jueves, 5 de marzo de 2015

Whiplash - 2014

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¿Es posible agredir con una obra de arte? ¿Puede la belleza producir inquietud, pavor o alguna otra sensación desagradable? Aunque parezca extraño, con estas preguntas intento aproximarme a la paradoja que encierra Whiplash, paradoja que plantea, a su vez, los consabidos interrogantes sobre función y naturaleza del producto artístico. Concretando más, la cuestión es si lo hermoso, lo bien estructurado, lo ejecutado a la perfección, aquello que más atinadamente nos enfrenta con nuestras auténticas grandezas y miserias es capaz de producir sufrimiento o, al menos, sensaciones contradictorias igual que un foco luminoso, el más imponente de los desfiladeros o las pinturas negras de Goya.

Pocas veces el manoseado tópico de “cine en estado puro” refleja tanto la realidad como en esta película. La intensidad de unas emociones claramente enraizadas en lo autobiográfico es irreproducible verbalmente. Por eso, y si no lo han hecho ya, tienen que ver esto y, sobre todo, tienen que escucharlo. Pero solo si realmente aman el jazz.

Tomen nota: estoy hablando de amor. Sé lo que digo, al espectador no se le permite escuchar sin más, se ve obligado –violentado incluso– a sumergirse en las profundidades abisales de la música.  Me temo que no basta con una ligera inclinación por lo jazzístico, porque trama y banda sonora se funden con un frenesí que supera todo lo imaginable, porque nos sentamos en la butaca y no podemos apartar los ojos de la pantalla, porque resulta de todo punto imposible dejar de escuchar el tumulto de los instrumentos. Habría que salir de la sala para eso. Y doy fe de que, en algún momento y cada vez más, arrecian las ganas de irse. De escapar de tanta agresión.

Esta paradoja emocional transmitida mediante la técnica tiene su necesaria correspondencia en el argumento. Asistimos a la conjunción más perfecta de admiración/odio, al suplicio que llega a suponer la solicitud excesiva, a la irrefrenable potencia del genio artístico solo comparable a la de una fiera hambrienta, a un terremoto o al rayo destructor. Y, planeando sobre el relato, el eterno interrogante de Maquiavelo sobre la legitimidad de los medios.

Así lo expresa el director:

“… quise hacer una película acerca de la música con el sabor de las películas de guerras o de gánsteres, donde los instrumentos reemplazan a las armas, donde las palabras son tan violentas como las pistolas y donde la acción se despliega no en una batalla, sino en un aula de ensayo de un colegio o en el escenario de un concierto”

Resultado de imagen de whiplashUna batalla que, aunque orquestada entre profesor y alumno, tiene muy poco de pueril. Ambos oponentes deleitan al público con una interpretación magnífica, sin embargo, solo uno de ellos, J. K. Simmons, ha recibido recientemente el Óscar al mejor actor de reparto. Los otros dos se han destinado a mezcla de sonido y montaje, ni siquiera a Damien Chazelle se le ha reconocido el mérito. Admito que Simmons es quien tiene a su cargo la gestualización más extrema, la teatralidad más evidente, el papel más histriónico y hasta un mayor protagonismo escénico. No obstante, es de lamentar que la contención sucesiva de angustia, impotencia, pánico, furia, orgullo herido, determinación valiente y humillación en la derrota representadas por Miles Teller hayan pasado tan desapercibidas al jurado del premio. A Teller se le adivina el pensamiento sin necesidad de que mueva un músculo, así de simple. ¿De simple? ¿Cuántos actores son capaces de llevar a cabo algo así?

Opino que, como los indiscutibles monstruos de la escena que son, ambos están a la altura del otro. Es obvio que, sin la magnífica interpretación de Simmons, Teller no hubiese tenido oportunidad de lucirse tanto, pero también que –con independencia de la juventud de este último–, en sentido contrario, sucede exactamente igual.


·         Estreno: 2014
·         Nacionalidad: EE.UU.
·         Duración: 107 min.
·         Dirección: Damien Chazelle
·         Guión: Damien Chazelle
·         Producción Jason Blum, Helen Estabrook, David Lancaster, Michel Litvak
·         Fotografía: Sharone Meir
·         Montaje: Tom Cross
·         Música: Justin Jurwitz
·         Intérpretes: Miles Teller, J. K. Simmons, Paul Reiser, Melissa Benoist, Austin Stowell, Nate Lang, Chris Mulkey
·         Género: Drama