miércoles, 18 de diciembre de 2013

Espíritu y espíritus

Velázquez - La fragua de Vulcano (1630) - Museo del Prado (Madrid)
La idoneidad de muchas de las cuestiones éticas que siempre han defendido las religiones es incuestionable. Pero muchas no son todas ¿eh? La biblia, sin ir más lejos, defiende la guerra como método de defensa territorial que dios aprueba, apoyando a sus protegidos, sin vacilar, en esos lances. Entre las cuestiones polémicas citaría la prohibición de comer determinados alimentos –que tuvo, en su día, motivos meramente higiénicos– o la defensa de la poligamia. Lo peor de ellas, no obstante, radica en los abusos que se han cometido en su nombre. No hay nada como el convencimiento de que se está de parte de un dios, para abofetear a diestro y siniestro con el músculo del brazo lanzado a toda potencia. Aún así, los orígenes de cualquier doctrina están repletos de excelentes intenciones y eso es lo que convence a los pueblos. Hasta el epicureísmo de los grecolatinos, su tolerancia y su similitud con los seres humanos eran dignos de admiración. Hasta podría decir que son mis preferidos, pues –además de conocerlos mejor que los demás– su discurso es enormemente atractivo, con todos esos mitos y culebrones de excelso patio trasero. Porque lo que de verdad me seduce de estos sistemas es su vertiente literaria.
Aquellos navegantes escandinavos con sus naufragios tenebrosos, los dimes y diretes mediterráneos que acabo de mencionar, nuestra biblia, en especial el antiguo testamento, tan saturado de tragedia y crueldad como exento de compasión. ¿Y qué decir de Mahoma? ¿O del ámbito hindú? Páginas y más páginas cuyos apasionantes relatos nos retratan y narran nuestra historia.
Velázquez - El triunfo de Baco (1628) - Museo del Prado (Madrid)
Prescindir de nuestro atractivo acervo común me parece un desperdicio innecesario y que acarrea consecuencias lamentables. Deberíamos enseñar desde los primeros años todo ese bagaje cultural agrupado bajo el epígrafe Mitos y religiones o algo así. Creo que, con su potencial bien aprovechado, despertaría el entusiasmo lector –la constante sucesión de aventuras no puede dejar indiferente a ningún espíritu joven–, promovería la tolerancia entre culturas de una forma lúdica y mucho más eficiente  y suscitaría innumerables cuestiones éticas, esas que han quedado silenciadas con la expulsión de la malograda asignatura, que no nombro y que se vuelve más imprescindible cuanto más se empeñan en denigrarla. Los chavales necesitan un foco que les oriente sin adoctrinarles y les estimule a pensar por sí mismos.
¿Otra vez una religión que puntúe en el currículum? ¡Válgame dios! (y nunca mejor dicho) ¿es que no podemos dejar de ser catetos?

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