miércoles, 20 de agosto de 2014

La jaula dorada (La cage dorée) - 2013



 
No hace mucho descubrí que aquellas leyendas ancestrales –más tarde convertidas en cuentos infantiles que muchos consumimos junto a productos mucho más modernos, pretendidamente más adultos, y que no eran ni una cosa ni otra– descubrí, decía, que eran infinitamente más sabios de lo que parecía dar a entender su estatus pretendidamente infantiloide. El mundo se dividía en buenos y malos, existía un héroe salvador, una princesa a quien salvar (bueno, esto es una reminiscencia del machismo monárquico de entonces, quitémosles referencias tanto a sexo como a jerarquías y se queda en individuo mondo y lirondo), un dragón que impedía encontrar el tesoro. ¡Un tesoro! efectivamente, obstáculos naturales: mares, montañas, huracanes, lluvias ardientes, pero también episodios en los que la naturaleza se vuelve protectora en forma de grutas que ocultan, acogedores osos que abrazan al aterido cuerpo que sucumbe en la nieve, brotes gigantescos que nos pueden elevar hasta las nubes…
Esas fábulas, cuya sabiduría ignoramos según fuimos creciendo, sobre todo desde que pudimos acceder a obras de primera fila, a la literatura en toda su dimensión, mucho más complejas y menos ingenuas, elementales, lineales y toscas que aquellos primeros cuentos, relegados ya al rincón más polvoriento de nuestra memoria.

Muchas vueltas hubo de dar la vida para que advirtiera que si un relato es sabio, si nos habla de nosotros, si nace de las  más recónditas profundidades humanas, lo es por los siglos de los siglos. Lo haya escrito Coetzee, Homero o Kafka, provenga de los corrillos de campesinos acurrucados junto al fuego en días de lluvia o lo haya concebido en la soledad de su escritorio el catedrático más eminente.

Siempre han existido (y existirán) ogros prepotentes, brujas malvadas de ambos sexos que envenenan manzanas o elaboran pócimas de dudoso contenido, castillos tenebrosos, sastrecillos valientes, azarosos viajes por procelosos océanos, corceles alados, calabozos lóbregos, cofres del tesoro, paraísos repletos de prodigios, gnomos, hadas, avaros (y avaras) reyes midas, sospechosos videntes amparados en sus bolas de cristal. Si enfocamos bien la mirada, podríamos percibir incluso la fina línea –no por fina menos real– que separa los buenos de los malos. El mundo es, probablemente, mucho más maniqueo de lo que estamos dispuestos a creer en esta era nuestra, en este siglo XXI de la técnica y los inabarcables avances.

¿No conocéis a ningún pulgarcito, a ningún enano del bosque o a la última mujer de barba azul? En realidad, los hay a millares. En ellos, y en ese maniqueísmo tan indiscutible como anacrónico en apariencia, he pensado desde que vi esta película.
También La jaula dorada es una especie de parábola, laica por supuesto y situada en la época actual. Encantadora, es cierto, pero con un trasfondo más crítico y menos amable de lo que aparenta a primera vista.
 
¿Gente sencilla, crédula, eficiente y convencida de su eficacia, abnegada, sin doble fondo ni maldad? Cuando aparecen en el film, les reconocemos pues, aunque ocultos en lo más recóndito, todavía quedan unos cuantos. Gente que un día se lleva un chasco, que cae en la cuenta que no todo es tan justo como pensaban, que les han estado engañando, abusando de ellos siempre que era posible y si venían mal dadas dorándoles la píldora, con intenciones aviesas, exprimiéndoles, tratando de sacar tajada, sin interés alguno en su bienestar, ignorándoles, despreciándoles, fingiendo una amabilidad inexistente. No puede faltar la subtrama romántica, con pareja de distinto extracto social al estilo de West Side Story, aunque bastante convincente y con su propio peso específico en el conjunto de la historia.

Otro aspecto de interés es el repaso a los tipos sociales, que no se reduce a meros arquetipos: hasta el más secundario presenta un esbozo de personalidad. Bajo el pretexto de la casa de vecinos, van apareciendo diferentes especímenes de los más diversos extractos. El barrio, la portería, los chismes de vecindad, siempre han dado mucho juego, sobre todo cuando un guión sencillo y convincente cuenta con interpretaciones tan soberbias. Junto a la convivencia y los niveles socioeconómicos, aparecen cuestiones como la inmigración o el ascenso meteórico, todo bien sazonado de hipocresía, complicidad y conflictos diversos para lograr una comedia costumbrista tan verosímil como coherente y, a pesar de presentar huellas del más diverso pelaje, con un sello particular procedente de su inspiración autobiográfica.
 ·         Año: 2013

·         Duración: 90 minutos

·         País: Francia, Portugal

·         Director: Ruben Alves

·         Guión: Ruben Alves, Hugo Gélin, Jean-André Yerles

·         Fotografía : André Szankowski

·         Reparto : Rita Blanco, Joaquim de Almeida, Roland Giraud, Chantal Lauby, Barbara Cabrita, Lannick Gautry, Maria Vieira, Jacqueline Colorado, Jean-Pierre Martins, Alex Alves Pereira, Sergio Da Silva.

·         Género: Comedia

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