viernes, 10 de julio de 2015

Autobiografía


Yo soy la paloma parda de la Cibeles. La que llegó por error entre las otras, níveas, acaso recogida al azar junto a la jaula originaria, sobre el maderaje del barco, el olor a brea, a betún, a salitre. Me recuerdo aterida, inútil de pánico, - aún recluida en mi rincón, por el batir de las alas y el zureo continuo de la jaula vecina. Alguien me cogió del pescuezo y me juntó con ellas. A su lado he vivido y dormido mojada de mar y de diosa, planeando de arriba abajo de la fachada del Palacio de Correos y viceversa. Soy la paloma parda que se quedó sola desde siempre pero nunca abandonó su lugar hasta que no se llevaron a las otras, a las bonitas. Entonces yo, libre por fin del compromiso de hacerme querer por ellas, mis desdeñosas vecinas, bobas pero resplandecientes, tan simples como sólo ellas saben serlo, irremediablemente encantadoras, yo, como decía, me atreví a internarme por vericuetos desconocidos para mí hasta entonces, aquella tarde dichosa, remontando el vuelo a lo largo de una ancha avenida, elegida al albur por el hecho de poseer paseo central y estanque, un césped florido en la estación aquella y una estatua casual. Pero fue el agua, ella sobre todo.
   
Debí derivar hacia la izquierda cuando tropecé con una caterva de muchachos rodando en lugar de dar pasos como las otras personas que conozco. Al cabo me encontré en algún refugio, una estancia amplia ocupada por mesas, por sillas, por divanes e individuos instalados allí tranquilamente, apurando un café, un coñac, distraídos, en apacible charla, o meditando.



Conseguí permanecer inadvertida pues a veces ser oscura constituye una ventaja inapreciable. Observé cuanto pude y, sobre todo, gocé de la paz del aposento. Había llegado al santuario de la conversación y me entretuve al principio haciendo los honores. Nada se me escapaba, sin embargo: bruñidas superficies, sobrio el colorido, austera la forma. Me recordaban tanto mi amado barco. Al rato pude avanzar un poco más, dar un saltito, algún vuelo corto a ras del suelo, hasta llegar al centro de la sala. Allí convenientemente escondida, me enteré, de labios de un parroquiano locuaz, que se trataba del CAFÉ GIJÓN, ese era el lugar mágico que me daba cobijo.

Transcurrió la tarde mucho más veloz que de costumbre. Las palabras me arrullan, lo descubrí ese día, ellas y el agua constituyen el necesario murmullo que llevan paz a mi maltrecho espíritu de ave ultramarina. El CAFÉ GIJÓN era ahora mi hogar y, de él, yo, la paloma parda de la Cibeles, tuve esa primera velada una visión que acude ahora puntual en cuanto el aroma de una sola taza de café roza mi pico. La pared del fondo se abrió con un boquete descomunal, irregular, redondo, para dejarme ver el mar del otro lado. El mar, un pedregal rocoso, manchas verduzcas y pardas como yo, el oleaje de espuma refulgente tan similar al color de mis compañeras. Vi a GIJÓN en el café, señores, y a ustedes tengo que contárselo.

6 comentarios:

  1. ¡Caramba! Qué buen relato, Molina. Me ha gustado mucho.

    Un saludo

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  2. Muchas gracias, Erre. Lo escribí para la revista del Gijón en la época de mis reuniones poéticas pero nunca lo presenté. Llevaba años olvidado en una carpeta y se me ha ocurrido rescatarlo.

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  3. Bieeennn… A mí me gusta esa pluma parda que escribe sobre la espuma del mar y su costa rocosa, porque el bruñido papel blanco editorial no siempre deja la huella perenne que escriben las olas. Vuela amiga, vuela alto.

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  4. Muchas gracias, Santiago. Ya hace nueve o diez años que escribí esto, pero recuerdo que me divertí mucho. Biografiar a una paloma supone volar con ella y, en este caso, ver Madrid desde arriba, la plaza de Cibeles, Recoletos con los chavales rodando en monopatín... Y luego, al contrario: los pies de la gente en el suelo del Gijón.
    Y el papel blanco tampoco está tan mal. ¡Quién sabe! Puede que en breve dé una sorpresa. Tú estate atento.

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  5. Cuarto intento:
    El relato me recuerda a una novelita de Damián Tabarovsky, "Una belleza vulgar", creo que se llama.
    Creo que deberías escribir una segunda parte que contara el desastre actual del Café Gijón o de los cafés que en Madrid fuerón.
    Gracias de nuevo.
    No soy un anónimo pero no veo como poner mi nombre.
    ¡Generosa!

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  6. Pero, vamos a ver:
    Si eres "tú", ya has comentado más veces con tu nombre, no entiendo tanto intento y tanta dificultad en identificarte. Si eres otro, ¡manifiéstate!
    Hace siglos que no paso por el Gijón, así que no lo visualizo, y ese -al menos en mi caso- es el requisito imprescindible para poder escribir sobre algo.
    Gracias a ti por leerme.

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