miércoles, 6 de febrero de 2013

Don Rufo bufa: Rajoy y el molusco

–A día de hoy, mantengo la misma ilusión y actitud que el día en que fui elegido en las urnas.
(Discúlpenme si la frase no es exacta, cito de memoria)
Esto dijo el lunes nuestro presidente. En estos momentos, con miles de familia sumidas en la pobreza y/o arrojadas a la calle sin contemplaciones por una ley hipotecaria que sobrepasa el rango de  abusiva y a la que solo se puede calificar de usurera a la enésima potencia, con miles de ciudadanos que se consumen día tras día y mes tras mes sin encontrar ningún medio de subsistencia, malviviendo de la caridad de familiares y vecinos, pasando hambre, suplicando que se les conceda alguna hora a la semana, en alguna actividad no reconocida, sin garantías de salubridad, un sueldo miserable y nula cotización, por parte de alguno de los desaprensivos que han brotado del chaparrón de las circunstancias llegando a proliferar como las setas, y, paralelamente, vemos como cientos de millones de euros escapándose por las costuras del sistema, engordando a empresarios, banqueros y políticos, contribuyen a la creación o escandaloso aumento de enormes fortunas nacidas y alimentadas al calor de una corrupción que, se adivina, generalizada (es decir, cualquiera que haya podido meter mano en la caja dónde se guarda el dinero de todos lo ha hecho y se ha llevado un pedazo tan gordo como ha podido), cuando el país ha sido esquilmado y se sume en la miseria para que unos pocos se conviertan en inmensamente ricos, va Rajoy y dice que mantiene la ilusión del primer día. Es posible que su ilusión fuese que las desigualdades sociales aumentasen hasta los límites más extremos, no en vano representa a la derecha y por tanto al gran capital. Pero, decirlo así, con esa desfachatez, ante las cámaras solo puede significar dos cosas: o que es un mentiroso o que es un molusco disfrazado de hombre.
Y, por si no nos hubiese escandalizado lo suficiente, añade, con (aparente) tranquilidad que ha habido "algo". Sin aclarar qué ni cómo ni cuánto ni por qué ni con permiso de quién ni con la responsabilidad de quienes ni con la impunidad de cuántos. Se atreve a insinuar que las acusaciones no son del todo inexactas con la indiferencia del que explica que se le ha averíado el coche. (“Pero cosa de poco, "algo" no funciona en el motor"). Lo malo, señor Rajoy, es que ese motor es el país entero y usted quién maneja el volante, por ahora. No puede minimizar el delito calificándolo de "algo", ni siquiera siendo gallego. No puede utilizar un pronombre indefinido y dejar a toda la prensa internacional con tres palmos de narices, sin dar ninguna otra explicación. Ha pasado el tiempo –que, durante el gobierno de Aznar, aprovecharon hasta la saciedad– de hacerse los interesantes, los que lo saben todo, a los que se les puede perdonar catástrofes como las del Prestige; despistes imperdonables, como el hecho de no haber intuido la falacia estadounidense de las inexistentes armas de destrucción masiva iraquíes – cuando el resto de los españoles lo conocíamos de sobra  desde el principio solo con leer la prensa, –o imperdonables desidias, como las que provocaron la tragedia del Yak-42 en Turquía que segó la vida de 75 militares (de España. Ucrania y Bielorrusia), cuyos cuerpos –para incrementar la chapuza hasta el más humillante surrealismo– enterraron apresuradamente confundiéndolos entre sí para mayor consternación de sus ya desoladas familias: y, no contentos con enterrar mal a los muertos, también enterraron la infamia generando otro de sus vergonzosos indultos.

Ustedes, señor Rajoy, no tienen patente de corso, no pueden hacer lo que les dé la gana, pisotearnos, esquilmarnos, tomarnos por tontos y pretender, encima, que estemos contentos. Han transformado el lema absolutista “Todo por el pueblo pero sin el pueblo” en algo todavía más vergonzoso “Todo por la bolsa del pueblo pero sin él”. Usted está convencido de que este país es idiota. Reconozco que una gran mayoría –esos que le otorgaron la absoluta– se tragó sus insolentes mentiras cuando, durante la campaña electoral, aseguraba sin un ápice de vergüenza, que no iba a recortar ni un céntimo del dinero público, entre otras muchas falsedades, cuando se podían ver las enormes tijeras asomando por sus bolsillos y los carrillos hinchados de satisfacción al constatar que ninguno de los que le contradecían resultaba creíble. Pero usted confunde ingenuidad con tontería. Los españoles en ese momento estaban desesperados (aunque mucho menos que ahora), necesitaban con urgencia creer en alguien y confiaron en sus supuestas buenas intenciones, en su cara de no haber roto nunca un plato, en su fingida indignación ante unos recortes realizados por el gobierno anterior que, en comparación con la magnitud de los suyos, hoy se muestran menos que insignificantes. Ahora, en cambio, ya ha desvelado su verdadera catadura, su indiferencia ante la corrupción generalizada, su aquiescencia hacia indultos vergonzosos, su absoluta falta de solidaridad, su encastillamiento en la defensa de los intereses de los mercados, su soberbia y su ambición que le conducen a aliarse con el gobierno alemán como antaño hizo con el torpe George Bush su antecesor de infausto recuerdo.
No podemos consentir tanta maldad, tanta indiferencia, tanto gesto insolente, tanta arrogancia, tanto embestir a ciegas sin fijarse en lo (y en los) que se lleva por delante. ¡Esto se tiene que acabar!
Si es un mentiroso, señor Rajoy –y yo, personalmente, no le creo una palabra– dimita de inmediato. Pero si es un molusco entonces es peor, entonces no tendremos más remedio que anular su investidura. En España, para ejercer el cargo de presidente, solo admitimos personas.

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