viernes, 15 de enero de 2016

Escalera de vecindad (I)

También la lluvia - Itziar Bollaín (2010)
El equipo entero se había reunido en la taberna local para celebrar que aquello se acababa. Habían alquilado el negocio –apenas una choza de cañas cubierta de estantes con botellas de licor casero, conservas en lata y Coca-Cola– a la vez  que el resto del poblado, en una operación única. La mayor bicoca de la historia, en opinión del productor, disponer de un plató viviente, con figurantes inmersos en su vida cotidiana, es decir, actuando a pleno rendimiento sin pedir un solo dólar por interpretarse a sí mismos a lo largo de jornadas enteras. El documental tuvo un carácter divulgativo, en su faceta más solidaria, hasta que rebasó la etapa de proyecto. Se pretendía llamar la atención sobre las carencias de aquel rincón del mundo dejado de la mano de los hombres, sin apenas medios de subsistencia fuera de cuatro frutos resecos por la sequía y de unas cuantas aves famélicas, sin instrucción ni capacidad de intervenir políticamente, atentos solo a la ira de sus tótems, inmerso en sus ritos defensivos, más inermes y míseros de lo que alcanza la imaginación, con una juventud migrante que, antes de rebasar la pubertad, se instalaba en una de las urbes más populosas del planeta para trabajar de sol a sol en fábricas irrespirables por un minúsculo cazo de comida hasta derrumbarse al caer la noche en el canal de ventilación de cualquier rascacielos, inhabitable y carísimo, que, a falta de algo mejor, se veían obligados a alquilar.


La vorágine (Serie) - 1990
Jaleaban a la flamante directora haciendo chocar las copas por encima de sus cabezas, arrojando luego su contenido descuidadamente en sus estómagos, berreando canciones que habían estado de moda mucho antes de que la homenajeada fuese concebida por sus padres. Aunque vislumbraba aquel tugurio como un caleidoscopio borroso y mareante, Águeda Frutos no podía ignorar que había triunfado. Al margen de los hermosos propósitos que les habían encaminado hasta allí, acababa de demostrarse a sí misma su capacidad para combinar miríadas de factores hasta llegar a alumbrar un producto que, además de generar una fortuna, no iba a dejar a nadie indiferente. Dio una calada al cartucho que alguien había puesto en su mano y lo pasó al bulto de su izquierda. Aunque de forma nebulosa, barruntaba que, si bien no habían logrado su propósito altruista, aquel había sido un decidido y generoso primer paso para colocar a aquella buena gente en el mapa exponiéndola a las miradas compasivas de la comunidad internacional.



El corazón de las tinieblas - Román Chalbaud (1990)
Hacía más de tres décadas que soñaba con ello. Ya no era ninguna jovencita, y esto añadía algo de valor al hecho de haber aprovechado a conciencia el último (y único) tren que tuvo la deferencia de pasar por su estación. Durante las últimas semanas, inmersa en una actividad atropellada y en un escenario de espanto, se había confesado que su pretendida genialidad no era tal, que la receta de lo que –se preveía– iba a ser el bombazo de la década contenía cierta capacidad organizativa demasiado común para enorgullecerla y, por encima de todo, esa fantasía congénita que, al rozar lo enfermizo, había mantenido latente a lo largo de su vida adulta. Pero era ahora, todavía nadando entre algodones, cuando empezó a convencerse de que su alocada necesidad de inventar sin límite, que amaba tanto como aborrecía, era la única responsable de toda esa sucesión alucinada de imágenes, abigarradas, imprevisibles, rescatadas de algún rincón de la ultratumba.
                                                          Continuará


2 comentarios:

  1. Llega un momento en la vida en la que mantener el autoengaño cuesta casi tanto como enfrentarnos a nosotros mismos.

    Los motivos por los que hacemos las cosas no suelen ser puros siempre hay una mezcla que no controlamos conscientemente. Se mezclan los sentimientos con los sueños y las ambiciones. Y algo que suele estar presente aunque no queramos reconocerlo, esa necesidad de que nos quieran.

    Quizá la protagonista ha llegado a un punto de lucidez de madurez o de ya no tengo nada que perder en el que todo puede dar un giro radical o, ya sabes, "cambiar para que no cambie nada".

    Espero la segunda parte con mucha curiosidad.

    Como siempre, un relato muy bien escrito que atrapa desde la primera línea.

    Un abrazo,

    ResponderEliminar
  2. Bueno, a ver qué tal sale, espero no decepcionar. Desde luego, no va a ir por dónde parece y, probablemente, no lo acabe en una sola entrega.

    Besos y gracias por los ánimos.

    ResponderEliminar

Explícate: