lunes, 10 de marzo de 2014

Versos fríos (11M - In Memoriam)


Apenas la llegada de la luz.

Vagones ignorantes.

En Alcalá de Henares, mi amigo José Prada,

cogió en marcha ese tren

que contenía la semilla de la muerte,

(pero también los dos que le siguieron)

ocupó el único asiento que quedaba libre

        el que le indultaría – y se puso a escribir un relato sin sangre,

ni muertos ni explosiones, una historia sencilla sobre una mujer checa

que emigra al sur de Francia.


No podía saber que más atrás, no en el tren siguiente,

en el tercero, igualmente mortífero,

viajaba Beatriz,

española,

de veinticuatro años,

con la cabeza recostada en la pared,

un sopor en la frente y en los labios,

rodeada de piernas y de codos,

axilas, portafolios, botas.

Un vagón atestado de suculentas víctimas

que el dios glotón del Odio, el insaciable,

aguardaba, relamiéndose, en Atocha.

José Prada levantó la vista,

las letras que había escrito se amotinaban

en el papel

avisándole de que algo

iba a ocurrir.

Tras la ventanilla clareaba el aire.

La mujer de su cuento recogía a un niño

abandonado en el hospital donde limpiaba.

Luego José parpadeó:

un golpe monstruoso había sonado a pocos metros.

Y también Beatriz

y los portafolios. Escuchaban ahora

un redoble de explosiones continuado.


Hubo alaridos, golpes y carreras

en el vagón de José.

Él quedó prudentemente inmóvil

y se salvó por ello.

Las ruedas se callaron a la voz de las bombas

(un fragor sin grandeza)

y hubo que saltar a los raíles.

        En un vagón vacío quedaba aún un muchacho

enmascarado por la sangre,

sentado, sin moverse –.

Ayudó a trasladar a mujeres hieráticas,

observó a algunos plantados, como árboles,

(no sabían dónde ir).


La luz se había apagado en los vagones muertos,

Afuera amanecía, ingenuamente.

A Beatriz los hombros le pesaban.

ignoraba aún si estaba viva

y mejor no saberlo, por ahora.

Pero el día lanceaba sus pupilas,

escuchaba zumbar a las sirenas

de ambulancias y bomberos

y a helicópteros que ametrallaban el espacio.


Beatriz y José,

vivos e ilesos, condenados

a sobrevivir,

no se conocerán. Ni tantos otros

que cargarán ese fardo para siempre.

A todos se refieren estos versos,

ya fríos, ya inservibles.

Palabras y palabras. Más palabras

concebidas desde la impotencia.
Molina de Tirso

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