domingo, 16 de junio de 2013

Los árboles azules 23. Presentimiento.


En lo más profundo del sueño escuché una música, como si desde la estratosfera alguien tocase un laúd y las notas que desgranaba cayesen una a una encima de mi frente. Me desperté de golpe y salté de la cama. Tenía el corazón encogido. Algo estaba ocurriendo, algo decisivo, y se me avisaba por vía telepática. Me acerqué a la tinaja de Auko. Ella vino de ahí pero antes había aparecido en la copa de un árbol azul, sin olvidar que su madre atestiguaba que la había parido ella. Arrastré la gran panza de barro a la ventana y miré dentro.
Allá al fondo, un arbolito, cuyas hojas brillaban con reflejos metálicos azulados y negros, titilaba suavemente. Parecía el reflejo de algo que había fuera, pero tapando la boca de la tinaja solo estaba mi ojo. Aquel era un espejo de agua que arrojaba una figura nítida. Arranqué una rama seca de un tiesto y la introduje hasta tocar fondo: la madera salió seca. Decidí acudir de inmediato a la tétrica comisaría por la que ya había pasado hacía tiempo, precisamente el día que Sabino apareció.
-Alguien acaba de morir. –Le espeté al sonámbulo que me escuchaba desde el otro lado de la mesa. Por fin estaba en un despacho. Llevaba dos horas y media suplicando al agente que tuvo la mala suerte de estar esa noche de guardia, luego hablé con cinco o seis personas distintas. No podía contar casi nada, lo que sabía solo podía escucharlo un superior e incluso con él tenía que emplear toda la cautela del mundo.
-¿Cuenta con fuentes fiables, señora? Le advierto que este caso nos está volviendo locos. Está claro que todos ustedes son cómplices. Agresores, víctimas, no hay nada de eso. Una panda de sinvergüenzas que finge un secuestro y constantemente se está inventando daños quién sabe para qué. Han sido nuestra pesadilla de los últimos meses y no estoy dispuesto a consentirlo.
-¡Naturalmente que hay víctimas, inspector, se lo puedo garantizar! Hay dos niños inocentes, una amiga mía que no tiene ni idea de lo que está ocurriendo…
Me lanzó una sonrisa amarga.
-Su amiga. ¡La pobre! No me haga reír. Está viviendo como una reina junto a esos enemigos tan terribles.
-Lo sé.
-Bien ¿Y qué le parece?
-Que no está con ellos por su propia voluntad. Mire, ni siquiera estoy segura de que Bernardo esté secuestrado realmente. Yo tampoco me fío de nadie ya a estas alturas. Estoy de acuerdo en que han organizado un lío terrible y no tengo ni idea de quién es quién. Pero si algo me consta es que los chicos no tienen la culpa de nada, Auko  tampoco, y ahora, además, hay un cadáver que deben descubrir.
Resopló. Parecía infinitamente cansado.
-Usted diga dónde está y ya veré si vamos a recogerlo.
-No lo sé. –Repuse, y mi voz sonó lastimera.
-¿Quién es la víctima? ¿Y el asesino? Vamos, hable.
-Eso tendrán que averiguarlo ustedes.
-¡Por la protuberancia del sagrado unicornio! ¿Será posible? ¿Me queda algo más por oír? Salga usted inmediatamente de aquí o la arresto ahora mismo.
Sus ojos echaban chispas. Alguna vez fueron unos bonitos ojos, todavía lo eran, pero encima de esas enormes bolsas ya no lucían como antes. Lo que más destacaba en su rostro eran los grandes mofletes colorados y una doble papada incipiente.
Me fui corriendo antes de que se arrepintiera y me metiese en la cárcel. Cuando crucé el umbral, todavía con un solo pie en la calle, escuché una voz en sordina.
-Señora.
Alguien, pegado como un palo a la pared, intentaba llamar mi atención.
(Continuará)

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