miércoles, 30 de enero de 2013

Mi almohada y yo

Tras toda una noche comiendo bocadillos de foie-gras, acunados por  música de todo pelaje, empieza a desertar la gente. Esta vez, la reunión ha sido en mi casa. Bultos desfallecidos se arrastran como pueden. Reparto mantas y todos se retiran a dormir. Noto que me tambaleo – y por el alcohol no es, que solo había ginebra y a mi la ginebra no me gusta – pero me niego a recogerme tan pronto. Son las seis de la mañana. Tras la balaustrada, atisbo unas luces rojas, apenas un punto redondo que parpadea a veces. La inmensidad negra bulle sin que apenas se note, el monstruo celeste se retuerce a punto de explotar otra vez. El amanecer es inminente. Una leve franja gris en diagonal y el resto sigue siendo carbón. Solo hay que esperar. Con la libreta en las rodillas y arrebujada en el edredón intento tomar notas. La constelación que relucía en la esquina de la izquierda, cerca del marco, ha desaparecido de pronto, el resto de estrellas dispersas se va apagando también. Un resplandor lechoso, casi imperceptible, se adueña de mi cosmos. Dudo si atribuirlo al amanecer, al mareo o al sueño, muerdo el bolígrafo, todavía no he escrito una palabra. No se me ocurre nada que merezca ese honor, sin embargo, un espectáculo tan bello merece ser registrado. Lo que no se me escapa es la razón de esta mudez mía: todavía no he dormido y mi almohada bruja aún no ha producido su efecto.

Arrojando un leve tono dorado, el horizonte pelea por hacerse notar. Unas manchas azules se superponen al fondo gris, el dorado se hace blanco, el resplandor de la línea más lejana empieza a adquirir consistencia. Lo suelto todo, me quedo con las manos vacías. El día empieza a alzarse por encima de la montaña, al otro lado del mar. Un lunar naranja se posa en el centro del cuadro, se acerca hasta parecerse a una moneda, irradia luz. Todavía no se escucha un solo ruido.  Me espera mi mullido colchón. ¿Qué estoy haciendo aquí?

¿Alguno de ustedes tiene un pacto con su almohada? Yo lo tengo.
  

Todas las noches dejo una infinidad de cuentas pendientes, cuestiones sin resolver, enigmas. Por suerte, el preciso instante en que, aún con los ojos cerrados, recupero la conciencia, todas las soluciones se agolpan dentro de mí, compiten por mi atención, me hacen volver a este mundo de golpe y escucharlas todas para no perder nada en medio del tumulto. Montones de respuestas exigen que las tenga en cuenta, argumentan que, ya que han surgido de la nada para hacerme la existencia mucho más cómoda, no las puedo perder por un mero despertar perezoso. Tengo que adoptar decisiones, remover las neuronas todo lo posible, es decir, recuperar la lucidez en menos de una décima de segundo, no puedo consentir que el letargo continúe porque entonces todo el trabajo se iría al garete. La almohada acabaría abandonándome a mi suerte y además lo tendría merecido.

Por que es ella quien cada jornada recoge mis inquietudes diurnas, las resuelve, y las va introduciendo en mi cerebro otra vez, convenientemente remozadas y con los añadidos necesarios. He de reconocer que casi siempre responde. No se imaginan lo que supone para mí todo esto. Es un alivio que alguien mucho más sabio que tú trabaje mientras descansas para tenerlo todo resuelto. Me considero afortunada y suplico a los dioses que no me abandone nunca.
Claudio Bravo - Chal con flecos
Por eso decía que en este momento soy incapaz de pensar nada. Todavía no he entrado en contacto con esa bruja sabia que es la que pone en marcha mi mente. Pregúntenme dentro de unas horas, cuando haya podido recargarla, denme tiempo.

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