viernes, 20 de diciembre de 2013

Espectáculo a la carta

Una de mis lecturas pendientes es un ensayo de Vargas Llosa titulado La civilización del espectáculo (2012). Cada vez es más cierto que lo que no se exhibe no existe, que un bodrio cualquiera, expuesto a los focos, ve realzado su valor. Esto tiene sus ventajas, claro, pero los inconvenientes son enormes. Cada vez vivimos más de cara a la galería, no hay fondo, solo superficie; lo que se oculta tras la fachada simplemente no existe. Para averiguar cómo hemos llegado hasta aquí recomiendo El puño invisible (2012), de Carlos Granés, un estudio de la evolución del arte desde las vanguardias del siglo pasado hasta ahora, también recomendado por el nobel.
Hace unos días leí algo sobre la influencia de los medios de comunicación en el devenir político de una sociedad. Se dice que Obama ganó las elecciones de 2008 gracias a su manejo de la red, o que Franco mantuvo su dictadura durante cuatro décadas con la ayuda de una propaganda eficacísima. Manipular mentes era hasta hace poco censurar férreamente la información disponible. Hoy día los procedimientos son mucho más sutiles. Imposible cortar el caudaloso flujo de información que arrastran cada minuto los canales más diversos, pero desenfocarla o adulterarla está al alcance de unos cuantos. Solo hay que colocarse en el sitio adecuado y contar con los recursos convenientes.
Francisco de Goya - El sueño de la razón produce monstruos - Grabado nº 43 de Los Caprichos
En este momento nadie puede afirmar que ignora lo que ocurre. Pero el machacón bombardeo de los medios nos aturde de tal forma que, aunque percibamos la distorsión, no podemos calibrar su alcance. Y todavía hay otro peligro: la satisfacción que proporciona el falso protagonismo, la ingenuidad de pensar que cada uno de nosotros emite un mensaje personal. Técnicamente es así, pero los tweets, o cualquier otra forma de balbuceo mediático, se difuminan en la inmensa maraña que es la red. Solo se salva una pequeña parte de la cháchara, la de aquellos que manejan los hilos, cuya fuerza emisora es incomparablemente mayor que la de cualquiera, pues son los amos de toda la gama mediática y producen o eliminan a su antojo los estados de opinión que les conviene.
Últimamente, todo esto se ha incrementado. Percibo tanta mentira, ocultación, desfachatez, cinismo, en esa jungla de comentarios, editoriales y tertulias políticas, tanta descarada intención de confundir al probo ciudadano, una inteligencia tan certeramente dirigida hacia quién sabe qué objetivo, que si intento imaginar adónde nos conducirá todo esto, el frío aliento de la incertidumbre me golpea la nuca y me hace tiritar.

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