miércoles, 30 de julio de 2014

Don Rufo bufa: Canícula feroz (II)

Apabulla, anonada, abruma, desconcierta, turba, confunde la espantosa realidad que estamos presenciando, la inconcebible  desfachatez de los implicados, de los que no lo están todavía y de los que no lo estarán nunca porque son más hábiles que ellos. Cientos de personas cubiertas de lodo hasta las cejas. De un lodo espesísimo. Millones de euros circulando alegremente, cambiando de lugar, blanqueándose en unos infames rayos UVA a la inversa, devolviéndonos una imagen deplorable de nosotros mismos. Como estado, por la vergüenza de pisar el suelo que acoge a tal nido de delincuentes, como individuos por la angustia de estar siendo robados, día tras día y de todas las formas posibles. También por el bochorno de no haber sido conscientes hasta ahora y la rabia que produce suponer que, con bastante probabilidad, seguimos siendo presuntamente expoliados a manos llenas por algún respetable prócer de la patria.
 
Estarán de acuerdo conmigo en que resulta sorprendente, como mínimo, que no acaben de concretarse del todo esas prologadas penas de cárcel, esas multas millonarias que el común de los mortales habríamos esperado en un principio. Puede que sea porque no entiendo de leyes, o porque el código penal necesita una reforma a fondo, o al menos, que se llegue a aplicar como es debido para alcanzar de una vez esa justicia para todos que alguien con corona mencionó una Nochevieja a modo de disculpa. Pero no me negarán que la sensación que le queda finalmente al profano es de la impunidad más pavorosa.
 
Nos sentimos taciturnos.
La familia Pujol denunciará a dos bancos andorranos por vulnerar el secretario bancario
Manos Limpias presenta una querella contra Jordi Pujol y su esposa por siete delitos
Se diría que el país se desliza vertiginosamente por una enorme montaña rusa que le acabará sepultando en el abismo.
 
¿No hay dinero? ¿Se escatima en los servicios más básicos? ¿En las pensiones? ¿En las medicinas y tratamientos de parados y pensionistas? ¿Se arroja de sus casas a familias enteras? ¿Se habla de copago como una medida legítima, como si se nos estuviese regalando algo, cuando esos servicios están pagados de sobra y debería llamarse repago y requeté-pago para hablar con propiedad? ¿Y nos encontramos con tremendas fortunas que crecieron como la espuma surgiendo de la nada, o más bien de un pozo atestado de inmundicias inconfesables?
 
Ya se sabe, a río revuelto, ganancia de pescadores (en este caso de espabilados, si queremos ser exactos). Y no existe río más agitado y turbio que el actual sistema económico.
 
Hemos retrocedido siglo y pico. Como en 1898, nos hallamos de nuevo en pleno desastre. También ahora nos duele España y ya no tenemos a un Unamuno, un Machado, un Azorín, un Ortega y Gasset que nos orienten. Peor aún. Ahora ni siquiera llegamos a sentir ese dolor, más bien la incomodidad que produce arrastrar a todas horas un miembro tumefacto.
 
Con la corrupción hemos topado como don Quijote topó con la iglesia. Aunque la frase, tal y como ha pasado a la posteridad, no aparece en ningún lugar de la novela, sí su sentido, porque los estamentos, cuya mera existencia propicia ese estado de cosas, siguen siendo los mismos que en tiempos de Cervantes. Y no creo que esta generación sea capaz de cambiar nada. Al menos mientras nos dure la abulia.
 
Sumido en el ajetreo veraniego –mar, piscina, cubitos de hielo– el país se remoja en el jugo de su propia ruina sin buscar ningún remedio a lo que ocurre. No existe nada lo suficientemente efectivo que consiga arrancarnos de este sopor.
 
Puede que lo más inquietante de todo sea vivir con la sospecha de que, sin la amenaza del proyecto soberanista, los tejemanejes de la familia Pujol, no hubiesen salido nunca a la luz.

viernes, 25 de julio de 2014

Don Rufo bufa. Canícula feroz (I)

En pleno bochorno veraniego, hay algo que apisona cuerpos y mentes con menos misericordia que el calor.
 
Por ejemplo –tras el brutal y repetido estupor de los múltiples escándalos financieros– el convencimiento de que el organismo entero está podrido y que descubrir gusanos por doquier no es más que cuestión de tiempo. Puede que nos estemos sugestionando pero se diría que, últimamente, está oliendo mal por todas partes.
 
Por ejemplo, la prologada constatación de una tragedia que, al no estar provocada por cataclismos naturales, podría remediarse con relativa facilidad si quienes tienen facultades para hacerlo se pusiesen a ello con la energía requerida.
 
Tanta melancolía nos aletarga, nos deja enfermos de impotencia. Ayer, desde la prensa dominical, Mario Vargas Llosa reclamaba cordura a los implicados en la catástrofe de Gaza. Desde posiciones conservadoras, sí, pero sensatas, el escritor arrojaba verdades como puños en un artículo cuyo título, Entre los escombros, no puede ser más elocuente.

“Nadie puede negarle a Israel el derecho de defensa contra una organización terrorista que amenaza su existencia, pero sí cabe preguntarse si una carnicería semejante contra una población civil, y la voladura de hospitales, mezquitas, locales donde la ONU acogía refugiados, es tolerable dentro de límites civilizados. Semejante matanza y destrucción indiscriminada, además, se abate contra la población de un rectángulo de 360 kilómetros cuadrados al que Israel desde que le impuso, en 2006, un bloqueo por mar, aire y tierra, tiene ya sometido a una lenta asfixia, impidiéndole importar y exportar, pescar, recibir ayuda y, en resumidas cuentas, privándola cada día de las más elementales condiciones de supervivencia.”


GAZA¿Tienen los intelectuales de este siglo algún poder sobre el Poder? Es obvio que no. Ni organizaciones internacionales ni gobiernos ni fuerzas fácticas de ningún tipo tienen en cuenta nada que no sea sus propios intereses, disfrazados, en ciertos casos pues en otros ni siquiera se molestan, de servicio al bien común. Nadie escucha estas voces. ¿Nadie? También esto es excesivo. Hay mucha gente que lee y respeta estas críticas, por eso, si alguien pudiese poner algún remedio son precisamente ellos. La única respuesta a esas atrocidades es una contestación contundente, pacífica, convenientemente organizada y mantenida durante el tiempo necesario.
Está claro que eso no va a ocurrir. Por ningún motivo especial, solo porque el calor derrite las neuronas y nos deja los músculos blandos. Y no es una cuestión estacional. Ahora es el sol, más adelante serán las calefacciones. Es el calor. El calor y nada más. En estas condiciones, ¿qué otra cosa podemos hacer más que abanicarnos? Si alguien alegase  que eso no sirve de nada, contestaríamos que al menos el mundo será un poco más amable si hay gente que consigue no sudar a chorros.

“El espectáculo de los niños despanzurrados y las madres enloquecidas de dolor escarbando las ruinas, así como el de las escuelas y las clínicas voladas en pedazos –“un ultraje moral y un acto criminal” según el secretario general de la ONU…”


Vargas Llosa apuesta por una negociación política que –según afirma– fortalecería al estado de Israel al dotar sus argumentos de un contenido ético del que carece hoy día. Puede que las cosas no sean tan sencillas como él las plantea, no porque no conozca a fondo el problema sino a causa de una mentalidad más inclinada a un lado que a otro. Pero algo siempre es mejor que nada, y aprovechar sus reflexiones ¡qué duda cabe! mejoraría la situación notablemente.
Me parece que esta mañana no me compro el periódico. Aunque probablemente me va a dar lo mismo, no puedo estar aislada mucho tiempo, la vida entra por la ventana, la radio, y hasta el teléfono móvil escupe actualidad constantemente.

(Continuará)
 

domingo, 20 de julio de 2014

4 meses, 3 semanas y 2 días - 4 luni, 3 saptamini, si 2 zile (4 Months, 3 Weeks, & 2 Days) -2007: Amistad e inmadurez




 

Entonces, mientras medito en la injusta suerte del ciudadano, más aún si es mujer, que no solo ve conculcados sus derechos básicos, sino que ni siquiera se le permite decidir sobre lo que hace consigo mismo: su sexualidad, sus embriones, a la vez que se le colocan muros por doquier impidiéndole avanzar, grasa y mugre en el suelo para que patine, enormes bloques de plomo sobre sus hombros, una mordaza en la boca, musgo en el cerebro… Entonces, decía, me he puesto a recordar aquella película con la que me topé por casualidad hace unos años y que me impresionó tanto como a cualquiera que haya tenido la suerte de verla. He leído comentarios por ahí, he hablado con unos y con otros y me consta que no dejó indiferente a nadie.
 
Ya la escenografía asesta la primera bofetada. Se nos enfrenta a un producto realizado con medios escasísimos pero –por su estilo cercano al documental– suficientes para mostrar la sordidez del ambiente retratado. Recuerda además a esa España que aún aparece en los retazos de Nodos que asoman por televisión de vez en cuando y en las películas de una más o menos inmediata posguerra. Y no solo es la fisonomía lo que nos trae reminiscencias del pasado, también, y sobre todo, esa sensación de clandestinidad, la conciencia culpable, el miedo a represalias, la desorientación producida, no solo por la juventud de los personajes femeninos, sino por las mentiras, oscurantismo, hipocresía, amenazas que han envuelto a los personajes hasta entonces. Quiero dejarlo muy claro: es el ambiente –llamémosle circunstancias, tan amenazantes como turbadoras para espectadores y protagonistas– el ambiente y nada más, lo que da lugar a todo ese desasosiego y desamparo.
 
¿Hace falta explicar que una muchacha queda embarazada y emprende una lamentable peregrinación para esconder lo que –sorprendentemente –es considerado todavía, casi en cualquier sitio, algo reprochable? Y lo hace sin medios económicos ni experiencia de la vida, con la autoestima por los suelos, con un candor y un remordimiento que la arrojan, indemne, en las garras de cualquier desaprensivo. Pero ¿qué es lo que convierte en desgraciada esa situación? ¿El hecho de haber tenido relaciones sexuales sin pasar por el matrimonio? ¿Es que todavía seguimos cargando sobre la mujer la culpabilidad de un acto, el sexual, para el que, les recuerdo, son imprescindibles dos personas.
 
No negaré que cualquieraborto se convierte, necesariamente, en una experiencia dramática por demasiados motivos, que no detallaré aquí. Pero, como sucede en el resto de vivencias trágicas que se producen a lo largo de una vida, las condiciones materiales y emocionales resultan decisivas para aumentar o, por el contrario, paliar la imprescindible angustia que asalta a quien las sufre.
 
Y el argumento, digan lo que digan, no relata las circunstancias de un aborto, de cualquier aborto, producido en un indeterminado lugar del mundo no importa por parte de quién. Es el marco de este caso concreto, el represor estado rumano de los estertores del comunismo –y, repito, los españoles sabemos bien de lo que habla– lo que convierte un periplo doloroso en pura y simple miseria.
 
La película es digna de verse. Contiene sinceridad, realismo a raudales y una visión desnuda de los hechos. Induce a la reflexión.  Y, a pesar de todo, por paradójico que resulte, advierto que es tendenciosa hasta el límite.
 
Y lo explico. En primer lugar, porque, como he venido diciendo, la sociedad que retrata de forma tan precisa, su carácter represor y su enorme pobreza no son extrapolables a cualquier época y lugar. En consecuencia, la experiencia no tiene que ser necesariamente tan trágica. Cuando una eventualidad como esta se encuentra regulada por la ley, cuando se pone en manos de profesionales expertos y honrados, cuando no hay un mercado negro que se puede aprovechar de la desgracia, se elimina la sordidez, el peligro para la salud y el ánimo de lucro ilícito.
 
Esto en lo que concierne al mensaje general de la película. Pero hay más. Concretamente, dos escenas en las que hay que fijarse porque, si llegamos a pasarlas por alto, transmiten un tramposo y subliminal mensaje antiabortista. La primera, un primer plano excesivamente prolongado en el tiempo, demasiado  explícito y, sobre todo, amañado hasta lo inverosímil. Pues lo que muestra no puede ser, en ningún caso, lo que da a entender. Y el que no sepa de lo que hablo que se aguante.
 
La segunda de estas dos escenas demagogas es también la última del film. Ambas chicas merodean entre cubos de basura en medio de la noche y la cochambre. Se nos ofrece su deambular lastimero mientras ellas, enfermas de culpabilidad y abandono, cargan injustamente con un peso que, por supuesto, no les corresponde. No hace falta ser muy listo para adivinar por qué están allí. Y esto da lugar a un mensaje insidioso que, a pesar de las virtudes narrativas del conjunto, considero un deber denunciar.
 
Lo peor de todo, centrándonos ya en cuestiones prácticas, es que, por el camino que vamos, no estamos muy lejos de recorrer el camino inverso, dejar atrás las legítimas conquistas, y tener ocasión de contemplar (o intuir), a dos pasos de nosotros, situaciones muy similares a las que se describen en esta película.

Año: 2007
País: Rumanía
Duración: 113 minutos
Dirección: Cristian Mungiu
Reparto: Anamaria Marinca, Vlad Ivanov, Laura Vasiliu, Alesandru Potoceanu
Guión: Cristian Mungiu
Música: No tiene
Fotografía: Oleg Mutu
Género: Drama
Coproducción: Rumanía-Bélgica
Premios: Múltiples. Entre ellos la Palma de Oro de Cannes
 
 
 

 

martes, 15 de julio de 2014

4 meses, 3 semanas y 2 días (1ª Parte: O de cómo nos engañaron limpiamente)

 
Nunca tanto como ahora hemos podido decir con propiedad que vivimos en tiempos revueltos, es evidente que todo está patas arriba. De acuerdo, ha habido épocas peores, por ejemplo las bélicas pero esas entran en la categoría de convulsas. Sin mencionar que muchos hablan de la crisis presente como una guerra sin armas, que no incruenta, pues, por desgracia, la situación actual ha robado ya muchas vidas.
Pero hoy no vengo a hablar de la crisis. La cuestión radica en que la sociedad había llegado a un consenso, en que habíamos aceptado una forma de vida a gusto de la mayoría, en que las mujeres empezábamos a tener voz por fin, en que los retrógrados y cavernícolas empezaban a limitarse a su reducto, como cada hijo de vecino por otra parte. Ojo: tampoco es que hubiesen perdido su influencia. En España, amenazar con el infierno, o con el rechazo social que en ciertos casos es casi lo mismo, todavía logra agachar muchas orejas. Por tanto, esa prepotencia de los poderes tradicionales, sin haberse erradicado del todo, no había tenido otro remedio que ceder algo de terreno a la razón, al derecho de la gente a vivir su vida en paz sin tener que rendir cuentas a nadie.
Entonces llegaron ellos. Sí, como en una peli del Oeste americano. Con la pistola humeante y el sombrero de ala ancha de la mayoría absoluta en las urnas. O lo que es lo mismo, con patente de corso para imponer de nuevo sus trasnochadas reglas en esa finca particular llamada España que –ellos creen– les ha regalado el pueblo con el simple gesto de introducir un sobre en una urna. A veces me pregunto en qué estaban pensando los votantes a quienes no beneficia este estado de cosas, pero me parece que en estos tres años ya han pagado con creces su error, se han lamentado y arrepentido lo suficiente, han tenido que abrir los ojos de golpe casi desde el día siguiente de votar. No merecen que nadie les reproche nada pues en el pecado llevan la penitencia. Una frase muy propia de los meapilas pero totalmente certera en este caso.

Señores y señoras, no sé si se han dado cuenta de que estamos perdiendo los derechos. A pasos agigantados, además. Los laborales, los de manifestación bajo fuertes amenazas penales, incluso el de opinar libremente. Y algo fundamental, por lo que luchamos duramente a lo largo de mucho tiempo y que nos había costado sangre, sudor y lágrimas: el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo.
¿Quién fue el guapo que propagó la enorme falacia de que Alberto Ruiz Gallardón era la cara progresista del PP? Yo nunca lo he visto así, y hasta empezaba a convencerme de que la confundida era yo, de que me había convertido en una miope absoluta, de que alguna señal se me escapaba, de que si todo el mundo creía en ella la supuesta manga ancha del –por entonces- alcalde de Madrid tenía que ser una realidad.
Cada vez estoy más convencida de que los estados de opinión se propagan a la velocidad del viento. La gente los adopta sin cuestionárselos en cuanto ve que su entorno los defiende. Lo del talante liberal de este político era una tontería sin mayor consistencia. Ahora cuesta encontrar a alguien que esté dispuesto a aceptar que opinaba así.
Y ¡claro! Como todo el mundo sabe, los lobos con piel de cordero entran en corral ajeno mucho más fácilmente. El actual ministro de Justicia ha sido lo suficientemente hábil como para convencer al Gobierno de que era uno de ellos mientras aseguraba a la gente de a pie que podía confiar en su gestión. No olvido que para acceder a su puesto actual no ha tenido que pasar por las urnas, pero tampoco se me escapa que, al formar parte del equipo de Rajoy, tranquilizó en cierto modo a muchos posibles votantes.
Cuando nos despertamos al día siguiente, o en cuatro meses, tres semanas y tres días, ya nada se parecía a lo de antes.
 

 
 

 
 

 

jueves, 10 de julio de 2014

El alocado mundo de las preposiciones



A veces da vergüenza  ajena escuchar a los locutores de radio o televisión.

Ante todo, deberían esforzarse en hablar bien.

Bajo su responsabilidad se encuentra el buen uso de la lengua.

Con la formación requerida para realizar su trabajo no es posible confundirse tanto como lo hacen.

Contra la improvisación trabaja el método.

De su eficiencia depende la formación de las nuevas generaciones, la conservación de una sintaxis aceptable y una agradable recepción de sus palabras por parte de los oyentes.

Desde este preciso instante, deberían ponerse a mejorar su competencia lingüística.

En todas las casas se cuelan a diario sus indeseables aberraciones sintácticas.

Entre todas las preposiciones posibles, es preciso utilizar en cada momento la que rige el verbo escogido.

Hacia una expresión oral más agradable debería dirigir sus esfuerzos cualquier comunicador que se precie de serlo.

Hasta que no enlazamos correctamente las frases no conseguimos organizar el pensamiento de forma lógica.

Para lograrlo solo hay que escoger buenas lecturas y esforzarse un poco más ante el micrófono.

Por todo ello, hace falta erradicar muchos vicios del lenguaje utilizado en los medios.

Según algunos locutores, muchas preposiciones han pasado a mejor vida.

Si sustituyesen la preposición a por la que corresponde en cada caso: para, por, en o cualquier otra, escucharles sería un placer y no una tortura.

Sobre este asunto debería hablarse más, pero no parece importarle a nadie.

Tras la pista de un buen uso del lenguaje me encuentro.

sábado, 5 de julio de 2014

El peso de la historia

 
El lugar era francamente siniestro, la cueva que hacía las veces de vestíbulo se resolvía en un pasillo abocinado que iba a desembocar, a su vez, en tres aulas polvorientas, situadas a derecha e izquierda e iluminadas por un ventanuco alto, algo mayor que un tragaluz, que únicamente los días de mucho sol, se dignaba arrojar una luz gris y sucia.
 
Las párvulas llegaban las últimas pues eran quienes tenían el horario más corto. Aquel primer día de curso, la superiora aguardaba tras las celosías para saludar a los padres solo con la voz. Lo había hecho casi todos los años, era de vital importancia que aquellos jóvenes, sobre todo si traían a la escuela al primogénito, se quedasen tranquilos aquella primera mañana. Había que convencerles de que sus hijas iban a estar en buenas manos, que no iban a llorar, ni asustarse, ni echarles de menos. Lo primero era escrupulosamente cierto, lo demás dependía, fundamentalmente, de lo más o menos enmadrado que estuviese la niña en cuestión.
 
Aurora solo tenía tres años y tres meses cuando entró, sobrecogida, en aquel convento, el lugar más sobrio y taciturno que había visitado hasta entonces. Se despidió, sin demasiada convicción, de su padre, que había pedido el día libre en el trabajo para ejecutar con todo rigor la ceremonia de poner a la niña de sus ojos en manos de unas perfectas extrañas por muy monjas de clausura que fuesen. Aquello amenazaba con convertirse en rutina: tenían otro hijo, más pequeño, y ya estaban esperando el siguiente. Para solo cuatro años de matrimonio, podía afirmarse que la cosecha había sido más que espléndida. Pero intuía que nada sería como aquella primera vez. El temblor de las manos, la boca pastosa, el corazón que se resquebraja, entrañas que se abren como si un cuchillo hubiese penetrado allá dentro. Ni una migaja de ese dulce dolor le invadiría de nuevo por muchos hijos que concibiese ni por muchos días libres que solicitase en adelante al banco.
 
Hubo algún conato de berrinche pero venció la curiosidad. Aurora estaba descubriendo un nuevo territorio, mucha gente nueva y, desde luego, sus propios límites. Cuando preguntó por su orinalito, le empujaron con suavidad al pequeño retrete de su clase. Bebiendo agua a morro en el lavabo entendió que, del vaso, se puede prescindir. A media mañana, cuando levantó la vista de la cartilla que estaba manoseando, cansada ya de ver dibujos y garabatear sin sentido en su cuaderno, se encontró con un hombre en miniatura, colgado de dos palos cruzados, que la contemplaba angustiado desde la pared frontal, junto a la bandera española, el retrato de Franco y el de José Antonio.
 
Aquello le pareció horrendo, aún no había aprendido la palabra crimen, pero toda la magnitud de la tortura que se puede infligir a un ser humano cayó sobre sus hombros pequeñitos. Por primera vez, se sintió aterrorizada pero lo sobrellevó bastante bien porque aún no sabía lo que era el terror. Preguntó pero no le contestaron. Hubo algún conato de respuesta, sí, pero no la satisfizo. Hasta una mente de tres años ha desarrollado ya una cierta lógica. Cuando, por fin, llegó a casa y reclamó una explicación convincente no entendió lo que le decían. ¿Jesucristo? ¿Y ese quién es?
 
A partir de ese momento, se suceden las incongruencias. ¿El niño Jesús y ese hombre, viejo, derrotado, famélico, son la misma persona? Si lo dicen su padre y su madre a ella no se le ocurre dudar de su palabra, pero su cabeza no es capaz de abarcarlo todo. Al niño le conoce bien, o eso creía ella, es pequeño, como su hermano Andrés, algo más rubio que él pero igual de sonrosado y mofletudo. Es al que reza cada noche con las manos juntas mientras su abuela le arregla el embozo. ¿Cómo ha podido hacerse envejecer tan de repente? ¿Cuántas cosas han pasado en el rato que ella estaba en el colegio? ¿Por qué nadie se lo ha dicho? ¿Por qué ninguno de ellos se extraña de tanta monstruosidad? 
 
Se le saltan las lágrimas recordando el sufrimiento de aquel cadáver doliente. Esa noche tarda en dormirse casi cinco minutos. Se ha quedado pensando en algo que, por mucho que se esfuerza, no puede traducir en palabras. Sus razonamientos son como globos de colores que explotan en el fondo de sus ojos; es incapaz de asirlos, puede verlos pero no encuentra un sentido a todo ese amasijo de conceptos sin forma.
 
Aurora jamás podrá explicar lo que sintió aquel día: cuando crezca y cuente con suficiente material para desarrollar un razonamiento, cada una de aquellas escenas se habrá borrado de su mente como si le hubiesen pasado una esponja.