO

Angélica y Julio, que además de ser pareja trabajaban en el mismo periódico, habían pasado semanas buscando un tesoro oculto para utilizarlo en una investigación sociológica. Convencidos de que derribarían tópicos con su genial idea, habían llegado a planear, solo en el caso de que el reportaje llegase a tener éxito, publicarlo por extenso en forma de libro. Pero ninguno de los foros consultados (sociológicos, políticos, de género, BDSM, LGTB etc.), había producido una perla lo suficientemente polémica. Por eso ahora, tras dejarse las pestañas delante de la pantalla durante horas, echaban espuma por la boca de puro deleite. Él exhibía su trofeo, encontrado en un oscuro rincón dedicado a movimientos artísticos recientes, con el mismo orgullo que si hubiese ganado un óscar.
Ella consiguió, por fin, arrastrar al susodicho a un privado donde habían podido hablar a solas de asuntos más o menos personales. Naturalmente, le había dado un nombre supuesto, ocultaba profesión y estado civil y se había visto obligada a iniciar un discreto coqueteo. Por su parte, el tal Bledo seguía en sus trece, aferrándose a aquel absurdo apelativo y no facilitando ninguna pista sobre su verdadera identidad. Pero intercambiaron teléfonos y llegaron a hablar cinco minutos. Definitivamente, era varón.
Lo reconoció entre montones de viandantes porque, entre todos ellos, parecía el único digno de lástima: a unos diez metros del célebre Monumento a las Musas, se había encasquillado en la aglomeración de una parada de taxis sufriendo estoicamente los empujones de unos y otros sin lograr avanzar un solo paso.
Le llamó.
-Te estoy viendo. Te espero delante de la estatua. Esa acera está imposible, no pretenderás que me acerque.
-No sé qué estatua dices.
¿El monumento más aclamado de la localidad y no era capaz de dar con él? ¿De verdad era un experto en arte aquel hombre? Recordó las palabras de Julio: “No te fíes un pelo de él, hazme caso, que tú eres muy confiada.”
-La estatua a las Musas, Bledo. Conocidísima. Además, la tienes al lado, menos mal que no es un tigre.
-¿Ya me has reconocido? ¿Tan pronto? ¿Qué quieres decir con lo del tigre?


TERCER ACTO

Tras comprobar que todo un doctor en Historia del Arte era incapaz de reconocer los edificios más señeros del centro histórico, Angélica se había dejado conducir a las tascas más cochambrosas que haber puede. Había que reconocer que, de garitos, el fulano entendía, ¡vaya que sí!
Acabaron sentados en un mesón que preparaba unas raciones estupendas.
-Te recomiendo la de ensaladilla. Muy buena. Podemos compartir, si quieres.
Julio, ella, los compañeros, también eran asiduos de aquel sitio, el único recomendable de todos los que habían visitado
-No sé. A mí, lo que me gusta de aquí es la tosta de morcilla con manzana.
A Bledo le quedaban solo unas greñas que se había teñido de rubio, tenía ojos saltones y muchas venitas coloradas transparentándose en sus mejillas. Se preguntó cuántos  chatos de vino habrían caído ese día aparte de los que habían tomado juntos.
Modigliani - Jacques and Berthe Lipchitz

CUARTO ACTO

Decidió pasar al ataque. Si no preguntaba cuanto antes por el significado de la frase de marras, corría el riesgo de resbalar entre una voz cada vez más estropajosa y un estado mental mucho menos claro de lo que el otro intentaba aparentar. O lo que es lo mismo, como no espabilase no iba a sacar nada en limpio de aquello.
Su teléfono vibró, Julio le mandaba un mensaje preguntando si todo iba bien.
-Ok, ok.
Un momento poco oportuno para interrupciones. No había tiempo que perder, se daba cuenta.
-Sobre lo que comentabas en aquel foro…
-¿En el foro dices?
-Sí. Escribiste que absolutamente todos nuestros actos tienen un fundamento económico y que nosotras…
-Para, chica. ¿Te vas a poner filosófica ahora? ¡Venga ya! ¿No ves que no es el momento?
-Ya. ¿Y quién decide cuándo es el momento para algo? ¿Tú, yo, el camarero, los clientes, el limpiabotas, la mujer de los servicios?
Él masticaba ávidamente. Cuando acabó con la ensaladilla, la emprendió con la tosta, no paró hasta dejar el plato reluciente. Angélica casi se había resignado, si buscaba teorías demenciales iba a tener que inventárselas. Empezaba a plantearse si no sería buena idea acordar una retribución, aunque fuese simbólica. ¿Cuánto podría cobrar un individuo como ese por manifestar sus pensamientos más peregrinos? Sería cuestión de planteárselo, por lo que llevaba visto no le parecía que fuese a pedir un dineral.
-Ahora vengo– dijo.
Y se encaminó hacia la puerta.
Angélica creía no haber visto nunca un WC en aquella dirección. Habría jurado que en todo el local solo tenían dos, uno en el lado opuesto y otro en la planta de arriba.

QUINTO ACTO

A los tres minutos, cuando la sospecha de que el fulano la había dejado plantada comenzaba a convertirse en certeza, sonó el teléfono.
-Hola. Soy yo. Bledo.
-Lo sé. Dime.
-Mira... Es que he visto a mi ex, ¿sabes? Y me resulta muy violento volver a la mesa, no me gustaría tropezármela. En la puerta te espero. Haz el favor de pagar lo que hemos tomado y ahora mismo te lo doy ¿De acuerdo? Oye… y recoge el chubasquero que he dejado en la percha.
¿Todo tiene un fundamento económico? ¿Quedas con una contertulia de la red solo para que te invite a cenar? Bah! Angélica, aparta telarañas mentales, seguro que el pobre hombre te espera como un clavo a la salida.
Pero no estaba allí, ni en ningún otro lugar de la terraza, ni fuera, en la calle, ni en los alrededores del bar.
Se había hecho de noche. Ahora sí que tenía mala pinta aquello. Comenzó a alejarse rápidamente, casi corriendo entró en una calle lateral sin dejar de mirar a su espalda. De repente se fijó en que llevaba una parka en la mano, la más barata del mercado pero completamente nueva, y casi le da un patatús. Mientras buscaba una papelera, palpó a conciencia por todos los lados. Solo un paraguas, también recién comprado por cuatro perras, en el bolsillo derecho. Ninguna cartera, afortunadamente. Nada personal.
El teléfono vibraba en su bolsillo. Ojalá fuese Julio, se dijo, pero no iba a tener esa suerte. El tal Bledo dejó sonar el timbre hasta que se cortó solo, envió un mensaje: “Palmira, ¿por qué no sales? te estoy esperando”, luego volvió a telefonear.
Pero ella ya no era Palmira, había recuperado su personalidad y, sintiéndolo mucho, aquel era un hecho irreversible. Nunca debía haber venido, Julio lo hubiese hecho mucho mejor, al menos no tenía motivos para temer nada. ¿A cuál de los dos se le había ocurrido semejante estupidez?
Cuando se disponía a atravesar el puente atisbó, a la luz de las farolas, una figura muy parecida a Bledo. Creyó ver que trastabillaba, al borde de la barandilla, con una botella en la mano. ¿Es que a partir de ahora cualquier sombra que se me cruce me va a recordar a ese infeliz? Dio la vuelta y, sin pensarlo dos veces, se escabulló por un callejón contiguo. Le picaba la curiosidad, ¡cómo no! pero la tentación está para hacerle frente. Hay muchos motivos para hacer lo que hacemos –pensó mientras se subía las solapas–uno es el dinero, sí, otro el miedo, y por supuesto, la ambición profesional que es lo que me ha traído hasta aquí. Seguro que se me ocurren muchos otros, pero mejor seguir cavilando más tarde, cuando haya llegado a la avenida.

jueves, 20 de octubre de 2016

Arriesgarse o morir

7 : AM

Aquí sigo. Tumbada donde Gonzalo me dejó anoche después de manosearme a conciencia, con el espíritu alborotado y los nervios a flor de piel provocados por la ansiedad de estar a punto de embarcarse en la aventura de su vida, por decirlo como yo lo veo, o de abandonarse en manos de un destino incierto y traidor según sus propias palabras. No sentir la necesidad de dormir es una ventaja, no cabe duda, las ideas surgen, se complican y adensan, mi capacidad de observación carece por completo de límites, no hay periodos de modorra ni descensos de atención, puedo estar siempre alerta y no perderme ni un detalle de lo que me sea dado presenciar.
Los humanos duermen. No sé si por costumbre, afición o necesidad. Horas y horas, que paso reflexionando en la oscuridad, algo aburrida, hasta que él, Gonzalo, enciende la luz del cuarto de baño y se arrastra como un sonámbulo en dirección a la ducha mientras yo me recreo contemplando en el espejo mi imagen pizpireta. Soy verde, contundente, suave, resbaladiza y espumosa. Huelo de maravilla, además. El mayor de mis placeres consiste en deshacerme en manos de ese gigante que duda entre abandonarme para siempre o dejarme atravesar con él un océano que, por desgracia, ha perdido su carácter misterioso.
La culpa, naturalmente, es de la ciencia. No niego que sea útil pero, de una forma u otra, termina aniquilando la magia.
Saldré de dudas muy pronto, la decisión está al caer. En Méjico le espera el amor y la posibilidad de rodar su primera película. Un panorama demasiado tentador para escabullirse como es su costumbre. Nadie se lo pensaría dos veces, pero este hombre es tan pusilánime. No sé qué más tiene que ocurrir para que se convenza. El mundo es tuyo, le susurro cada vez que rozo sus orejas, pero le conozco bien, sé que el miedo a lo desconocido le atenaza, que a veces queda paralizado por el pánico, las piernas agarrotadas y las pupilas fijas en la lamparita que ilumina el espejo. Esta batalla se libra entre el miedo y él, nadie más puede intervenir. Veremos quién vence. Hace tiempo que hice mi apuesta.
Ella, Guadalupe, al contrario que su amado, es menuda, temeraria y morena. Con su metro y medio escaso y la melena al viento ha conquistado Centroamérica, Europa y un pedazo de Estados Unidos. Su productora comienza a estar en boca de los directores de peso, su chequera se abulta cada día que pasa, los contratos millonarios y las grandes figuras dan paso a más personalidades, nuevos proyectos, cada vez de mayor envergadura, a contratos con cifras aún más vertiginosas. Un círculo virtuoso que amenaza con engullir el mundo del celuloide. Y Gonzalo puede situarse en su centro, convertirse en su eje, amar y ser amado. Un caramelo al que solo haría ascos alguien que hubiese perdido el juicio.
Ya estoy viendo los titulares: “El gran actor, Gonzalo Burgos, ha obtenido un enorme éxito en el estreno de…” Reconozco que soy algo fantasiosa, que me falta experiencia de la vida. Mi mundo se reduce a estas cuatro paredes, mi horizonte es Gonzalo, mi futuro consiste en esperar.
Pero ¡calla! Ahí viene. Más pálido y taciturno que nunca. Sueña bajo el chorro con los ojos cerrados, me aprieta contra su pecho como si yo, pobre de mí, fuese esa tabla de salvación a la que necesita agarrarse con urgencia.

10 : PM

No me ha permitido acompañarle. He visto cómo atravesaba el pasillo arrastrando la maleta sin ni siquiera acordarse de mí.
Me iré consumiendo poco a poco, de pena, aburrimiento, soledad.
¡Qué no daría por presenciar sus éxitos, contemplar aquellos parajes, ser testigo de su historia de amor!
¿Quién será el intruso que viene a molestar a estas horas? Una llave que araña la cerradura, pasos…
Es él. Sin equipaje, con la mirada vidriosa y apestando a ginebra de garrafa.
Moriría por consolarle pero me es imposible: no soy más que una humilde pastilla de jabón.

sábado, 15 de octubre de 2016

Sed (Relato introspectivo)


La tengo ante mí, tan esbelta y transparente. Con ese cuello airoso, ese garbo. Desde donde estoy no alcanzo a tocarla, me siento incapaz de explicar el ansia que despierta en mí. 
Intuyo su frialdad a esta distancia, su hermetismo, esa fragilidad rígida que la vuelve tan elegante. 
Soy el náufrago sediento que se arrastra por la arena abrasadora de un desierto interminable para saciar su sed en ella, para beber gota a gota el líquido que atesora y que presiente refrescante y delicioso, para convertirse en el recipiente donde se vuelca, para dejarse inundar por el río que se deslizará a partir de la garganta y saborearlo, sentir cómo se derrama sobre el pelo, cómo su chorro le empapa la barba y el mentón, cómo el cuerpo entero se emborracha con su espuma dorada, embriagadora, juguetona, zalamera, cosquilleante.
Ella es la bailarina que destruye cualquier amago de arrogancia. Postrado ante tu cuerpo me rindo, depongo fuerzas, soy tu esclavo.
Ante ti, he perdido la voz y el movimiento, espléndida botella de champagne.

lunes, 10 de octubre de 2016

El arte de narrar 2: Imagina



Lo primero que hay que saber es que imaginación tenemos todos. Unos más y otros menos, pero se trata de una facultad humana que, como todas, puede desarrollarse practicando. Consiste en inventar contenidos nuevos a partir de esos materiales conocidos que nos suministra la experiencia directa, la formación académica, los productos culturales y artísticos que consumimos o los medios de comunicación. Ningún producto artístico o literario procede de la nada, hasta lo que nos parece más irreal y fabuloso está tomado, conscientemente o no, de algún sitio. Incluso si partimos de lo que hemos soñado, porque los sueños ya son, en sí mismos, la reelaboración previa de nuestra experiencia diurna. Eso significa que todo lo que nos rodea es susceptible de reciclarse transformándose en otra cosa, completamente distinta y por tanto irreconocible. El proceso puede ser inmediato o más o menos lento, sencillo o laborioso, pero ¿por qué escatimar esfuerzos cuando el resultado merece la pena?
¿Cómo ocurre esto? Pues, aunque unas veces se produzca de forma consciente, incluso voluntaria, y otras más misteriosamente, el mecanismo es siempre el mismo. Una realidad visible hace surgir una imagen, invisible claro, en nuestro cerebro mediante una elaboración personal, y el nexo que establecemos entre ambas da lugar a un nuevo significado. Que este sea más o menos parecido al modelo dependerá de lo que quiera conseguir cadaartista, pero también de su talento, de lo inspirado que se encuentre y del esfuerzo que ponga. Entendiendo que un mayor grado de fantasía no es sinónimo de calidad: unas veces pretenderemos que nuestro texto se ajuste fielmente a las circunstancias de la vida, otras, nos interesará crear un mundo de fábula. Dependerá de factores como nuestra propia motivación y objetivos, de quienes sean los destinatarios, de la oportunidad de nuestro producto etc.
Como digo, la imaginación nos llega de fábrica, eso significa que no podemos utilizar su carencia como excusa. Pero, y esto es lo malo, en estado puro es involuntaria, caprichosa y un tanto ingobernable. Al malinterpretar, idealizar, presuponer etc. también la ponemos en juego, pero son actos que de creativos tienen muy poco. La naturaleza nos ha otorgado un gran tesoro, una herramienta valiosísima, es verdad, pero antes de ponernos manos a la obra hemos de aprender a encauzarla. ¿Y esto cómo se hace? Usando la razón, otro recurso cognitivo innato que no puede faltar ni en el proyecto aparentemente más disparatado y delirante que se nos pueda pasar por la cabeza.   
Ante todo, hay que pulirla, afianzando nuestros puntos fuertes y fortaleciendo los débiles de nuestro imaginario particular. A partir de ahí, reelaboraremos nuestra experiencia convirtiendo los conceptos en imágenes artísticas concretas y sensoriales (visibles, auditivas, táctiles…). Es decir, no explicar sino mostrar, no contar lo que pasó sino hacer que pase ante los ojos de nuestros lectores. El cine, la publicidad y demás medios audiovisuales nos impregnan de un sinfín de imágenes facilitándonos la tarea. Eso sí, hay que seleccionar, priorizar y dejar que sean ellas quienes hablen por sí mismas, individualizándolas y dotándolas de rasgos concretos. Lo que reflejamos tendrá poco valor si no logramos que el lector lo visualice. Y, recordemos, el lector actual no se parece al de hace unas décadas: está familiarizado con un bombardeo continuo a cual más impactante, a echar un vistazo a impulsos antes que a leer de forma continuada, es decir, su lectura será dispersa la mayor parte de las veces. Por eso, hoy más que nunca y por mucho que le atraiga la temática, no soportará ninguna clase de ladrillo. Huyamos, pues, de las imágenes vulgares y tópicas, de lo que es redundante, de las trivialidades y las frases hechas. La realidad que presentemos al lector ha de tener garra, ser original y, sobre todo, estar viva. Contamos para ello con recursos como la visualización, la comparación y la metáfora. Ahí va un ejemplo:

"La librería de viejo de Aurelio Roncali se llamaba Books Kingdom, o sea El Reino de los Libros, y la marca, estampada sobre la primera hoja de cada uno, representaba una corona de rey encima de un libro abierto. Sara tenía muchas ganas de ir a aquella tienda, pero nunca la llevaban porque decían que estaba muy lejos. Se la imaginaba como un país chiquito, lleno de escaleras, de  recodos y de casas enanas, escondidas entre estantes de colores, y habitadas por unos seres minúsculos y alados con gorro en punta. El señor Aurelio sabía que vivían allí, aunque sabía también que sólo salían de noche, cuando no él ya se había ido y apagado todas las luces. Pero a ellos no les importaba eso, porque eran fosforescentes en la oscuridad, como los gusanos de luz. Segregaban una especie de tela de araña, también luminosa, y se descolgaban por los hilos brillantes para trasladarse de un estante a otro, de un barrio del reino a otro. Se metían entre las páginas de los libros y contaban historias que se quedaban dibujadas y escritas allí. Su lenguaje era un zumbido como de música de jazz, pero en susurro. Para vivir en Books Kingdom la única condición era que había que saber contar historias."
 CARMEN MARTÍN GAITE. Caperucita en Manhattan
La clase de imágenes que plasmamos en un texto depende, como es lógico, de la cámara que enfoca, es decir, de nuestra propia mirada de escritores. Pueden ser más nítidas, más borrosas, verse desde un rincón o desde arriba. Por eso hemos de elegir el punto de vista que más nos convenga y presentar de forma clara, expresiva y precisa lo seleccionado previamente.
Y es que en la selección, como decía, reside gran parte del secreto. Un requisito imprescindible para encontrar un buen material es afinar nuestra sensibilidad, entendida esta como capacidad de enriquecer el mundo propio con otras posturas y experiencias, A una persona con verdadera sensibilidad creadora ninguna realidad le es ajena pues esta le hace tan flexible que puede ponerse en el lugar de cualquiera y consigue que nada le sea indiferente. Debemos estar convencidos de que todo lo humano, por banal que nos parezca, puede convertirse en asunto de interés si atinamos a reflejarlo convenientemente. Así conseguiremos llamar la atención del lector sobre hechos, detalles y objetos que, por considerarse insignificantes, suelen pasarse por alto. La sensibilidad captará fácilmente el matiz, la sutileza; nos enseñará a sugerir más que a decir, a transmitir la complejidad contenida en sujetos y situaciones, a empujar al lector a que piense por sí mismo, a que complete eso que nosotros solo dejamos entrever. Incluso a captar las emociones más profundas que sólo los verdaderos maestros han logrado describir. Movidos por esa sensibilidad le conduciremos al desenlace de la historia.
Es obvio que hay tantos tipos de sensibilidad como personas, que, ante una realidad cualquiera, cada uno de nosotros resaltará un aspecto distinto, de forma diferente y con intensidad variable. Esto no es malo, al contrario, significa que el escritor ha encontrado su propia personalidad, irrepetible y única.