miércoles, 24 de julio de 2013

Los árboles azules 27: En la boutique de Alondra

Las chicas habían apartado las perchas y estaban fregando unas baldosas de cerámica color esmeralda que relucían incluso en los trechos dónde el sol de la mañana no alcanzaba a llegar. Los dos cubos retrocedían lentamente hasta al fondo. Toño esperó a que se ocultasen tras las cortinas blancas del probador. Entonces asomó la cabeza e hizo una seña a la mujer de la caja.
-¡Chist! Alo, soy yo.                                                              

-Sabino, ¿otra vez? ¿Qué quieres? Aún no hemos abierto la tienda.
-Este trozo ya está seco. ¿Puedo entrar?                    

-¿Para qué? Ya te he dicho…
Blasco Mentor (1919-2003) - El espejo - Óleo sobre tela (1986)
 Pero Sabino, Toño o quienquiera que fuese, había entrado ya resueltamente y hacía gala de su desenvoltura acodándose en el mostrador y lanzando piropos a diestro y siniestro.

-¡Ole, las chavalas más lindas del barrio!
Mica y Ana, que salían ya, cargadas con los cubos, y estaban a punto de entrar en la trastienda, le acogieron con miradas inquietas y risas estridentes.
-¡Hola Sabino! ¡Vaya! ¡Qué fresco estás hoy!
P’andares salerosos los vuestros!
Alondra lanzó una ojeada fulminante a las chicas.
-Vamos, vamos. Recoged eso que ya es hora de abrir la tienda.
Toño se volvió hacia ella, más zalamero que nunca.
-Bueno, ¿cómo está hoy mi reina? Te sienta de maravilla esa túnica. –guiñó un ojo- ¿Tienes algo para mí?
-Aquí no vas a encontrar nada que te interese y a nosotras nos puedes meter en un lío. Te he dicho mil veces que no vuelvas más.
-¿A mí? Nunca te he oído tal cosa, habrá sido a mi hermano gemelo. Estás siendo muy injusta.
-Déjate de gemelos y monsergas, y sal de aquí. Ya.
Las dependientas se habían quitado las batas y lucían el mismo kimono violeta que la dueña del establecimiento.
-¡Que luzca el sol y vosotras que le hagáis sombra!
Ana, con el pelo azabache recogido en un moño y andares de geisha, se adelantó, agitando el manojo de llaves, para abrir la puerta principal. Al instante, sin que nadie pudiera explicarse cómo, dos niños asustados irrumpieron en tromba, dieron unos cuantos traspiés y fueron a caer a los pies del expositor de bikinis que Mika acababa de instalar. Hubo unos segundos de aturdimiento. Podían ver el pasmo y el temor en los ojos de los críos pero estaban tan consternados que no sabían cómo reaccionar.
-¡Chicos! ¿Qué os pasa? ¿Qué estáis haciendo aquí?
Por primera vez, Alondra fijó la vista en Toño.
-¿Los conoces?
-¡Por supuesto! Son los hijos de Bernardo.
Julio se incorporó sacudiéndose las rodillas.
-Buenos día, señoras. Yo soy Agosto y ella Rosanita.
-Rosana. –Chilló la aludida.
-¡Vaya, vaya! Alguien os ha dicho que papá se había escondido aquí ¿eh?
Julio estrujaba la mano de su hermana mirando fijamente a Alondra. Alguna corriente se estableció entre los dos porque, a partir de entonces, ya no soltó prenda.
-¿Aquí? No, aquí no. Encontramos la dirección del pub donde dicen que estuvo antes de escaparse y hemos venido a echar un vistazo. Está al otro lado de esa pared, -y señaló el enorme espejo que reflejaba la espalda de la jefa- hemos fisgado un poco pero no salía nadie, hasta que ha llegado un hombre con un palo y se ha echado encima de nosotros.
Mica se acercó a ellos, esbozó un gesto maternal.
-¿Tú tienes miedo, niña?
-¡Mmmm!
-Natural. –intervino su compañera- ¿Es que no ves que está temblando?
-Pues venid conmigo, ¿queréis un zumito, un poleo…?
Y los sacó de allí sin más.
Toño se volvió de nuevo hacia Alondra.
-Mira qué casualidad. ¿Dónde han ido a parar los muchachos? Aquí. Ni más ni menos. ¿Quieres explicarme por qué?
-La verdad, no tendría que darte explicaciones, pero tampoco hay ningún misterio. Ya te lo ha dicho él: su padre está encerrado en el pub y los pobres habrán creído que ellos solos  iban a poder liberarle. Nosotras no sabemos nada, es la primera vez que veo a esos niños.
-Estaba.
-¿Cómo dices?
-El papá de los chavales estaba secuestrado en ese local de ahí. Pero ya no. Y me consta que vosotras tres sabéis algo. Más bien mucho que poco. ¿Me estoy equivocando?
En ese preciso momento, un coche de la policía se paró delante de la puerta. 
(Continuará)

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