miércoles, 30 de septiembre de 2015

Crítica con mala prensa

Mi amiga Amaya Herrero se escandaliza siempre que lee revistas literarias. Eso de las críticas y las recomendaciones le trae a mal traer, no me explico por qué sigue comprándolas. Es más, cuando no estamos de acuerdo con ella, suele enfurecerse.

-¿Cómo puede afirmar ese mamarracho que la mejor novela de la década es totalmente prescindible?

-Ese que llamas mamarracho sabe de lo que habla.

-Pues yo pienso que es maravillosa, y si a mí me encanta…

-Si te encanta léela todas las veces que quieras, pero eso no significa que sea buena.

-No hay bueno ni malo, cada uno tiene sus gustos, y tú lo que quieres es llevarme la contraria.

Como solo se enfada en estas ocasiones, he decidido abstenerme.

Cuando se habla de crítica literaria hay quien se pone en guardia contra agravios, injusticias y ataques, pero pongamos las cosas en su punto: ¿cuál es el significado exacto del vocablo? Si nos remitimos a la definición de la RAE, crítica es:
         1. tr. Juzgar de las cosas, fundándose en los principios de la ciencia o en las reglas del arte.
         2.  tr. Censurar, notar, vituperar las acciones o conducta de alguien.

Por supuesto, la literaria pertenece a la primera acepción. Consiste, pura y simplemente, en analizar todos los aspectos de una obra o fragmento de esta, incluyendo posibles juicios de valor –positivos y negativos– tanto globales como de cada uno de los aspectos que la integran.

Troya - 2004
También existe una crítica literaria, más de andar por casa, pero tan honesta y fundamentada como la otra, que se practica en las aulas, en el hogar o entre amigos y cuyo objeto son creaciones amateur. Crítica es lo que practicaba una maestra cuando comentaba la producción de dos alumnas, Cármenes las dos; una de ellas autora de estupendos cuentos infantiles, la otra de relatos disfrutables a cualquier edad. Crítica es lo que hace el colega de un novelista primerizo devorando el manuscrito y diseccionándolo cuidadosamente. O lo que, sin proponérselo, realizó hace unos meses una peluquera amiga mía asombrándose de que, con solo tres elementos –taxista, señora y perro– la hija de una clienta pudiese elaborar una pieza de humor. Crítica es lo que practica un grupo de escritores cuando leen en voz alta sus obras y las comentan. Crítica literaria fue, para mí, la asignatura más interesante de una carrera que escogí entre las que estaban a mi alcance para aprender a valorar lo que leía. Ella hizo posible que me bebiese las opiniones más autorizadas de la historia, las de los críticos de alcurnia, de Aristóteles a Dámaso Alonso; estudiándola aprendí cómo la historia opera en los gustos, los estilos, la selección de asuntos, y que la mejor prueba de calidad consiste en superar el paso del tiempo.

La crítica seria, por cotidiana que pueda parecernos, no concibe ataques gratuitos, chismorreos, amiguismos o intereses personales tal como se espera de cualquier análisis de laboratorio, lo lleve a cabo un estudiante o un investigador reputado. Todo lo demás –opiniones ligeras, mal fundamentadas, dirigidas a derribar o ensalzar obras por motivos poco confesables– podríamos considerarlo pseudo-crítica. Y lo que distingue a ambas no es si pertenecen al ámbito académico o a otro mucho más modesto, si tienen gran extensión o son escuetas, si se alojan en publicaciones prestigiosas o en productos sin ánimo de lucro. La verdadera crítica ha de ser honesta, bien razonada y aportar nuevos contenidos al caudal de opiniones existente. La Ilíada –esté encuadernada en piel o manuscrita en pliegos de papel de estraza– siempre será La Ilíada, aunque a algunos, en este segundo caso les cueste reconocer su valor.