lunes, 30 de junio de 2014

El signo de los tiempos


Asistimos a tiempos de cambio y afirmo que ya era hora. Lo que nadie le puede negar a las generaciones que vienen empujando es su derecho a equivocarse. Ya aprenderán como aprendieron todas. Espero que esta vez con más honradez que los anteriores. En un principio conviene ser optimistas.

Insisto, ya era hora. Los actuales llevan demasiado tiempo perpetuándose, no había lugar para el relevo. Los delfines que han colocado los viejos partidos no son más que pepitos grillos de sus mentores. Hay que despojarse de telerañas y empezar de cero con las premisas intactas y una promesa de honradez en la actitud.
 
No importa si lo próximo que se emprenda sale mal o bien. Lo que importa es emprenderlo. Y renegar de ello si se demuestra que no se han hecho bien las cosas. Y empezar otra vez, todas las veces que haga falta, aprendiendo de los errores, colocando a la mejor gente, a la más válida, la más honrada, la más trabajadora, en los lugares donde puede ser más efectiva. El progreso no es tal si no repercute en el conjunto. Eso debemos tenerlo claro.
 
A veces se nos desvela la identidad de alguien por la procedencia de su enemigo. Y en este caso, el lugar de donde vienen no deja lugar a dudas. Ellos mismos se han destapado y son de lo más virulento. Si la corrupción y la desigualdad se siente amenazada, si pretende desprestigiar al contrario, si utiliza la demagogia, el insulto y la mentira, ya sabemos a donde mirar. Y utilizo este verbo a sabiendas. No hablo de seguir ni de aceptar, solo de mirar, de estar atentos, de dar una oportunidad en caso necesario, de utilizar nuestro sentido crítico sin que quede un resquicio para la trampa y la marrullería que tanto prolifera en otros ámbitos.
 
La juventud es arriesgada, la vejez miedosa. Seamos jóvenes cualquiera que sea la edad que tengamos, y si no somos capaces de serlo, dejemos a otros el relevo. Hace tiempo no se cuestionó la sucesión. Este ropaje no vale, desnudémonos y vistamos prendas nuevas. Si, más adelante, caemos en la cuenta de que se trata de los mismos perros con distintos collares, no nos desanimemos, habrá que buscar a otros. Incluso aunque lo nuevo sea válido, hay que aportar nuevos valores constantemente. Pero que sean nuevos de verdad, si los que llevan décadas en el sillón son los que deciden el relevo, no hay relevo que valga porque lo que tendremos será otra vez más de lo mismo.
 
¿En qué debe consistir el cambio? Está claro que las viejas estructuras no sirven del todo pues son las que han generado corrupción y todo tipo de desastres, esos que padece la gente común, que es la mayoría y a la que no parece concedérsele ninguna importancia. Particularmente, pienso que la monarquía y el catolicismo están en el origen de casi todos los desmanes, pero tendremos que decidir entre todos lo que nos sirve y lo que no. Entre todos. Pero de verdad, sin demagogias, sin ser programados como autómatas por los medios. Pensar por uno mismo es un poco más molesto pero suele dar buenos resultados. 
 
Y, después de tanta generalidad, algo muy concreto. A fecha de hoy, el auténtico mérito de nuestro partido popular -que de popular, como es obvio, no tiene nada, y parecerá una tontería, pero el simple apelativo ya engaña a muchísima gente- el auténtico mérito, decía, es que ha llegado a tirar tanto, tantísimo, de la cuerda, que se han desenmascarado ellos solitos. No es que la población -tomada así, en general- no sepa quienes son desde siempre, la diferencia es que, a partir de ahora, la verdadera clase popular, ha entendido, de una vez, que el PP no es ni nunca ha sido de los suyos. La verdad es que ya estaban tardando. Y se lo han ganado ellos solitos. Por fin, se han desenmascarado. ¡Un hurra por ellos! Sí.

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