martes, 30 de diciembre de 2014

Conversación entre una paciente de EPOC y su médico (VÍDEO)



Dr. Cristóbal Esteban y Ana Pérez, paciente de EPOC

Aquí se evidencia hasta qué punto los recién diagnosticados de EPOC están despistados respecto a su patología. Esto solo ocurre con los problemas respiratorios y no debería ser así. Si un enfermo de riñón, de hígado, de cualquier clase de cáncer tiene cierta idea de lo que esas enfermedades representan ¿Por qué quienes padecen obstrucciones pulmonares no tienen ni idea de que estas existen?

Me gustaría pensar que no es para que sigan comprando paquetes de cigarrillos. Sería demasiado cruel pensar que se permite morir a tantísima gente (18.000 a causa de la EPOC anualmente solo en España) para que el negocio del tabaco continúe floreciendo. 

Sin embargo, el epígrafe que aporta el periodista es de lo más elocuente. Cito:

"Os invitamos a ver y escuchar esta entrevista de la serie “Hablando con mi neumólogo”. El Dr Esteban y su paciente Ana Pérez conversan sobre la dificultad inicial de enfrentarse a una enfermedad poco conocida como la EPOC. También destacan la importancia de contar con el apoyo y la complicidad de otros pacientes que viven circunstancias similares."

Ni se imaginan cuánto me escandaliza la expresión "una enfermedad poco conocida". ¿Cóóómo? ¿Es posible que quien ha escrito esto no esté informado de que cada año, repito, mueren 18.000 enfermos de EPOC en España y 300.000 solo en Europa? ¿Y tienen la desfachatez de decir que los fumadores no lo dejan aún siendo conscientes de lo que les espera en el futuro? Los fumadores no tienen ni idea, señores neumólogos, señor ministro de Sanidad. Realicen ustedes reportajes televisivos didácticos y completos sobre la EPOC en horario de máxima audiencia así como spots publicitarios tan elocuentes y con tanta frecuencia como los producidos por la Dirección General de Tráfico. Es la única forma de salvar miles de vidas y ustedes lo saben. Eso sí, la gente acabaría concienciándose, así que tabacalera -y ya va siendo hora- experimentaría una reducción sustancial de sus ganancias.

Por supuesto, todo esto depende de la escala de valores de aquellos a quienes corresponde aportar soluciones a este asunto. Hablo a los responsables de la salud pública: para ustedes ¿qué es lo prioritario, el dinero o las vidas humanas?

En realidad, no hace falta que respondan: está claro como la luz del día.
Visita mi nuevo blog sobre la cuestión respiratoria: http://charlasconpacotella.blogspot.com

jueves, 25 de diciembre de 2014

La baronesa (I)

Hoy tengo algo que contarles. Pero antes deben imaginar al mítico vagabundo que camina con el hatillo de ropa al hombro, sostenido por una caña y rematado por un lazo. Se parece mucho a la idea que guardo de mí misma, cruzando los Pirineos con solo quince años, en un vagón antediluviano, sentada sobre listones de palo sin desbastar, con mi maleta sobre las rodillas pues todavía no llegaba hasta el soporte de hierro.

Tras décadas de pasar de un continente a otro me cuesta recordar aquella valija. Nada tan sofisticado como un artilugio de ruedas, eso puedo asegurarlo. Tampoco debía de ser muy grande. Probablemente, una apolillada caja de cartón sin color definido, con dos sogas por asas y cantos de latón. Es de suponer que, si por aquel entonces hubiese poseído alguna cosa, no hubiese empleado tres días en cruzar la península dentro de destartalados carricoches, llevando por toda provisión dos hogazas, un puñado de nueces y una tartera llena de huevos duros, que compartían espacio con mi único par de mudas y el vestido de recambio. En aquella época todo era sencillo. Para el más elemental aseo bastaba con la pastilla de jabón que invariablemente encontraba sobre el lavabo de los andenes.

Después de aquello ¡he prosperado tanto!


Tampoco había probado más vino que el que mi padre compraba a granel en la bodega, ni otro café que la malta de la tienda de ultramarinos, y el chocolate siempre fue el sucedáneo con sabor a serrín que nos daban en la escuela por las tardes.

La noche que atravesamos la frontera la pasamos en vela, con el tren detenido durante horas, esperando a que los gendarmes atravesaran los pasillos abarrotados de gente, con el fin de revisar nuestra documentación. Cuando me llegó el turno, presenté el carnet que le había quitado a mi hermana mayor minutos antes de escaparme y, aunque estaba muy flaca, algo debió de valerme el estirón que había dado con la última inflamación de amígdalas, ya que me lo devolvieron sin apenas fijarse en mí. Antes de eso, habían sacado a una mujer a rastras a pesar de sus alaridos, de que se tiraba por el suelo y se agarraba a las manijas y a los hombros de la gente. Aquello me mantuvo en vilo hasta el último minuto. Estaba convencida de que el hombre de la gorra retrocedería para agarrarme del pescuezo y dejarme sola al borde de la vía; no obstante, comprobé satisfecha que no le importaba a nadie. En cuanto avanzamos de nuevo, me acurruqué en mi rincón tiritando y me puse a contar hasta mil. 
(Continuará)

sábado, 20 de diciembre de 2014

Rastros de sándalo - Rastres de sàndal (2014)


Rastros de sándalo ¿eh? Tras un recorrido por la red no salgo de mi asombro. Quizá tenga que pasar algún tiempo para que puedan verla también aquellos a quienes no mueve ningún afán publicitario, esa minoría cuyo mayor crédito consiste en que no desea sino mostrar su honesta opinión.

A partir de determinado momento, empiezas a notar cómo se adueña de tu cara una sonrisita escéptica, entonces te arrellanas en la butaca con el fin de soportar lo más cómodamente posible el culebrón que se avecina. Pero vayamos por partes.

Los primeros fotogramas son impresionantes, de quedarse sin aliento. Intuimos allí un drama social de dimensiones colosales protagonizado por mujeres. No quiero adelantar demasiado, me conformo con destacar lo más relevante. En primer lugar, ese comienzo está ambientado en un mísero barrio hindú, las imágenes son espectaculares, su verosimilitud absoluta, lo que sucede sobrecoge. Y en vista de todo ello, crecen enormemente las iniciales expectativas del público. No nos cabe duda de estar presenciando la más valiente de las denuncias sobre las condiciones de vida de las mujeres pobres en la India llevada a cabo por alguien tan alejado de aquellos problemas como una directora española y valoramos su compromiso como merece. Sin embargo, justo cuando la situación parece desbordarse y, por tanto, nos va a ser dado presenciar, casi como si de un documental se tratase, lo que tienen que padecer esas jóvenes, de qué forma se abusa de ellas, en qué acciones se concretan tamañas crueldad e injusticia, se produce un vuelco descomunal en la trama, a partir del cual se muestran una sucesión de incongruencias y lugares comunes, más propios de un convencional cuento de hadas que de una película seria, que consiguen transformarla, solo un par de secuencias más tarde, en uno de los artefactos más inverosímiles que se hayan rodado nunca. ¡Y mira que hemos visto cosas!

Entonces, ¿todas aquellas imágenes formaban parte de una mirada al pasado? Pues ni siquiera las dificultades que entraña este recurso se asumen. Mediante una ingeniosa estratagema, la guionista se las arregla para que no haga falta ninguna coherencia entre el antes y el después, ni parecido entre los personajes a edades diferentes, lo que se une al hecho de que no se justifica de ninguna forma el espectacular cambio de fortuna de que disfruta la protagonista.

Además, y para anotar en el suma y sigue de disparates, la otra cara de este relato de familiar perdido –tan de moda últimamente, aunque esto no hubiese sido óbice para convertirla en una conmovedora peripecia humana– se beneficia del mismo golpe de suerte. Dos mujeres, pues, abocadas a enormes padecimientos –esclavitud, desnutrición, un quehacer indigno y extenuante, que, por suerte, tras el prematuro final que les aguardaba sin duda, acabarían más temprano que tarde– reciben ya desde niñas la bendición de la fortuna, tanto afectiva como económica, rematada ¡cómo no! por un éxito profesional indiscutible.

¿Qué es esto sino el cuento de La Cenicienta?

Pero había que adaptarlo a esta época, las fábulas concebidas entonces resultan demasiado inocentes para el gusto de hoy. En nuestro mundo no hay nada gratuito, ni siquiera tan barato como lo que puede costar una entrada de cine. Parece obligado entonces aprovechar el recorrido de la pareja hindú para mostrar/rentabilizar las bellezas de nuestra amada ciudad condal mediante un conjunto de estampas dignas del mejor catálogo turístico. Y, no contenta con ello, la guionista –o quien sea– ni se molesta en desarrollar el argumento de una manera medianamente sólida. De hecho, los pufos saltan por doquier: personas de la otra punta del mundo que se entienden perfectamente en Cataluña sin necesidad de ningún intérprete –no se aclara si en castellano, catalán, inglés o hindi–, encuentros inesperados que tienen lugar en el porteño ambiente de postal barcelonés, desastrosas interpretaciones en todas las escenas de ambientación contemporánea, reacciones de los personajes más propias del relato infantil que de la vida tal como es. Y, para colmo, dos historias de amor que no hay por dónde cogerlas por mucho que se intente.

Resumiendo, un balance tan desastroso que salí del cine preguntándome quién o quienes habrán subvencionado esta película. Entonces me vino a la memoria aquella de Woody Allen, de infausto recuerdo, titulada Vicky, Cristina, Barcelona. Ciertamente, el título de la que nos ocupa es mucho más afortunado, al menos tiene coherencia sintáctica, pero quizá habría que añadirle alguna coletilla, llamarla Rastros de sándalo en Barcelona o algo similar, para que el sufrido espectador pague la entrada sabiendo con exactitud a qué atenerse.


·         Título original: Rastres de sàndal
·         Fecha: 2014
·         Duración: 95 minutos
·         País: España
·         Directora: María Ripoll
·         Guión: Anna Soler-Pont
·         Música: Zeltia Montes
·         Fotografía: Raquel Fernández
·         Reparto: Nandita Das, Aina Clotet, Naby Dakhly, Rosa Novell, Godeliv van den Brandt, Subodh Maskara
·         Coproducción España-Francia
·         Género: Drama

lunes, 15 de diciembre de 2014

Mis lecturas de 2014

ENSAYO
-          Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza. Rafael Argullol (10)
-          Chavs. La demonización de la clase obrera. Owen Jones (9)
-          La sociedad del cansancio. Byung Chul Han (8)
-          La información del silencio. Alex Grijelmo (4)
-          El libro tachado. Patricio Pron (6)

NOVELA
-          El desierto de los tártaros. Dino Buzzati (9)

-          La piedra de la paciencia. Atiq Rahimi (8)
-          Ojalá nos perdonen. M. A. Homes (7)
-          En deuda con el placer. John Lanchester (8)
-          El sueño de la historia. Jorge Edwards (10)
-          Indignación. Philip Roth (10)
-          La cabeza de plástico. Ignacio Vidal Folch (9)
-          Insomnio. Fernando Luis Chivite (3)
-          Las reputaciones. Juan Gabriel Vásquez (8)
-          El manuscrito carmesí. Antonio Gala (5)
-          Volverás a Región. Juan Benet (10)
-          El viento y la sangre. Alexis Ravelo (7)
-          La ofensa. Ricardo Menéndez Salmón (6)
-           Lo bello y lo triste. Yasunari Kawabata (7)
      Un cadáver entre plato y plato. Tom Hillenbrand (6)
-         La muerte del Decano. Gonzalo Torrente Ballester (8)
-          Memoria de mis putas tristes. Gabriel García Márquez (6)
-          Corre Conejo. John Updike (7)
-          El curioso incidente del perro a medianoche. Mark Haddon (8)
-          Tiempo de un centenario. Mircea Eliade (9)

BIOGRAFÍA NOVELADA
-          Leonora. Elena Poniatowska (4)
-          El loro de Flaubert. Julián Barnes (6)

RELATO
-          Demasiada felicidad. Alice Munro (9)
-          El vino de la juventud. John Fante (8)
-          El ángel esmeralda. Don DeLillo (9)

REPORTAJE
-          Gomorra. Roberto Saviano (10)
-          Huesos en el desierto. Sergio González Rodríguez (5)

VIAJES
-          La América de una planta. Ilf y Petrov (8)
-          Rojo aceituna. Ronaldo Menéndez (5)

JUVENIL
-          La encrucijada de Cronos. Isabel Anaya (7)

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Los místicos de siempre

A mí, el enfoque historiográfico que se reduce a batallas, reinados y conquistas acaba aburriéndome un poco, la considero una perspectiva machista y sesgada que apenas se fija en lo importante. Pero existen episodios más domésticos que explican muchas cosas, como la rotunda negativa a proclamar el sufragio universal por parte de algunos de aquellos prohombres republicanos que más tarde se jugarían la piel en nuestra guerra civil por defender los derechos de los débiles. ¡Asómbrense! Se negaban a otorgar el voto a las mujeres convencidos de que estas votarían lo que les indicase su confesor y, por consiguiente, la izquierda no ganaría jamás. Ese es un ejemplo, quizá comprensible, pero aún así paradigmático de la más ofuscada y ramplona actitud ante el ineludible avance de los tiempos.  

Hablando de feminismo, en alguna ocasión he comentado que resulta más que previsible todo lo que nos ocurre a las mujeres, que nadie se puede rasgar las vestiduras de pronto, pues ¿qué se puede esperar de una sociedad que ha entronizado la efigie de una señora sentada a perpetuidad con un niño en los brazos? La maternidad es maravillosa y fundamental en la vida de las mujeres, ni más ni menos que la paternidad en la de los hombres. Pero esa imagen pasiva, blanda, cuya movilidad y amplitud de pensamiento se encuentra lastrada por el niño que descansa en sus rodillas, ha hecho muchísimo daño a los tiernos infantes de ambos sexos que habían de toparse con ella desde el momento en que abrieron los ojos. Antiguamente, en todos los sitios: casa, escuela, iglesia, establecimientos de toda condición y hasta calles, ahora (desde el advenimiento de una democracia en la que hemos creído durante demasiado tiempo o desde que nos inventamos que habitábamos un estado laico ¡qué risa!) las efigies virginianas parecen proliferar algo menos, pero el ciudadano de cualquier edad continúa teniéndolas grabadas a fuego en su inconsciente.

                                                                    
Una madre a la que ni siquiera se le ha permitido el legítimo placer de una concepción biológica! Porque esa es la otra imagen virginiana que redunda en nuestro perjuicio. Se idolatra a una mujer depositaria de todos los sacrificios y fatigas que la maternidad acarrea, quizá también de sus gratificaciones, pero hurtándole la inicial y legítima. Esto tiene el insidioso efecto de colocar bajo sospecha a cualquier fémina común y corriente que quizá tenga la osadía de disfrutar cuando concibe. (Incluso cuando sus sensaciones no producen ningún fruto, ¡socorro!) Todo esto puede sonar antediluviano pero no lo es tanto, por desgracia. La iglesia católica (y demás credos) continúa divulgando esta doctrina y mostrando unos iconos que nos colocan en el lugar más bajo de la escala humana: el de servicio. Un mero objeto de placer y servidumbre, eso es lo que seguimos siendo en el fondo de muchas mentes, incluidas unas cuantas –quizá demasiadas– femeninas. (Puede que alguien se acuerde de aquellas novelitas de iniciación de los años sesenta, El Diario de Ana María, subtitulada significativamente Dar, que se transformaba en Amor en el caso de El diario de Daniel).

Una vez aceptado el hecho de que continuamos cosificadas, ¿a quién puede extrañarle que se nos destruya cuando ya no servimos a los objetivos de nuestro dueño? No nos damos cuenta, pero en un mundo donde cualquier muerte violenta produce un escalofrío social, las nuestras no rebasan el rango de mera estadística. Y ahora se publicitan, lo que significa que ¡para colmo! tenemos que alegrarnos de haber dado un paso adelante. Sin embargo es cierto, hasta hace relativamente poco ni siquiera contábamos con ese derecho, ya que “los trapos sucios se lavaban en casa” (sic) y lo sucedido no era otra cosa que un comprensible crimen pasional (sic). Deberíamos dejar todo lo que estamos haciendo (trabajos, diversiones, reposo) y salir a la calle por centenares cada vez que se produce una muerte, paralizar medio país durante el tiempo necesario. No negaré que nuestra pasividad arrastra su parte de culpa; en nuestro descargo apunto que hemos nacido con ello, que forma parte del paisaje y ni siquiera somos capaces de advertir que en demasiadas ocasiones no se nos trata con el debido respeto y otra multitud de pequeños detalles que, en realidad, minan nuestra autoestima y nos relegan a esa mentalidad de hechos consumados, a esa resignación congénita que hemos disfrazado de dignidad y que no es más que cobardía, miedo a caer todavía más bajo en el clima de reputación victimista que nos adjudica la opinión pública.

Pero la historia ha demostrado que cuando la basura se tapa acaba pudriéndose y que los grupos sojuzgados solo han conseguido levantar cabeza tras una dura lucha contra un estado de cosas a todas luces injusto. Se argumentará que existen los movimientos feministas, pero últimamente son tan débiles y están tan denostados que ni siquiera son capaces de impedir el vertiginoso retroceso que se produce día tras día delante de nuestras (pasivas) narices.


viernes, 5 de diciembre de 2014

Los nuevos místicos


Nació y se fue desarrollando a lo largo de los años 60, experimentó un gran auge en los 90 y se continúa alimentando amorosamente y adaptando sin cesar a las nuevas circunstancias, como se hacía con la gallina de los huevos de oro de la fábula. Tampoco hay que subestimar este oro que ha llegado a alcanzar tantísimos quilates y que se materializa en forma de libros, soportes multimedia, conferencias, donaciones, intervenciones televisivas, productos parafarmaceúticos o esotéricos, dividendos de sanadores y videntes de todo pelaje y de toda clase de profesionales reales o supuestos de la medicina alternativa más o menos profesional. Se prescinde, además, de anacrónicos fervores adoptando una estética mucho más en consonancia con los tiempos. Las estructuras de este moderno control mental aparecen más fragmentadas y diversificadas que las que resultaron de aplicar los dogmas tradicionales, dificultando así la identificación y seguimiento de limitaciones, patriarcas y propósitos.


Esta mística, de perfil bajo y alta rentabilidad, en cuyo curioso esoterismo se engloban conceptos de toda clase, desde el vegetarianismo hasta los postulados feministas se ha adueñado de la voluntad de potentados, posmodernos e ídolos de la farándula, eventualidad esta que multiplica exponencialmente el número de acólitos de a pie. Y hago aquí hincapié en el feminismo porque me abochorna ese enfoque de mermelada que nos convierte en los seres frágiles y despreocupados de nuestro entorno que las religiones tradicionales concibieron para nosotras desde hace milenios. En ellas recae el dudoso honor de convertirnos en plastilina derretida. Porque, ni siquiera en esto, la New Age y adláteres han descubierto la pólvora.

domingo, 30 de noviembre de 2014

¿Respeto para los no creyentes?

Creo firmemente… Sí, creo firmemente que se han sacado las cosas de quicio. Porque respeto a las creencias significa que no se perseguirá ni discriminará a nadie por ser seguidor de cualquier doctrina no amenazante. Naturalmente, estoy de acuerdo. No obstante, percibo que aquí falla algo. Puede que sea un error del enunciado: quizá en lugar de “respeto a las creencias” debería decirse “respeto a los creyentes”.  Las personas han de ser objeto de respeto, no un ente abstracto, indeterminado y poco o nada demostrable como es lo que denominamos creencia.

Jupiter, Monde, Planet, Starry SkyNo pido respeto a mi escepticismo porque es un estado mental mío propio y quien lo ha de respetar soy yo. Lo que pido es respeto por mi persona. Eso significa disfrutar de libertad plena para decir lo que pienso, yo también, sin que eso sea automáticamente considerado un ataque contra los creyentes. Pido respeto para quienes no creemos en lo indemostrado e indemostrable, pido que el rigor intelectual no resulte sistemáticamente despreciado. Pido que aquello refutado enérgicamente por la ciencia no tenga mayor predicamento social que la ciencia misma. Pido que no se saquen las cosas de quicio y se ponga cada cosa en su lugar. Es decir, que se respeten todas las creencias, entendiendo por tales tanto las creencias en positivo como las no creencias. Es más, una no creencia está, en mi opinión, por encima de la creencia al estar más fundamentada, pues no se trata de la construcción mental de un individuo o de varios sino de una certeza, basada en hechos objetivos y avalada por demostraciones irrefutables.

Considero una aberración que cualquier creyente pueda proclamar su credo a los cuatro vientos con orgullo mientras aquellos que apoyan sus convicciones en hechos comprobados tienen que callar de forma vergonzante por temor a que les acusen de intolerancia. Resulta que ahora los intolerantes son ellos. Vivir para ver.

Y creo otra cosa. Creo que toda esa palabrería del respeto está dirigida desde arriba –y cuando digo arriba me refiero a los poderosos– como estímulo a una superstición nacida de la ignorancia, y que su objeto no es otro que continuar practicando libremente toda clase de supercherías, fraudes, chanchullos y lavados de cerebro.

martes, 25 de noviembre de 2014

¿Qué hace Gil de Biedma sentado en mi sofá?

Hundido hasta los hombros me costó reconocerle. “Usted me recuerda a una foto en blanco y negro” comenté. Sonrió. Luego recordaría que la había visto en la primera página del poemario Volver, rubicundo, contundente, con un amago de sonrisa. Pensé que debía tener los pies fríos allá abajo, en el filo de los presentimientos, pensé que a veces hay que subir a caldear un poco la nuca, a estirar los dedos, a contemplar de nuevo cómo tiembla el aire. Lo pensé pero no se lo dije porque para entonces ya tenía una pregunta en los labios.

-No deja de mirarnos ¿eh?

Justo en ese momento empezó a hablar. Lentamente.

“Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, y la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?

De todas las historia de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.

Nuestra famosa inmemorial pobreza,
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.


A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.


Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
debe y puede salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la lleven los demonios.

Porque quiero creer que no hay demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia,
son hombres quienes han vendido al hombre,
los que le han convertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.

Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia.”

Apología y perdición
Del poemario Moralidades (1966)
Incluido en la antología Volver (pags. 80-81)

jueves, 20 de noviembre de 2014

El almuerzo de Casimiro



Compulsión, de Richard Fleischer

Cuando Miguel Ángel –a quien una pareja de la guardia civil había detenido en la autopista y multado por exceso de velocidad, provocando que llegase tarde al juicio– entró en la sala por fin, un ujier, con el rostro como la grana y los ojos reventándole dentro de las orbitas, chorros de sudor en la frente, temblándole la punta de los dedos y la piel del cuello turgente hasta reventar, gritaba:

-¡Silencio!

Los murmullos remitieron un poco, la testigo se tapó las mejillas y miró al frente con serenidad. El juez la animó a seguir hablando

-Señorita Crespo, continúe.

-Le aseguro, señoría, que no me invento nada. ¿Puedo explicarlo con detalle? Es que, si no, no se entiende.

Gesto de resignación, de hastío incluso, en las abotargadas facciones de la autoridad civil.

-Federico me llamó en cuanto le abrieron la puerta desde arriba. No se sentía tranquilo. Mucho más que eso, le invadía una desazón que no había experimentado nunca, una especie de hormigueo que empezaba en la raíz del pelo y llegaba hasta las puntas de los pies. Aquello le pareció un presentimiento y sentía la necesidad de estar comunicado con alguien.

'Anatomía de un asesinato', de Otto Preminger
Anatomía de un asesinato de Otto Preminger
-Y la eligió a usted, su antigua novia.

-No, solo éramos conocidos de clase.

-Ya. Usted era quien le prestaba los apuntes.

-Sí, porque no venía casi nunca. Parece que la clase de paleografía coincidía con su horario de spinning.

-¿Y a usted le parece verosímil  que alguien tan musculado como el que hemos visto en las fotos pueda haber sido agredido por una mujer sola y, para colmo, haber sufrido anteriormente ese ataque de pánico?

-Por supuesto, señoría. Escuché cómo le castañeteaban los dientes.

-¿Y por qué la eligió a usted, una simple proveedora de apuntes?

-No tengo ni idea, puede que llamase a otros antes y solo me encontrase a mí.

-Eso está comprobado, solo la llamó a usted. Un detalle que puede implicarla.

-Yo solo puedo decir lo que escuché, estaba fuera de sí, pero siguió subiendo la escalera. Cuando llegó al segundo piso, escuché el sonido del timbre. Luego dejó el teléfono encendido porque necesitaba un testigo de todo lo que fuese ocurriendo.

-Ya. -Por un momento, las mejillas del jurista se animaron, hasta sus ojos apagados emitieron alguna chispa-. Y decidió retransmitírselo a usted como si fuese un partido de futbol

-Solo puedo repetir lo que escuché. Una bola de sebo enorme, con ojos, que le miraba relamiéndose…

-Casimiro, supongo.

-No creo que se llame así, ese nombre lo han debido inventar los periodistas. Federico no sabía cómo se llamaba, iba describiendo la escena, estaba cada vez  más asustado. La mujer…

-¿María Jesús?

-Sí. María Jesús Vilaespesa. O Villamediana. Algo parecido, no lo recuerdo bien. Trajo barreños repletos de verduras cortadas y aliñadas con alioli, un barril de vino, unos cubiertos tan enormes que al pobre Federico le hicieron temblar…

La atmósfera de la audiencia se estremeció una vez más. Uno de los auxiliares tuvo que trasladar a una mujer casi a rastras, estaba medio inconsciente, blanca como la tiza; se emitieron alaridos tenues, hubo un revuelo en la zona de los reporteros. Dos o tres personas se levantaron de los asientos del fondo sin llegar a moverse de su sitio.

-Bien. Según usted, la mujer misteriosa había preparado una encerrona a ese hombre. ¿Cómo explica que no fuera capaz de defenderse tratándose de un fortachón de ese calibre?

-No lo sé. El monstruo debía de ser tremendo, a él le daba pánico.

-Sí, pero según parece no era más que una bola de sebo sin ninguna movilidad. Y la mujer…

Uno de los alguaciles, con voz tronante, se dirigió a la concurrencia.

-Ustedes. Hagan el favor de volver a sentarse.

-Ella –continuó Adela Crespo– era delgada y alta, iba muy maquillada, llevaba el pelo rubio platino y un mono beige sin mangas.

-Y, en su opinión, ¿tenía fuerza suficiente para reducir a ese amigo suyo?

-Amigo no, compañero de facultad. No tengo ni idea, yo a María Jesús no la he visto nunca, solo sé lo que Federico me iba retransmitiendo.

El juez la miró con sorna, los murmullos arreciaron otra vez.

-Sí, ya sé, como en un partido de futbol.

-Así no. En los partidos se grita y él hablaba en voz muy baja y temblando, se escondía, disimulaba que estaba hablando conmigo mientras esperaba a que se lo comiese el monstruo.

Nuevo gesto, más escéptico aún.

-Ya. Como en un cuento para niños. ¿Es consciente, señorita Crespo, de que se está jugando su libertad?

-Espere. Lo que pasó después no se lo he contado aún. No podía colgar mi teléfono, así que cogí el móvil de Miguel Ángel, que estaba en la otra punta de mi casa reparando una puerta, me lo puse en la otra oreja y llamé a comisaría.

-Que se presentó inmediatamente en la dirección indicada y no encontró ni rastro de las personas descritas por usted.

-Escaparían. Supongo que ella pilló a Federico hablando conmigo y tuvieron que salir por piernas.

El juez hizo girar los pulgares sin dejar de observarla.

-Escaparon. De acuerdo. Según usted, ¿antes o después de hacer la digestión?

-No sea cruel, señoría.

-Si me insulta, lo consideraré desacato. Veamos: usted utilizó el teléfono de su novio sin necesidad de consultarle.

Escena de la película 12 hombres en pugna
Doce hombres sin piedad, de Sidney Lumet
-Es que no me daba tiempo. No podía soltar el cable del teléfono y me daba perfecta cuenta del peligro.

-¿No será que su novio, don Miguel Ángel, estaba tapiando el hueco que antes había sido puerta? ¿Qué ustedes dos, y no una tal María Jesús, han actuado como cómplices en la desaparición de don Federico?

Llegados a este punto, Miguel Ángel, que estaba allí a cara descubierta, con el exclusivo –y ridículo– camuflaje de unas gafas de sol para esquiadores, se escurrió todo lo que pudo en su silla.

-La policía ha rastreado mi casa y no ha encontrado ni una sola pared hueca, señor juez, espero que haya utilizado el mismo celo en las señas que le facilité aquella tarde. Tenga en cuenta que es mucho más fácil cuadrar todas las pistas en cualquier episodio imaginado que demostrar la pura verdad sin dejar ni un solo cabo suelto.

-¿Ah sí? ¿Y eso por qué?

-Pues porque la ficción juega con unos pocos elementos tan sencillos de encajar como los de un puzle. En cambio, la realidad está llena de imponderables. Además, un testigo inocente no puede conocer todos los datos de una investigación.

-La encuentro muy segura de sí misma, sobradita, que diría alguien que me sé. ¿Me puede decir quién es usted para saber tanto sobre la verdad y la mentira, sobre la ficción, la realidad y todas esas cuestiones que…?

-Muy fácil. Soy María Elena Adela Crespo San Marcial y otras yerbas, la escritora que ha inventado de cabo a rabo la escena que estamos protagonizando ahora mismo. Usted sabrá mucho de leyes pero de fantasía la que entiende soy yo. Y, desde luego, por mucho que se empeñe, jamás me podrá meter en la cárcel.