miércoles, 30 de diciembre de 2015

Leído en 2015

NOVELA

El hombre que se enamoró de la luna de Tom Spanbauer 9
La razón del mal de Rafael Argullol 6
La berlina de Prim de Ian Gibson 5
La cabeza de la hidra de Carlos Fuentes 7
La piel fría de Albert Sánchez Piñol 5
Los reconocimientos de William Gaddis 10
Una novela de barrio de Francisco González Ledesma 4
Abril rojo de Santiago Rocangliolo 9
Edén de Stanislaw Lem 7
El año del diluvio de Eduardo Mendoza 6
Una ventana al norte de Álvaro Pombo 8
La nieta del señor Linh de Philippe Claudel 6
Las tribulaciones del estudiante Torless de Robert Musil 9
El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite 7
Los desposeídos de Ursula K. Le Guin 6
Diana o la cazadora solitaria de Carlos Fuentes 5
La tierra de los abetos puntiagudos de Sarah Orne Jewett 7
Jill de Philip Larkin 9
No está solo de Sandrone Dazieri 5
1914, El asesinato de Sarajevo de Eladi Romero García 3
Vestido de novia de Pierre Lemaitre 7
El corazón es un corazón solitario de Carson McCullers 9

RELATO
Extinción de David Foster Wallace 9
Los niños tontos de Ana María Matute 7

ARTÍCULOS
El azul relativo de Andrés Trapiello 8

MEMORIAS
La escritura o la vida de Jorge Semprún 7

ENSAYO
La insensatez de los necios de Robert Trivers 9
Salir de la sociedad de consumo de Serge Latouche 9

viernes, 25 de diciembre de 2015

Agnósticos y ateos

Según parece, una proporción considerable de habitantes del planeta no sienten ninguna necesidad de elaborar una ideología propia, coherente y en consonancia con sus actos. Nacemos en un determinado ambiente, somos bautizados antes de tener conciencia de lo que ocurre, desde la más tierna edad se nos inculcan unas creencias. Y tiramos de ellas por la vida como se arrastra un carro. Es cierto que algunos reniegan de ellas y otros las abrazan con pasión, pero lo habitual es que se asuman resignadamente, como si se tratase de una herencia imposible de eludir. Iba a decir que nunca he comprendido esta postura, pero, intelectualmente, desde la distancia del que observa y saca conclusiones, puede que la entienda más de lo que me gustaría. Es la más cómoda de todas y revela, además, cierto infantilismo, quienes la adoptan se mueven por objetivos meramente prácticos o porque alguien o algo les obliga a actuar.
La honestidad intelectual, en cambio, no es requisito exigible para obtener gratificación de ninguna clase. Encontramos así a miles de ciudadanos que se proclaman católicos solo por haber sido bautizados cuando eran bebés, sin plantearse nunca cuestiones filosóficas, éticas, ni siquiera históricas o científicas. Actúan, pues, sin criterio que guíe sus actos. Son como clones, piensan todos igual, según vaya el aire. Ahora toca opinar esto, mañana lo contrario. Y ni siquiera son conscientes. Creen pertenecer a un credo aunque no se refleje en su conducta. Y, a modo de explicación, adoptan todos la misma muletilla: “es que no soy practicante”. ¿Qué significa eso?  ¡Habrase visto pretexto más absurdo! Una creencia se traduce en una forma de vida, en un conjunto de actos, en un compromiso ético. Y nadie que se mantenga al margen puede considerarse creyente.
“No satisfecho con la prohibición de comer del fruto prohibido, Dios no cesó de manifestarse mediante interdicciones. Las religiones monoteístas no viven sino de prescripciones y de exhortaciones: hacer y no hacer, decir y no decir, pensar y no pensar, actuar y no actuar… Prohibido y autorizado, lícito e ilícito, aprobado y desaprobado, los textos religiosos abundan en codificaciones existenciales, alimentarias, de comportamiento, rituales y otras… (*)
Bartolomé Esteban Murillo - La adoración de los pastores - 1668

Pero ocurre justamente al contrario. Quienes se proclaman ateos han tenido que interrogarse a sí mismos, adoptar una visión del mundo y ajustar a ella su forma de actuar. Después de un proceso tan personal e iconoclasta es casi imposible no asumir criterios éticos propios y actuar en consecuencia. Habría que preguntarse en qué consiste ser ateo. No basta con proclamar que dios no existe pues si nos preguntamos sobre las fronteras con el agnosticismo la cosa se complica.
“Jesus existió, sin duda, como Ulises y Zaratrustra, de quienes importa poco saber si estos vivieron físicamente, en carne y hueso, en un tiempo dado y en un lugar específico. La existencia de Jesús no ha sido verificada históricamente. Ningún documento de la época, ninguna prueba arqueológica ni ninguna certeza permite llegar a la conclusión, hoy en día, de que hubo una presencia real que mediara entre dos mundos y que invalidara uno nombrando al otro.” (*)
Para algunos, un agnóstico es alguien que aún no ha conseguido traspasar la frontera de la no creencia y mantiene una postura ambigua. Para mí esto podría denominarse espiritualismo, panteísmo o algo similar. Un agnóstico no cree en ningún dios ni en mundos espirituales de ningún tipo, considera que cualquier creencia ha sido inventada por los hombres en algún momento de la historia, está seguro de que no existe otra vida después de esta, le consta que nadie ni nada está pendiente de nuestras bondades o maldades, que no habrá premios ni castigos en una eternidad inexistente.
“Frente a la plétora de verdades contradichas por otras tantas antífrasis, ante el desorden de ese taller metafísico en el que todas las afirmaciones cuentan con su respectiva negación, algunos quieren justificar la lógica de sus propias selecciones… Uno propone un islam moderado, otro un islam fundamentalista… Pues no hay verdad en el Corán o lectura única, solo interpretaciones fragmentarias, comprometidas desde el punto de vista ideológico, para sacar provecho personal de la autoridad del libro y de la religión.” (*)
El agnosticismo cuenta con que a la ciencia le queda aún un gran camino por recorrer pero no ignora que nunca descubrirá ni la punta del iceberg de lo que existe, porque nuestra mente e instrumental son mucho más limitados de lo que podremos concebir nunca.


(*) Tratado de ateología. Física de la metafísica. Michael Onfray, Editorial Anagrama – Colección Compactos