sábado, 30 de marzo de 2013

La embaucadora

Victor tiene calor. Con la cabeza pelada y su pinta, antaño imponente, parece derrotado por algo tan simple como el olor a fritanga, las carreras de los niños y los puñetazos en la mesas. Pasan las raciones de tortilla por encima de nuestras cabezas, chopitos y cervezas desembarcan desde sus respectivas bandejas en las mesas contiguas, una ensaladilla, un café solo, una copa de coñac, una ración de manchego. No hay una mesa libre y eso que llueve a cántaros. O quizá sea esa la razón. Hemos salido de estampida de nuestra frustrada vida cotidiana y ahora hay que meterse en cualquier sitio. Ante todo, fingir que nos divertimos, no claudicar reconociendo que en casita hubiésemos estado mil veces mejor. La gente chilla de desesperación, se siente frustrada y molesta. A lejos, la mar picada parece reírse de todos.

Nosotros somos frugales. Nos han dejado una gran ensalada en el centro junto a una exigua ración de croquetas. Lola está a dieta, se sirve tres tristes hojas de lechuga y un trozo de tomate, aparta las aceitunas, el huevo, el atún. Por el horizonte corren dos o tres culebrillas. Jarrea sobre el techo de lona como si se hubiese propuesto derrumbarlo, un vivo resplandor ilumina por un instante el local casi en tinieblas, Charo, que está mordiendo un trozo de pan, se pone a toser del susto, se escuchan a lo lejos unos truenos sordos. Tanta saña meteorológica ha conseguido que todo el mundo se calle, no se escucha más que el ruido de la vajilla al otro lado de la barra.

-Y el lunes otra vez a currar.

Espero que Victor rompa el hielo. No conocía a las chicas hasta hace media hora y ninguno de los reunidos parece muy locuaz, pero su inventiva de siempre sigue oculta. Esa alusión suya al final de las vacaciones y un par de chistes flojos acaban desanimándonos. La tormenta está llegando a su apogeo y nos deja sin fuerzas, hasta se nos han quitado las ganas de comer. Lola es la única que tiene el plato vacío. Noventa y siete quilos muertos de hambre tienen que cundir lo suyo, pero ella parece estar de buen humor.

-Todos menos yo –presume- Ya estaba harta de monsergas.

Noto a Victor furioso. Me fijo en sus mejillas hundidas, los hombros aplastados, la barriga incipiente. Desde luego, ya no es el de antes, los signos de la decadencia están clarísimos. Lola sonríe con picardía.

-Y no fue tan difícil, la verdad.

-¿Te quieres callar de una vez?

Conozco a Victor desde hace décadas aunque nos vemos muy de tarde en tarde. Lo suficiente para saber que, si pudiera, le pondría una mordaza en la boca. Pero Charo decide ayudarla.

-Entonces, ¿conseguiste una pensión? Cuenta, cuenta.

Es cuando me entero de lo que se está cociendo. Aquello huele a tongo de lejos. Sigue tronando, se ha apagado las luz y la música ha dejado de sonar, a través de los cristales no se ve otra cosa que chorros de agua.

-Me fui a ver a mi médico- cuenta muy ufana. –y le expliqué lo mal que me sentía. La hernia de hiato, los nervios, principio de artritis, mi madre, que estaba muy enferma…

-¿Metiste también a tu madre en el lote? –interviene Tomás con sorna. Victor, ceñudo, ha bajado la cabeza y se encierra en un mutismo rebelde. Tiene las mejillas ardiendo.

Lola estira mucho el cuello, se revuelve, no le ha gustado nada el comentario.

-Pues sí. ¿Qué pasa? No tenía más remedio que cuidarla, dormía poco y me encontraba fatal.

-Eso nos ha pasado a muchos, Lola, –tercia Charo- y seguimos al pie del cañón.

-Pues allá tú, si quieres hacer el primo, –ataca- pero yo no estaba dispuesta.

Victor no puede más.

-Lola, como sigas me voy.

-Pues ten cuidado al salir a la calle. No te vaya a comer un tiburón.

Ya no me puedo callar.

-Nadie hace el primo por ser honrado, Lola. No está bien que insultes a la gente por cumplir con su obligación.

-No, si por mí… Cada uno es muy libre.

Se echa para atrás, con los brazos colgando del respaldo en un gesto de abierta provocación. El chiringuito traquetea por los cuatro costados, Victor se muestra cada vez más taciturno. Tomás es el único que parece animado.
 
-Entonces, ¿sobornaste al médico? No me lo puedo creer.

El orgullo brilla en la cara de Lola, junta las manos y nos mira con cara de triunfo.
-No sé si fue soborno o no. Hice lo que se me ocurrió y me salió bien.

Charo sigue indignada.

-O sea, que un médico va y te hace caso. ¡Venga ya!

-Uno no. Dos.

Victor ya ni siquiera está colorado, ahora tiene las mejillas moradas: se está poniendo cianótico. Se levanta de la silla y camina en dirección a la barra.

-Bueno, mejor. –dice Lola aliviada- A ver si ahora me deja en paz. ¡Qué hombre! Pues ese médico… Ahora hace años que no le veo, pero entonces iba todas las semanas. Que si me encuentro mal, que si me duele esto o lo otro. Y un día le pregunté que si estaba casado. El hombre, que estaba harto de verme allí todo el día, debió pensarse que quería ligar con él. Es que si vive solo, le dije, no le puedo pintar a su mujer un mantel a mano, que los hago bien bonitos. ¿Está casado o no? Porque, si lo está, necesito las medidas de la mesa de su comedor. Y, mira tú por dónde, la próxima vez que fui, que ya ni me acordaba ni nada, me entrega un papelucho doblado cien veces con las medidas de la mesa y me dice que se lo ha dado la mujer. Así que, yo muy diligente, le pinté unas piñas y unas ramas de acebo, que me quedaron bien cucas, y se lo llevé unos días antes de navidad. De allí salí con un volante para el psiquiatra.

Vuelvo la cabeza distraída y veo la imagen borrosa de Victor alejándose al otro lado de la cortina de lluvia. Nadie más parece haberse dado cuenta.

-Y ¿entonces qué?- interpela Tomás. –le pintaste otro mantel al loquero.

-Pues no. Ese no quiso saber nada del asunto y me tuve que buscar otro. Pedí que me cambiaran de especialista y, mira por dónde, tuve suerte. Del nuevo me habían contado cosas, que le gustaban las antigüedades, que restauraba muebles. Precisamente, en casa de mi padre tenía yo un arcón, unos candelabros, varios marcos de escayola… Le pregunté dónde podía dejárselos la próxima vez que fuera a verle y quiso saber qué era exactamente lo que estaba buscando. Algo muy sencillo, le dije, no volver a trabajar. Me deja usted esos objetos abajo, en administración, y le da a su abogado esta nota. A usted le parecerá que lo que he escrito son palabras sin importancia, pero tienen más de la que parece. Son, ni más ni menos, la llave que le va a abrir a usted esa puerta.

Delante de la del bar estaba aparcado el coche de Victor. Dejé el dinero encima del mantel, cogí el paraguas y eché a correr hacia allí.

-Espéranos- oí la voz de Charo detrás.
 

4 comentarios:

  1. Este tipo de gente tan amoral y sin ideología es la que luego da su voto y aplaude al corrupto de su Comunidad y ayuntamiento, o al acosador, mientras hace el vacio a la víctima ...

    Con tu relato, ameno y muy bien narrado, nos pones en la pista para comprender porque aquí sigue estando bien visto el pillo, el defraudador, el listo...

    Un beso,

    ResponderEliminar
  2. Diré más. Cuando la vida te suministra una historia redonda, hay que saber respetarla. Cuanto menos añadas de tu cosecha, mejor. Y esta es la biblia, creo que se me entiende.

    Esta gente es, también, la que se corrompería con total facilidad de haber tenido la ocasión. Hablamos de los corruptos, pero en esta picaresca cotidiana está el embrión de todo. Y, sin embargo, mucha gente lo aplaude, como si, en lugar de tramposos, antiéticos y delincuentes fuesen más listos que los demás. Hay que empezar por ser honrados en nuestro entorno para aprender a no arramblar con todo si alguna vez se nos encomienda la llave de la caja.

    Un beso Tesa. Y gracias por entender tan bien mis cuentos.

    ResponderEliminar
  3. Bien contado y muy interesante. Aunque no estoy totalmente de acuerdo en que quien escribe no pueda combinar ficción/no ficción. Lo que importa es construir bien el relato. Y en este caso lo está.

    ¿Por qué seremos un pueblo que busca y acepta las triquiñuelas? No hay comparación con lo que hacen los de arriba, pero sí un sentimiento de "si yo estuviera en puesto, robaría lo mismo o más". Así nos va.

    Y esto no es general. En 1996, cuando el software no corría como un río desbocado, un compañero mío de la Company, ingeniero, visitó en holanda una empresa colaboradora. El ingeniero holandés usaba un software magnífico y lo primero que le dijo mi amigo fue: "Es estupendo, ¿me haces una copia?". El holandés lo miro con ojos aterrados, hasta que sonrió y le contestó: "Ah, las típicas bromas españolas".

    El último relato que subí al blog, por si lo quieres leer, está aquí:

    http://lluevenangeles.blogspot.com.es/2014/06/el-trajeao-y-la-pandilla.html

    Saludos

    ResponderEliminar
  4. Me alegro mucho de que hayas hecho esa puntualización porque, supongo, no se entiende del todo y así tengo oportunidad de explicarme.

    Por supuesto, la ficción se construye siempre así, poniendo partes imaginadas, escuchadas, vividas y hasta leídas formando un puzzle que resulte convincente. De hecho, los personajes, el escenario y todo el desarrollo de la acción son totalmente inventados cogiendo escenas de aquí y de allá. Lo que quise decir en el comentario es que la confidencia de la buena señora está calcada de lo que dijo, tal y como lo recordaba cuando lo escribí, porque se retrató tanto y fue tan expresiva que cualquier cosa que yo quitase o añadiese iba a restarle intensidad.

    Muy ilustrativo lo que cuentas, cuando digo que en este país sobra picaresca (en muchos aspectos, no solo en el económico) la gente se pica y dice que en todos los sitios cuecen habas. Probablemente, pero en este más y con mucho más descaro. Vamos, que nos parece lo normal, que si no lo hacemos somos tontos o algo así. ¡Una auténtica vergüenza!

    Sobre el relato de tu blog, ya comenté allí que, dado su interés, me gustaría leerlo a lo extenso.

    Gracias por los elogios :)

    ResponderEliminar

Explícate: